Por más que hayan
producido, los grandes artistas suelen ser recordados por uno solo de sus
gestos. Picasso es “Las señoritas de Avignon”; Beethoven es “La novena
sinfonía”; Víctor Hugo es Jean Valjean; Duchamp es el mingitorio replanteado
como “La fuente” y Borges es, sin duda, “El Aleph”. Solemos, pues, identificar
a los monstruos apenas por una de sus obras y, a veces, por una partícula de esas
mismas obras. Así el abarrote, ¿qué pasa cuando pensamos en Alfred Hitchcock?
Sé que a nuestra memoria puede acudir una cascada de imágenes, pero hay una que
destaca entre todas las demás: Hitchcock es Psicosis
(1960), y, si me apuran un poco, Hitchcock es Marion Crane en la última ducha de
su vida.
Esa obra emblemática
del cineasta inglés —y podríamos decir que del cine en su totalidad— da pie a
Yussel Dardón para configurar el mecano narrativo titulado Motel Bates. Ya el título es, por supuesto, un tributo al amo y
señor del suspenso, pues ese peculiar inmueble es la locación en la que se dio
lugar la psicosis de Psicosis.
Libro ganador del
premio de cuento breve Julio Torri 2012, Motel
Bates es un objeto desconcertante sobre, creo, el desconcierto. Si algo tuvo
Psicosis y si algo tienen hoy los estroboscópicos
textos de Dardón es, precisamente, una mirada desconcertada y desconcertante
sobre el desconcierto que es la vida. Más allá del aparente y en apariencia
gratuito trabalenguas, Dardón nos hace deambular por sus páginas sin que
sepamos bien a bien qué hay detrás de cada puerta. Es un homenaje a Psicosis, film en el que, como bien
sabemos, las apariencias eran sólo eso: apariencias, fintas para el espectador
que a cada minuto, mientras avanza la película, se va topando con sorpresas y
más sorpresas, la mayoría, claro, terribles.
Hay una frase en el
epígrafe que justifica con inteligencia dos rasgos paradójicos de Motel Bates: justifica su unidad y su
fragmentarismo. En efecto, Hitchcock declaró, según el epígrafe de Dardón, y
acaso embusteramente, que no le interesaban los argumentos ni los personajes,
sino “que la unión de los trozos pudiera hacer gritar al público”. Digo que la
ejecución de Motel Bates se ajusta a
ese postulado: la unión de sus escenas, puestas todas en el mismo tono
narrativo y en la misma atmósfera, producen la sensación de desconcierto, de
irrealidad, de locura, tanto que uno termina por quedar cerca de una agitación
que casi llega al alarido.
Organizado en tres
estancias bien delimitadas, Motel Bates
tiene un tono delirante entre lo fantasmal, lo inconexo, lo perverso, lo
vesánico y lo simplemente enigmático. Da la impresión de ser una especie de
guion literario entrecortado, pesadillesco y vertiginoso, una pauta que reproduce
esa sutil acumulación de pequeños horrores que es el cine de Hitchcock. Es pues
un terreno narrativo pantanoso, denso, que genera una suerte de espesa neblina
entre el lector y lo descrito, de manera que asistimos a un desfile de figuras
que entran y salen de la escena sin un aparente hilo conductor. El hilo, en
todo caso, es el set, el motel escalofriante (metáfora de la vida, a mi
parecer) en el que ocurren los más disparatados acontecimientos y donde se nos
anuncia en varios “Atentos avisos” con estilo de guía turística, todo el
espanto que nos garantiza la radicación en ese inmueble.
Es, por todo, un libro
de difícil clasificación, genéricamente azogado, movedizo, tanto como la
sanguinosa imagen de su portada. ¿Son relatos? Sí y no, pues aunque se dejan
leer independientemente, cada uno guarda sutiles conexiones con la caldosa atmósfera
general del libro. ¿Es una novela? Sí y no, o al menos se trata, como dicen, de
un libro de relatos vía novela, dado que, aunque carezca de un argumento
explícito o personajes evidentemente destacables, no hay una trama, o si la
hay, está diluida casi hasta la invisibilidad. Digamos, por ejemplo, que esta
es una pieza más o menos habitual en Motel
Bates; es uno de los “atentos avisos” diseminados perturbadoramente en el
libro:
Motel Bates cuenta con
una colección de animales disecados que puede llevarse a su habitación para
dárselos a los niños, quienes tendrán un compañero de juego mientras usted
prepara los cuchillos con los que les arrancará la piel. Cada animal está
embalsamado con las mejores técnicas: rellenos de cabello, uñas y dientes
humanos. Los souvernirs siempre
sirven de algo en Motel Bates.
Es evidente la
referencia al documento real, el film —los animales del Norman hitchcockeano pasados por la taxidermia que en el final de Psicosis justifican la momificación de
la madre—, pero aquí tienen un sentido todavía más inquietante, más, digamos,
perturbado y perturbador. Es de notarse lo inclasificable del relato, que sólo
por obligación asocio al estilo de la guía turística, como dije antes, sin
aparentes nexos con el estilo narrativo.
Hay, incluso,
fragmentos que no participan de ese timbre y más bien parecen pequeñas piezas
aforísticas, textos con estilo expositivo, como “Apunte”, donde se remarca la
lejanía con respecto de lo narrativo:
Lo mínimo puede ser
causa de un gran suspenso, porque el pensamiento es un cameo, porque en los
sueños el sonido chirriante de los violines forma parte del impasse de la realidad.
En el suspenso
coexisten la prudencia y la desmesura de los eventos ocultos, el pensamiento
que se transforma en una obsesión, en una carga. Así, entre los cambios del
blanco y negro al techniocolor descubrimos el detalle, el guiño que si captamos
nos volverá cómplices.
Ser copartícipe de la
sospecha nos ubica en el límite del peligro, del riesgo.
El suspenso es detalle
y reflexión, causa y efecto.
Complicidad, al fin y
al cabo.
Libro breve pero
complejo, Motel Bates —título 471 del
Fondo Editorial Tierra Adentro— es una turbadora resemantización de Psicosis, una apuesta que condensa en
sus apretadas páginas, creo, esta alegoría brutal: el escenario donde Hitckcock
ubicó su cinta no es a secas un hotel cercano a la autopista, sino la vida misma,
ese sitio en el que abundan las dobles personalidades, las tragedias viscosas, las
fantasías terribles, las muertes gratuitas, las voces turbias provenientes del
recuerdo, los sujetos infantilmente desalmados, los desenlaces fatales y, en
suma y para decirlo pronto, la incertidumbre y el desconcierto, la imposibilidad
de saber qué es y para qué es el mundo que habitamos, este Motel Bates conocido más comúnmente como vida.
Comarca Lagunera, 18, octubre y 2013
Texto leído en la presentación de Motel Bates, Yussel Dardón, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2013, 74 pp., celebrada en el foyer del Teatro Nazas, de Torreón, el 18 de octubre de 2013.