No
es infrecuente que en las entrevistas a los escritores se les pregunte si
tienen algún tipo de ritual para que las musas acudan y ayuden a trabajar.
Algunos responden que no, que simplemente se sientan frente al teclado y
comienzan a fluir las palabras por sus brazos, esto sin importar ninguna
situación externa como el horario, el ruido, la música, el calor, el frío, el
alcohol, el café, el cigarrillo o cualquier otro tipo de estimulante. Otros
más, quizá la mayoría, expresa que si no se presentan ciertas condiciones, las
que cada cual ha elegido, son incapaces de parir un solo párrafo.
Entre
los dos extremos, claro, hay puntos intermedios, tipos que se muestran
favorecidos por alguna condición que, si no se da, de todos modos no quedan
anulados, pues se fuerzan a escribir más allá de las cábalas personales o de
las circunstancias que bombardean desde el exterior.
Leo
ahora un brevísimo libro de Osvaldo Soriano titulado Soriano por Soriano, obviamente autobiográfico. Allí, en uno de sus
pasajes hace una afirmación que me gustaría compartir tal cual: “Hoy me
enorgullezco de no haber escrito jamás una línea en horas de la mañana. Parece
un orgullo esnob pero yo sé que, si lo intentara, saldrían sólo disparates. Lo
más temprano que llego a escribir es a las seis o siete de la tarde, y escribo
mejor cuando me encierro en lugares extraños, que alquilo o me prestan. Si no
conozco a nadie y no hay teléfono, mejor. Chandler recomendaba a los escritores
un método que le parecía infalible para vencer la pereza: encerrarse en su
cuarto y no hacer nada. En ese juego está permitido no escribir, pero
totalmente prohibido hacer otra cosa. Ni leer, ni ver películas, ni hablar por
teléfono, ni revisar la contabilidad. Nada que no sea rascarse, mirar el techo,
prender y apagar la luz y fumar cigarrillos. Al cabo, pensaba Chandler, uno se
harta de no hacer nada y se pone a trabajar”.
Esto lo escribió Soriano cuando internet estaba a punto de entrar a saco en la vida de la humanidad, así que el método de Chandler ahora debe añadir la prohibición del celular. Si no es así, su prescripción resultará derrotada sin piedad por las notificaciones que hoy, para cualquiera, no sólo para los escritores, son el gran enemigo de cualquier concentración.