sábado, noviembre 30, 2024

La novela de Cercas


 













El punto ciego (Random House, 2016, México, 139 pp.) debió ser el primer libro de Javier Cercas que debí leer, no el quinto, aunque tampoco era posible seguir este orden dado que los anteriores son esto, anteriores. Lo que quiero decir es que El punto ciego puede ser una adecuada introducción de Cercas a la obra de Cercas, y aún más: a sus obsesiones de lector, a sus filias y sus fobias como novelista, a su formación en general como hombre de imaginación y pensamiento, escritor ya famoso no sólo en el contexto de la hispanidad europea y americana, pues sus títulos han sido volcados a muchas lenguas.

Algo noté, claro, en Soldados de Salamina, Anatomía de un instante, La velocidad de la luz y El impostor, y lo que noté en estos cuatro libros es dilucidado en El punto ciego, libro cuyo eje es la reflexión sobre un rasgo fundamental en la novela que parte del Quijote y llega hasta nosotros en numerosas historias: el de la ambigüedad. Su material fue la base de lo que expuso en una serie de conferencias, las de la cátedra Weidenfeld en Literatura Europea Comparada de la Universidad de Oxford que “fue creada en 1994 por Lord Weidenfeld, el eminente editor, periodista y filántropo británico de origen austriaco. Desde su fundación ha sido ocupada sucesivamente por George Steiner, Martha C Nussbaum, Gabriel Josipovici, Amos Oz, Roberto Calasso, Umberto Eco, Nike Wagner, Robert Alter, Mario Vargas Llosa, Sander Gilman, Michele Le Doueff, Wolf Lepenies, Bernard Schlink, Marjorie Perloff, Roger Chartier, James Wood, Ali Smith, Don Paterson y Javier Cercas”.

La semblanza rápida de Cercas (Ibahernando, Cáceres, Extremadura, 1962) apunta que es profesor de literatura española en la Universidad de Gerona. Ha publicado ocho novelas: El móvil, El inquilino, El vientre de la ballena, Soldados de Salamina, La velocidad de la luz, Anatomía de un instante, Las leyes de la frontera y El impostor. Su obra consta también de un ensayo, La obra literaria de Gonzalo Suárez, y de tres volúmenes de carácter misceláneo: Una buena temporada, Relatos reales y La verdad de Agamenón. Sus libros han sido traducidos a más de treinta idiomas y han recibido numerosos premios nacionales e internacionales, dos de ellos al conjunto de su obra: el Premio Internazionale del Salone del Libro di Torino, en Italia, y el Prix Ulysse en Francia. Yo añado que en los próximos días estará en la FIL Guadalajara.

En El punto ciego, el autor extremeño ha dividido la exposición en cuatro partes y un epílogo. El meollo de cada sección es la idea de que la novela, la gran novela moderna, desde su nacimiento con el Quijote, es un relato organizado no para dar respuestas contundentes, irrefutables o taxativas, sino para insinuar preguntas, dudas y planteamientos que a su vez son reflejo de la vida y su esencial confusión, su inestabilidad y su incertidumbre. Cercas recurre en su exposición, sobre todo, a tres obras: el Quijote ya mencionada, Moby Dick y El proceso, libros en los que destaca “el punto ciego”, la imposibilidad de saber a las claras, en cada caso, si el caballero andante está loco o cuerdo, si la ballena encarna el bien o el mal y si Josef K. es culpable o inocente y de qué: en una palabra, el carácter necesariamente difuso de cualquier respuesta, esto “porque la novela es el género de las preguntas, no el de las respuestas: en rigor, la obligación de una novela no consiste en responder la pregunta que ella misma se plantea, sino en formularla con la mayor complejidad posible”, señala en la página 55.

Asimismo, mucho se detiene en su libro Anatomía de un instante que, pese a ser un trabajo voluminoso, sustancialmente describe el momento en el cual, mientras las balas tronaban a su alrededor, Adolfo Suárez se mantuvo sentado en su curul durante el golpe con tricornio de charol perpetrado el 23 de febrero de 1981 al Congreso de los Diputados en Madrid. La pregunta que flota en todo el libro es por qué Suárez no se movió, y para intentar responderla, aunque con toda intención sin lograrlo, Carcas escribió casi 400 páginas que fueron tenidas como crónica, reportaje y demás, pero no como novela aunque su autor, aquí, reitera que lo es.

El tercer capítulo aborda La ciudad y los perros como modelo de novela con punto ciego. Como al paso, aquí también comenta el hiato de tres siglos que padeció la novela en España luego de que Cervantes engendrara su libro capital. Inglaterra y Francia no demoraron en aprender la lección, el juego de ironía, incertidumbre y antidogmatismo que campea en el Quijote, mientras España se encerraba en las tiesas prescripciones del dogma religioso y monárquico. Hasta finales del siglo XIX comienza a despertar, y es a mediados del XX cuando aparecen en español, pero de este lado del charco, los autores que más influirían en Carcas porque han entendido bien, entre otras, la lección del punto ciego: Borges, Rulfo, Carpentier, García Márquez, Vargas Llosa y muchos otros cuyos apellidos conocemos.

El capítulo final es el que ofrece más ingrediente autobiográfico, es decir, en el que Cercas nos ofrece más evidencias sobre el descubrimiento de su vocación. Por lo que tuvo de dogmática, recuerda con rechazo (aunque luego aminora su dureza) la figura del intelectual representada por Sartre, y adhiere más bien a la del escritor posmoderno, imbuido de dudas e ironía y ya sin la prédica del compromiso a ultranza como soporte o corsé de la escritura.

Escritor inteligente, novelista de afilada prosa y buenas ideas, Cercas es un autor con el que podemos discrepar en más de un punto, pero sin duda, también, al que debemos observar. Yo lo he hecho así por culpa de Soldados de Salamina, libro que me fascinó/intrigó porque en él es evidente un gesto de suyo interesante, muy posmo y frecuente en los otros libros de Cercas: que nos cuenta una historia y al alimón nos cuenta cómo y por qué cuenta esa historia. No sé si esto también tiene que ver con el punto ciego, pero para mí es suficiente como ejemplo de novela con y sin ficción al mismo tiempo, moderna de los pies hasta la coronilla.