En
noviembre tenemos dos fiestas, una religiosa y otra cívica. La primera, el Día
de los muertos, pasó ya, y la segunda, el aniversario de la Revolución
Mexicana, se conmemora hoy. Sobre el “día de finados”, como dicen en nuestros
ranchos, se me quedó esto en el tintero.
Algunos
amigos y otros no tanto me preguntaron antes del 2 de noviembre el significado
del día de muertos y todo eso que, suponemos, es nuestro y se ve amenazado por
el intruso Halloween. Dije lo que pude, siempre en la idea de que, si me dan a
escoger, prefiero la ritualidad local que la forastera, pues más allá de que
nos guste o no, es la que abraza elementos propios de la vida material de
México. Sé que ahora son frecuentes los cruces, las mixturas, eso que deriva en
lo que antropólogos como Néstor García Canclini llaman “cultura híbrida”, pero
a fuerza de ser sincero creo que el Halloween es demasiado artificioso, ajeno y
mercantil como para adoptarlo o siquiera mezclarlo con la tradición mortuoria
nacional. La relación que el mexicano ha tenido con la muerte es
suficientemente barroca como para añadirle ingredientes externos.
Ahora
bien, lo que no me gusta es que, entre otras adulteraciones, algunos rasgos más
o menos estandarizados del Día de muertos mexicano se vean atravesados por la
mecanización, pues si algo agrada en un altar, por ejemplo, es que se le note
“mano” o trabajo artesanal. Ahora más que en otros años, vi altares que sumaban
cromos de imprenta con imágenes de calaveras nada creativas, o esto que me
parece el colmo de la frialdad: papel picado hecho en serie, con dibujos
perfectos, perforados seguramente con la técnica que en impresión es conocida
como “suaje” o “troquel” (véase en la foto que son decenas de hojas de papel de
China perforadas de un jalón). El chiste del papel picado es desafiar la
creatividad de quien lo trabaja, propiciar en él un esfuerzo que dé como
resultado figuras llamativas y coloridas hechas a mano, ar-te-sa-na-les. He
visto, aunque en menor cantidad, frutas de plástico, cabezas de calabaza,
brujitas en escobas y algún otro adorno más halloweenero que mexicano. Lo que
me apura, en suma, es que dentro de algunos años terminemos dependiendo de los
chinos y sus materiales precocidos para mantener vivas las festividades que
mejor nos pintan.