sábado, mayo 18, 2024

Veinte años no es nada










Hace veinte años, el 15 de mayo de 2004, pisé por primera vez suelo argentino. Entre esa fecha y el presente ha cabido, creo, casi una decena de viajes al mismo país, del que además de la Capital Federal he podido visitar las ciudades de Tucumán, Santiago del Estero, Morón, Tigre, Hurlingham, Ituzaingó, La Matanza, Mendoza, Córdoba y Altagracia, hasta donde recuerdo. Acá tengo muchos amigos, casi todos relacionados con la literatura y el periodismo. Sobre muchos de ellos, y sobre diversas realidades del país, he escrito decenas de textos diversificados en crónicas, reseñas, artículos e incluso algunos cuentos, casi todos publicados en esta ya longeva columna.

Mi relación con la Argentina no cuajó de una manera intencional. Se fue dando sin querer, más bien. Un día por el futbol, otro por la música y uno más por la literatura o la política, noté que me atraían su historia y su cultura, y cuando me di cuenta ya estaba inmiscuido en un conocimiento más o menos amplio sobre su realidad pasada y actual, tan convulsa como estimulante.

En 2004 cumplí 40 años en la ciudad de Tucumán. Ahora, el jueves 23 de mayo, cumpliré 60 en la Capital Federal. Así, habrán pasado ya veinte años de viajes, libros y conversaciones en un país que luego me he esforzado en conocer, no en querer, que esto se ha dado sin obstáculos, como se da todo en las amistades largas y leales.

Los primeros tres viajes fueron ideados originalmente por mi amigo David Lagmanovich, escritor y académico con quien comencé una amistad epistolar, de mail, a partir del nuevo siglo. Durante diez años, desde el 2000 hasta el 2010, cuando murió, los mensajes entre David y yo se cruzaron abundantemente, al ritmo de dos o tres cartas por semana. Nuestro diálogo comenzó por la literatura, pero poco a poco avanzó hacia la confianza que permite el adentramiento en lo personal, incluso en lo familiar. Fue en una de esas cartas donde David me convidó a visitarlo, a conocernos. Él era pieza fundamental en la organización de un encuentro de escritores que se celebraría en Tucumán, y me envió la invitación oficial y los detalles de la cita literaria. David era ya un hombre entrado en edad. Había nacido en la provincia de Córdoba, en 1927, se habían criado en la de San Miguel de Tucumán, y había pasado buena parte de su vida, junto a su esposa y sus hijos, trabajando en universidades de Estados Unidos, Europa y Latinoamérica, hasta que ya jubilado volvió a las tierras tucumanas. A mi parecer, su erudición lo abarcaba todo, de manera que yo me sentía —porque lo era— privilegiado con su amistad de viejo lobo literario.

Viajé de Torreón a la Ciudad de México el 14 de mayo de 2004; el avión a la Argentina voló de día, así que llegué a su capital en la madrugada, el 15 de mayo. Seguí al pie de la letra las instrucciones que por la vía del correo electrónico me dio David, y ya en Buenos Aires amanecí en un pequeño hotel casi aledaño a la Avenida de Mayo, en la calle Tacuarí. Los dos o tres primeros días los pasé en ese entorno, fui al café Tortoni, caminé la Plaza de Mayo, la peatonal Florida, el café London City que era frecuentado por Cortázar, el rumbo del Obelisco, las incesantes librerías de Corrientes. Ese mundo me fascinó y me asustó al mismo tiempo. Luego llegó el día de apersonarme en la terminal de Retiro para tomar un autobús a Tucumán, donde me fumé quince horas de madrugada por territorio argentino.

Así conocí personalmente a David, y en el encuentro de escritores cuya sede fue la Universidad Nacional de Tucumán, comencé a trabar amistad con otros escritores con quienes hasta hoy tengo contacto, como Rogelio Ramos Signes, Julio Estefan y Juan Pablo Neyret.

Al viaje de 2004 le siguieron otros, y en cada uno se sumaron experiencias, anécdotas, presentaciones, amigos, libros, palabras e incluso partidos de futbol. Hoy estoy de nuevo acá, y como pasa siempre que estoy acá y a punto de partir a La Laguna: pienso que puede ser el último viaje, el último saludo de mano a la Argentina. Pero ojalá no, pues siempre que me voy quiero —como dice el tango insignia de Gardel— volver.

Nota. La foto, tomada frente al Congreso de la Nación por mi hija mayor, es de uno de los dos viajes que hice en 2011.