Contra
mi costumbre, pues soy un hombre de palabras y no de cifras, comienzo este
saludo con algunos números. El primero es un dato que suelo compartir a mis
alumnos para tratar de que su orgullo por nuestra lengua se vea robustecido,
más ahora frente a los embates del inglés, idioma que en todos lados mete su
cuchara. Pues bien, les comento que el país con más hispanohablantes del
planeta es México. Esto es obvio, pero mis alumnos suelen no saberlo. Nuestro
país ocupa ese primer lugar sencillamente porque es el país hispanohablante más
poblado, esto con 130 millones de habitantes. Otras naciones están muy lejos de
nosotros: Colombia tiene 52 millones de hispanohablantes; Argentina, 45
millones; Cuba, 12; Nicaragua, 6; Uruguay, 4, por citar sólo algunos ejemplos
con cifras redondeadas. Incluso España, el país donde nació nuestra lengua hace
poco más de mil años, tiene apenas 47 millones, y algunos en conflicto porque
prefieren hablar y escribir en gallego, vasco o catalán, no en español.
¿Por
qué traigo los datos ya citados a la ocasión que nos convoca esta mañana? Sólo
para enfatizar que en algunos rubros nuestro país es un país inmenso, casi
inalcanzable por la mayoría de las naciones del mundo, no se diga de
Latinoamérica. Dados el tamaño de nuestro territorio y de nuestra población, no
debería resultarnos extraño —y sí enorgullecernos— la calidad de nuestra
cultura y el valor de muchas de nuestras instituciones. Una de ellas, no la
menos importante, es precisamente el Instituto Mexicano del Seguro Social.
Supongo
que todos sabemos de qué hablamos cuando hablamos del IMSS; miles más, miles
menos, el Instituto tiene un padrón de más de 50 millones de derechohabientes,
cifra muchas veces mayor, como ya vimos, a la cantidad de habitantes de varios
países latinoamericanos juntos. Para atender a tal universo de ciudadanos, el
IMSS cuenta con más de medio millón de trabajadores y se multiplica en todo el
suelo nacional en una infraestructura de miles de edificios entre hospitales, clínicas,
consultorios y espacios administrativos. Esta es la razón por la que nuestro Seguro
Social es el más grande de América Latina, y por mucho.
Luego
entonces, cómo no voy a sentirme honrado, y todavía muy sorprendido, de haber
escrito hace casi un cuarto de siglo la letra de su himno, una pieza literaria que
es la síntesis de su labor, el santo y seña poético del bienestar que a diario derrama
sobre México. Esto me lleva a recordar, así sea brevemente, cómo nació el
himno, por qué escribí lo que escribí.
Ha
pasado un cuarto de siglo desde que un sábado por la noche me senté a urdir las
estrofas del himno. Semanas antes, creo que de casualidad, me encontré con
Ricardo Serna y él me comentó que el IMSS había convocado a un concurso
nacional para crear la letra y la música de un himno. Me comentó que, si me
interesaba, yo podía escribir una letra a la que él añadiría la música. Pasaron
los días y, entre mis actividades de aquellos años (dar clases, escribir para
la prensa, editar libros, es decir, lo mismo que hago hoy) traté de incluir la
escritura del himno. Le di vueltas en la cabeza y no localizaba la idea justa,
así que pospuse la escritura de los versos. Sólo me rondaba una intuición,
cierta corazonada sobre el uso del lenguaje que se requería para cuajar la
letra. Los días transcurrieron y llegó un fin de semana en el que, gracias al
todavía razonable tamaño de nuestra ciudad, me topé otra vez de casualidad con
Ricardo Serna. En la plaza de la colonia Margaritas, lo recuerdo, él paseaba a
su hija y yo a la mía. Coincidimos en el área de los columpios, y fue allí,
mientras ambos mecíamos a nuestras respectivas hijas, donde Ricardo me comentó
que la convocatoria del IMSS estaba por cerrar. Sin saber por qué, le respondí
que no tardaría más, que en unos días o en unas horas le daría la letra. Ya con
prisa, pensé en lo que llevaba pensado, en la corazonada de la que hablé hace
diez renglones: el lenguaje de la letra no podía ceñirse al argot
administrativo o técnico, a las palabras que son inevitables en la comunicación
institucional pero que no son pertinentes en la confección poética de un himno.
Es decir, no sabía qué palabras iba a usar, pero sí sabía qué palabras no iba a
usar, palabras como eficiencia, desarrollo, servicio, tecnología,
organización y otras que acaso son ineludibles en informes y documentos de
carácter administrativo o técnico, como ya señalé, pero no en el arte. Ese era
mi punto de partida, y no tenía más, no tenía el tema o asunto que vertebraría
la composición. Busqué algunos datos, exploré en la historia del Instituto,
pero no me fue fácil dar con la idea definitiva. Así pues, como en el cuento
“La carta robada” de Edgar Alan Poe, no encontraba la idea precisamente porque
la tenía frente a mí, era obvia: vi el logo, el símbolo del IMSS, y en ese momento
sentí un inmenso eureka en mi corazón. Dije: aquí está el himno, en los
hermosos trazos del águila, la madre y su retoño que son el insuperable emblema
creado por Federico Cantú, artista regiomontano.
Lo
que siguió fue avanzar de lo general a lo particular, sugerir que el águila,
centro de nuestra bandera, simboliza al país; que la madre es el Instituto y
que el o la bebé somos nosotros, los ciudadanos protegidos por las alas del
águila y los brazos y el regazo de lo mejor que tiene nuestro país: la madre.
Al
escribir recordé lo mucho que me impresionaba la escultura de piedra del IMSS
ubicado al lado del bulevar Miguel Alemán, junto al hospital del Seguro en
Gómez Palacio. Yo era niño, mi madre me llevaba a las consultas con el tarjetón
rosa a la mano, y poco más adelante, cuando ya adolescente iba a jugar futbol y
a nadar en la alberca del IMSS, servicio que también disfruté, salía de allí y
la escultura me intrigaba, era un símbolo muy poderoso delante de mi percepción
de niño azorado ante el arte monumental.
Terminé
de escribir las tres estrofas y el coro, lo que indicaba la convocatoria; después
los pulí y al final envié la letra a Ricardo, quien le añadió una melodía
perfecta, dulce y enérgica a la vez, viva y estimulante. Él podrá contarnos
cómo procedió para vestir el desarrollo de los versos, qué hizo para realzarla
con el trazo musical que fluye de la suavidad a un in crescendo heroico.
Lo
demás es parte de otra historia. El resultado nos llegó un domingo, nuestro
himno se había impuesto ante más de 150 participantes, y poco después viajamos
a la Ciudad de México, donde en el Auditorio del IMSS nos premiaron y la
orquesta filarmónica del Estado de México, dirigida por el maestro Fernando
Lozano, interpretó el himno para hacer allí mismo, en vivo, la grabación
oficial.
Hace
24 años ocurrió lo que he narrado aquí. Y sigo asombrado: nací en un hospital
del IMSS, mi madre me llevaba a consulta con los médicos del IMSS, hice deporte
en las instalaciones del IMSS, muchas veces de niño vi con delectación la
escultura del símbolo en el IMSS gomezpalatino y al comienzo de este siglo
escribí el himno del IMSS, la instancia de salud pública más grande del mundo
hispánico. No puedo no estar agradecido con todo esto, y por supuesto lo siento
como un privilegio que me desborda, como uno de los mejores frutos de mi indeclinable
amor al castellano.
No
hace tanto, la Clínica de Especialidades del IMSS en Torreón me obsequió un
reconocimiento gracias a la iniciativa del licenciado Edson Calderón, abogado
del IMSS y hombre sensible al arte, a quien aquí reitero un agradecimiento dado
su permanente esfuerzo por visibilizar la coautoría lagunera del himno. Muchas
gracias ahora, por último, al IMSS por ser el corazón de México, su pilar más
importante, y mi gratitud para ustedes por la amabilidad de su presencia en
esta ceremonia.
Comarca Lagunera, 10, abril, 2024