¿Cómo
lograr que la danza, arte esencialmente ligado al movimiento, quede detenida en
la fijeza del papel? ¿Es posible que lo expresado por la gramática del cuerpo
sea aprehendido con la tinta sobre una hoja? Una respuesta apresurada nos diría
que no, que el movimiento es la antítesis de la estaticidad impresa, y, por
ello, que la danza no puede ser comunicada, o comunicada muy parcialmente, por
la fotografía. La otra respuesta es afirmativa: milagrosamente, la danza puede
tener movimiento aun en la petrificación del instante que es la foto, y esta
paradoja se debe menos a las capacidades de un mecanismo y una lente que a las
virtudes del sujeto fotografiado: cuando la realidad que apresa la imagen es
una bailarina consumada, deviene el asombro: la foto tiene movimiento, la imagen
danza.
El
libro Remembrazas (Instituto
Municipal de Cultura y Educación de Torreón et
al., Torreón, 2022, 148 pp.) es un paseo de fotografías y palabras por la
vida de Pilar Rioja, una de las figuras más importantes que ha dado la danza en
México. Los textos y las fotos se estrechan las manos en estas páginas para
ofrecernos un perfil, si no completo, sí aproximado a la totalidad vital y artística
de la maestra Pilar. Era, sin duda, un libro necesario, y da gusto adicional
saber que ha sido impreso en el noventa aniversario de la maestra, quien ha
podido ver el libro en el homenaje que en septiembre de 2022 se le tributara en
el Teatro Isauro Martínez.
Además
de las fotos, en las cuales me detendré más adelante, Remembranzas es una compilación de textos que abordan rasgos de la
maestra Pilar. Por ejemplo, Enrique Rioja del Olmo, su hermano, nos aproxima al
mundo familiar de la artista, a sus orígenes como niña tocada por la
inspiración de la danza. Vemos en estos párrafos la circunstancia familiar y el
gran, el tremendo esfuerzo de su padre por conseguir para la pequeña bailarina
los mejores maestros de su arte. Da cuenta Enrique Rioja de los ires y venires
de su hermana por el mundo, desde las fiestas españolas en La Laguna hasta las
dificultades, los tropiezos y por supuesto su gradual ascenso al reconocimiento
que la convirtió en artista de excelencia aclamada en escenarios de Nueva York,
Madrid, Moscú y México, por citar sólo cuatro entre los cientos de ciudades que
la vieron comunicar su flamenco.
Textos
de recuerdo de muchas otras personas que la evocan (Ramón Shade, Eduardo Navas,
Sabás Santos, José Luis Negrete, Guillermo Barclay, Raquel Ríos, Arturo
Martínez, Marta Quijano de Saborit, Marilú Treviño, Elisa Pérez, Fernando de la
Mora, Raúl Adalid…), o piezas literarias como los poemas que le dedicó Luis
Rius, su esposo, van configurando el fresco mediante el cual nos hacemos una
imagen de Pilar niña, amiga, compañera de trabajo, hermana, artista. Es
impresionante cómo esta mujer logró lo que muy pocos pueden alcanzar: una
dimensión en la cual se torna unánime el aplauso, una admiración que no le
regateó ninguno de los miles de espectadores que en el planeta la vieron en
teatros donde la pasión de Pilar Rioja se derramó sin escatimar belleza. Los
textos contenidos en este libro son un ingrediente necesario para redondear en
nuestra memoria la calidad humana y creativa de una lagunera excepcional.
Las
fotografías de Eduardo Rioja son asimismo un viaje por el virtuosismo de la
maestra Pilar. Como dije al principio, la estaticidad de la fotografía es
vencida por el sujeto retratado, como si Pilar Rioja bailara en el instante
retenido, como si se negara a detenerse en la imagen. Quiero decir con esto que
las fotografías transmiten, no sé cómo, la sensación de movimiento, la
perfección motriz alcanzada por la maestra Pilar en diferentes obras y
escenarios. Y esto ocurre desde la portada, una imagen en la que la artista,
con una expresión de dolor contenido en el rostro, tiende una mano que sabemos
temblorosa por algún desgarramiento interior.
En
cada una de las fotos ocurre un fenómeno semejante: en ellas la maestra Pilar
se mueve, comunica pasión, entrega, entereza, luz interior y exterior. En la
foto de las páginas 10-11 vemos un vestido guinda extendido casi en la totalidad
de la fotografía: es como un mar de sangre movido por el cuerpo de la artista.
En la página 17 (y algunas otras) hay una foto tomada “con bulbo”, es decir,
con poca luz y el obturador abierto: en ella vemos que la maestra Pilar avanza
de derecha a izquierda y el prodigio de su mano derecha que se eleva hacia la
oscuridad del cielo. A doble página, la 24-25 nos muestra a la artista en pleno
giro, y al fondo su guitarrista rasgando las cuerdas para provocar la vibración
corporal de la bailarina. Y así todas las fotos, inmóviles instantes en
paradójico movimiento.
Puedo
seguir con la enumeración de las fotos de la maestra Pilar, pero prefiero que
las veamos directamente en el libro Remembranzas
y admiremos a la artista con sus diferentes vestuarios, en distintas puestas,
en instantes que retienen la pureza de su expresividad, el apasionamiento que
la movió a darnos, desde Torreón al mundo, el privilegio de su baile, la alta
belleza con la que nació el 13 de septiembre de 1932, hace justamente noventa
años.
Felicidades
al fotógrafo Eduardo Rioja Paradela y a todos los colaboradores (personas e
instituciones) que han hecho posible este valioso documento. La maestra Pilar
Rioja habita ya, para siempre, en estas páginas.
Comarca Lagunera, 18, diciembre y 2022
Texto leído el 19 de diciembre de 2019 en la presentación de este libro celebrada en el Archivo Municipal de Torreón. Participamos Cinthia Gaspar, el autor y yo.