Hace
veinte años, el 15 de mayo de 2004, pisé por primera vez suelo argentino. Entre
esa fecha y el presente ha cabido, creo, casi una decena de viajes al mismo país, del
que además de la Capital Federal he podido visitar las ciudades de Tucumán,
Santiago del Estero, Morón, Tigre, Hurlingham, Ituzaingó, La Matanza, Mendoza,
Córdoba y Altagracia, hasta donde recuerdo. Acá tengo muchos amigos, casi todos
relacionados con la literatura y el periodismo. Sobre muchos de ellos, y sobre
diversas realidades del país, he escrito decenas de textos diversificados en
crónicas, reseñas, artículos e incluso algunos cuentos, casi todos publicados
en esta ya longeva columna.
Mi
relación con la Argentina no cuajó de una manera intencional. Se fue dando sin
querer, más bien. Un día por el futbol, otro por la música y uno más por la
literatura o la política, noté que me atraían su historia y su cultura, y
cuando me di cuenta ya estaba inmiscuido en un conocimiento más o menos amplio
sobre su realidad pasada y actual, tan convulsa como estimulante.
En
2004 cumplí 40 años en la ciudad de Tucumán. Ahora, el jueves 23 de mayo,
cumpliré 60 en la Capital Federal. Así, habrán pasado ya veinte años de viajes,
libros y conversaciones en un país que luego me he esforzado en conocer, no en
querer, que esto se ha dado sin obstáculos, como se da todo en las amistades
largas y leales.
Los
primeros tres viajes fueron ideados originalmente por mi amigo David
Lagmanovich, escritor y académico con quien comencé una amistad epistolar, de
mail, a partir del nuevo siglo. Durante diez años, desde el 2000 hasta el 2010,
cuando murió, los mensajes entre David y yo se cruzaron abundantemente, al
ritmo de dos o tres cartas por semana. Nuestro diálogo comenzó por la
literatura, pero poco a poco avanzó hacia la confianza que permite el
adentramiento en lo personal, incluso en lo familiar. Fue en una de esas cartas
donde David me convidó a visitarlo, a conocernos. Él era pieza fundamental en
la organización de un encuentro de escritores que se celebraría en Tucumán, y
me envió la invitación oficial y los detalles de la cita literaria. David era
ya un hombre entrado en edad. Había nacido en la provincia de Córdoba, en 1927,
se habían criado en la de San Miguel de Tucumán, y había pasado buena parte de
su vida, junto a su esposa y sus hijos, trabajando en universidades de Estados
Unidos, Europa y Latinoamérica, hasta que ya jubilado volvió a las tierras
tucumanas. A mi parecer, su erudición lo abarcaba todo, de manera que yo me
sentía —porque lo era— privilegiado con su amistad de viejo lobo literario.
Viajé
de Torreón a la Ciudad de México el 14 de mayo de 2004; el avión a la Argentina
voló de día, así que llegué a su capital en la madrugada, el 15 de mayo. Seguí
al pie de la letra las instrucciones que por la vía del correo electrónico me
dio David, y ya en Buenos Aires amanecí en un pequeño hotel casi aledaño a la
Avenida de Mayo, en la calle Tacuarí. Los dos o tres primeros días los pasé en
ese entorno, fui al café Tortoni, caminé la Plaza de Mayo, la peatonal Florida,
el café London City que era frecuentado por Cortázar, el rumbo del Obelisco,
las incesantes librerías de Corrientes. Ese mundo me fascinó y me asustó al
mismo tiempo. Luego llegó el día de apersonarme en la terminal de Retiro para
tomar un autobús a Tucumán, donde me fumé quince horas de madrugada por
territorio argentino.
Así
conocí personalmente a David, y en el encuentro de escritores cuya sede fue la
Universidad Nacional de Tucumán, comencé a trabar amistad con otros escritores
con quienes hasta hoy tengo contacto, como Rogelio Ramos Signes, Julio Estefan
y Juan Pablo Neyret.
Al
viaje de 2004 le siguieron otros, y en cada uno se sumaron experiencias,
anécdotas, presentaciones, amigos, libros, palabras e incluso partidos de
futbol. Hoy estoy de nuevo acá, y como pasa siempre que estoy acá y a punto de partir
a La Laguna: pienso que puede ser el último viaje, el último saludo de mano a
la Argentina. Pero ojalá no, pues siempre que me voy quiero —como dice el tango
insignia de Gardel— volver.
Nota. La foto, tomada frente al Congreso de la Nación por mi hija mayor, es de uno de los dos viajes que hice en 2011.