Como
sucede con las razas, no hay cultura que no sea mezcla de otras culturas, que
no sea combinación, el resultado de algún mestizaje. Sólo la ingenuidad lleva a
creer que esto no es así, que existe la posibilidad de que algo no sea producto
de dos o más ingredientes a la vez. En el libro Norte folk (ICED, 2023), Óscar Bonilla (Gómez Palacio, 1996) ha
procurado hibridar personajes legendarios de realidades alejadas para ubicarlos
en México, y más precisamente en el norte, y más todavía, en Torreón, lo que se
nota por la alusión a colonias y calles de esta localidad. El resultado de tal
alquimia es un lote de seis relatos breves que aquí procederé a sobrevolar.
Como
preámbulo debo señalar que los cuentos han sido construidos de manera lineal,
con una prosa pulcra y despojada, aunque en numerosos párrafos se perciba un
tenue impuslo poético principalmente cuando los personajes reflexionan sobre
alguna circunstancia de sus vidas; todos son como trozos de experiencia, como
crónicas de algún momento, así que acusan el guiño muy posmoderno de no urdir
la trama para la última línea o la sorpresa de nocaut (la trick story de O. Henry) ni de construir dos historias a la vez,
los famosos “dos hilos” de Piglia. En general, resumo, es fácil percibir estos
rasgos recurrentes: los personajes son hombres jóvenes; los entornos son convencionales,
casas, antros, colonias; la mayoría están narrados en primera persona; en casi
todos hay sexo, alcohol, música y drogas; en todos se culmina en alguna viscosa
forma de violencia y, por último, claro, en casi todas destacan hechos mágicos
o sobrenaturales, aunque más adelante aclararé que sobre esto podemos asumir
alguna reserva.
En
cuanto a lo folk del paratexto “título”—si
nos atenemos al origen arqueológico del neologismo propuesto en el siglo XIX y cuya
palabra derivada más conocida es folclor—, puede ser entendido como la gravitación de un rasgo popular/tradicional en la
cotidianidad de los personajes. Así el duende del primer relato, así el vampiro
del segundo, así la mandolina diabólica que viene del pasado nipón en el que,
según aquella cultura, ciertos objetos se animan luego de pasado un siglo, y así el
personaje genéricamente llamado “kappa” del cuento homónimo. Son presencias de
un contexto remoto pero ubicadas en un ámbito reconocible por nosotros en el
tiempo y el espacio, como ya lo observé hace dos párrafos. Ahora sí, echo un
vistazo a cada pieza.
“Kobold”,
duende en alemán, narra la historia de un joven, acaso adolescente, que se
traslada con sus padres de la Ciudad de México a un entorno que parece el
nuestro, desértico. El protagonista narrador es arrancado de su espacio y llega
a otro en el que habita una casa a la vez ya ocupada por un duende que canta
acompañado por un acordeón. Este ser fantástico le narra su historia, los
muchos años que pena solitario en ese lugar. El gnomo hace ruido, espanta a la
gente. La situación no es obstáculo para que el nuevo inquilino trabe amistad
con él, quien a su vez le hace un paradójico favor: permitir que la relación de
sus padres, ya mala, estalle y el joven se libre de la tortura diaria de presenciar
pleitos matrimoniales. A su vez, él gratifica al duende de una manera especial
que no adelanto.
En
“Vampiro” accedemos a una historia que podemos leer literalmente, decodificarla
como parodia. El vampiro se muestra ávido de sangre femenina y puesto a sufrir,
por falta de alimento, en nuestros andurriales. Mina, la mujer amada, lo ha
abandonado y el alcohol no alcanza a satisfacer las cuotas de su ingesta diaria.
Necesita sangre, y por ello sólo las mujeres de la noche pueden calmar el ansia
del protagonista, quien en realidad es un kótex humano. Se trata de un cuento
que sabe que es un cuento (el narrador omnisciente lo deja ver de manera
explícita: “pues, como todos los vampiros, el vampiro de este cuento es
vanidoso”) y que, como buen pastiche, busca nuestra sonrisa ante la comedia
trágica de un chupapubis contumaz.
El
cuento “Huli Jing” parece apartarse del registro fantástico o semifantástico de
los dos anteriores. Salvo por el pasaje onírico-simbólico del bosque y la
zorra, todo aquí es realista, casi casi de “palpitante actualidad”, para
decirlo con la manida fórmula de los noticieros provincianos. Un joven apenas
postadolescente tiene un amigo de ascendencia china. Radican en Torreón. El
amigo a su vez tiene una sabrosa prima que ya estudia periodismo en la Ciudad
de México y, dada tal vivencia, ella parece algo adelantada en su visión del
mundo y en materia de reventón alcohólico y sexual. El personaje narrador
soborna con la Play Station al amigo, se la presta durante todo el verano, con tal
de tenerlo como Celestino. Él le presenta a la prima, quien muy pronto asume
esta dinámica: entre que juega y toma en serio al protagonista. La fluctuación
entre su mundo aniñado y burgués (snob
en el abuso del inglés de serie televisiva) y cierta mirada irónica sobre la
realidad social tornan un tanto inverosímiles las reflexiones del personaje,
quien al mismo tiempo que juega Play es capaz de percibir en los estudios de
periodismo, por ejemplo, un costado “romántico y miserable”. En este sentido
vale enfatizar que los relatos en primera persona ponen en riesgo la
verosimilitud cuando la circunstancia del personaje, o su habla, no parece
cuadrar con lo que afirma y por qué y para quién lo afirma.
“Tsukumogami”,
el relato más largo de Norte folk,
desafía, como divertimento que camina por la cornisa, las leyes de la
verosimilitud a menos de que aceptemos leerlo en clave onírica y suspendamos de manera tajante nuestra incredulidad. Un joven músico de
rock, guitarrista y compositor, se encuentra bloqueado, las letras no fluyen de
su imaginación. Aparece un amigo de origen japonés, Jorge Takahashi, quien asombrosamente
se dedica a la trata de blancas y le regala una mandolina al parecer añeja que
perteneció a su familia. Hasta aquí todo parece más o menos convencional, pero
luego sobreviene un hecho extraño, ambiguo: su guitarra eléctrica amanece
destrozada por razones misteriosas. A partir de aquí el relato agarra otro
camino: la fuerza mágica (como en El
ángel exterminador de Buñuel o en “Casa tomada” de Cortázar, por citar dos célebres
ejemplos de esta índole) pasa a ocupar el centro de la escena; esta fuerza en realidad es la mandolina que hace de las suyas, empieza a demoler
todo y provocar situaciones tan alucinantes como surrealistas en sentido casi
estricto, es decir, que parecen sometidas a la desmesura de los sueños.
En el relato “Kappa” aparece otro personaje de la cultura japonesa tradicional. El kappa es una criatura de tamaño infantil, con caparazón de tortuga, dedos unidos con pellejo (como los de los patos) y una especie de agujero o cuenco en la cabeza, que siempre debe traer lleno de agua. Es experto en tropelías, en destrozos sociales. Uno de estos seres llega acá, a nuestro rancho, no sabemos cómo, y luego de ser exhibido y vejado de muchas formas, como el angelote de García Márquez, se escapa y acomete una multitudinaria venganza. Este tipo de cuentos, para ser eficaces, deben ser leídos sin adarme de escepticismo, como fantasías puras o como símbolos de algo que no alcanzo por ahora a discernir. Atrevo sin embargo una hipótesis: el kappa del cuento es sometido a humillaciones que generan en él resentimiento y azuzan su vocación de serial killer. ¿Esto es una metáfora de los linchamientos, por ejemplo, en las redes y el odio a la sociedad que se gesta en quien los padece? No sé, así que quizá sea mejor pensar en una fantasía literal, sin mensaje agazapado.
La
última pieza del libro, “Mr. Hemingway”, también posibilita la lectura
múltiple: literal, fantástica pura, simbólica, delirante, surrealista… Todo
comienza como un suceso convencional: una familia recoge a un cachorro, Mr.
Hemingway, y no pasa mucho tiempo para que el animal, o lo que sea que es,
tenga sin antecedente previo un comportamiento humano. El narrador trabaja en
una empresa automotriz y quiere progresar allí, obtener un ascenso. Un día se
da esta oportunidad y en vez de ser elegido para el nuevo puesto, quien lo obtiene
es Mr. Hemingway, el animal o lo que sea que es. Insisto: no sé si no alcanzo a
precisar qué hay detrás de la anécdota, pues este tipo de textos desafía tanto
que termina por insinuar 1) que es muy denso, o 2), que incurre en el facilismo
de exponer lo que sea en el entendido de que cualquier situación incomprensible
podría esconder una perla para el entendimiento del lector.
Comencé
este comentario con una afirmación sobre el hibridismo cultural. En Norte folk tal observación es visible
desde el título, pues sus piezas, la mayoría al menos, establecen un diálogo
entre nuestro entorno y personajes engendrados por culturas remotas, lo que
muestra el interés de Óscar Bonilla (que es un interés saliente en su
generación) en realidades como la japonesa que tanto ha gravitado recientemente,
como reflejo de su poder económico, por el cine, la literatura y sobre todo por la historieta llamada, hasta donde sé, manga
o algo así.
Felicito
al autor gomezpalatino por expandir su inquietud y sus temáticas más allá de
nuestros tristes cerros. Ojalá que ustedes puedan asomarse a los espesos y
pesadillescos microcosmos de Norte folk.
Nota.
Texto leído en la presentación de Norte
folk en la que también participaron Nadia Contreras y el autor; se celebró
el 21 de noviembre de 2024 en el auditorio Jorge Méndez del Centro Cultural
José R. Mijares, Torreón.