¿A
quién arropan los criminales en el poder? No precisamente a los niños, no a los
ancianos, no a las mujeres y no, para acabar pronto, a los mexicanos ajenos a
esa mafia. La calidad de vida digna en México, banderita electoral del
grupúsculo enquistado en el gobierno, refulge por su desastrosa ausencia y a su
paso deja como secuela millones de damnificados. Lo extraño es que nadie quiere
hacerse responsable de las hordas de menesterosos que carga el país, como si la
desgracia hubiera sido generada espontáneamente, sin apellidos visibles.
La
disolución en ácido de la responsabilidad no alcanza a desaparecer, sin
embargo, todas las pistas: hay responsables por más que se hagan los distraídos
y por más que se escurran culpando a los anteriores, a los mafiosos de otro
tiempo. Método fácil: EPN no es responsable de su mal gobierno porque las
fallas que ha enfrentado son históricas, profundas, “estructurales”, provienen
de errores cometidos en el pasado y para solucionarlas son necesarios, sobre
todo, “cambios” y paciencia. La mejoría está indefectiblemente ligada al
futuro, jamás es un asunto vinculado al aquí y al ahora.
Pensemos
en cualquier rubro de la vida social y económica del país y eso encontraremos:
sólo desastres sin responsables al alcance de la mano. Por ejemplo, los
salarios, el ingreso mínimo para satisfacer todas las necesidades de un
trabajador y su familia. Lo que hoy gana ese sujeto es uno de los más agrios
insultos a la razón, y atenta de frente contra lo elemental, lo básico: el
alimento. Si el ingreso mínimo en México no alcanza para que coma un solo ser
humano, uno solo, ¿de dónde queremos que alcance también para vestido,
vivienda, educación, esparcimiento, salud y todo lo demás? Es un disparate, un
balazo de alto calibre en la cabeza de la lógica.
Los
padres que padecen ese ingreso no lograrán que sus hijos crezcan en condiciones
favorables. Hay allí una brutal clausura que deriva en taras y resentimientos
colectivos, en frustraciones multitudinarias. Pero los padres trabajadores no
sólo no pueden apisonar el camino de sus hijos, sino el de ellos mismos para la
vejez a la que avanzan. Noticias recientes describen el panorama horrendo que
ya amaga: sólo cuatro de cada diez viejos (o “adultos mayores”, según el
eufemismo actual) tendrán una pensión así sea ridícula (alrededor del 20% de su
salario), menor incluso que la de Haití. En esto, claro, tampoco hay ni habrá
responsables a la vista.