domingo, febrero 10, 2013

Huerta en cuatro endecasílabos















En estos días de centenario de la Decena Trágica me ha reaparecido a cada rato la imagen de Victoriano Huerta. Creo entender por qué: su expresión torva y lo que hizo con ella es, a mi modesto juicio, uno de los actos más viles —o el más vil— que registre nuestra historia ya de por sí espesa de acciones miserables. Pero en Huerta mirando desde sus quevedos oscuros o claros noto una maldad cercana a lo diabólico, aunque sé que lo juzgo así no tanto a partir del estereotipo de militar pétreo que tenía, sino por lo que luego, en fechas como ésta pero de hace cien años, ejecutó para echar al suelo el primer conato democrático del siglo XX mexicano.
Pues bien, hoy, en el sopor de la siesta, me aparecieron como fugaz pesadilla o postpesadilla cuatro endecasílabos, una especie de definición muy adjetivada de lo que siento por nuestro más célebre usurpador. El primer sorprendido fui yo —quién más podría ser—, ya que no es común que me sobrevuelen versos medidos, sino ideas en prosa, relatos, opiniones, crónicas de lo que sea.
Antes de que la estrofa se escapara, encendí la computadora y la anoté, le apliqué un par de enmiendas y quedó así. Su valor, si alguno tiene, creo que está más en la anécdota que acabo de contar que en los versos en sí. Digamos que es la manifestación pesadillesca de un odio que en verdad sí guardo, sea cual sea el formato literario que yo use para repudiarlo, por aquel criminal histórico. Van los endecasílabos.

Sigue aquí, ruin, oculto tras la puerta
mirando con temible rostro duro
ese tipo cloacal de gesto oscuro
esa sierpe mendaz, el traidor Huerta.