sábado, mayo 11, 2024

Sontag, libros, lectura y JLB

 









A veces parece que la vida tiene una programación, un plan meticuloso en el que no intervienen los caprichos del azar. Ayer participé en una mesa de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y vi oportuno cerrar mi tiempo con la lectura de una de las piezas instaladas en mi Monterrosaurio (Arteletra, Torreón, 2007), librito que contiene un deliberado, amplio y por ello juguetón estudio sobre “El dinosaurio” de Monterroso y, al final, 85 variaciones mías sobre el cuento brevísimo por antonomasia de la literatura en español. Una de las últimas lleva como título “Borges”, y antes de leerla señalé, sin énfasis pero seguro de lo que decía y ante quiénes lo decía, que la pieza se refería al más grande de todos: “Cuando falleció, el otro Borges todavía estaba allí”, en alusión intertextual, claro, al famoso relato del mismo Borges. La ocurrencia fue recibida, creo, con gusto, y así cerré mi oportunidad ante el micrófono.

Unas dos horas después, ya en la cama, le eché un vistazo de rutina a Facebook y me topé con uno de los aportes buenos que no infrecuentemente tiene esa red social. Es una carta de la escritora norteamericana Susan Sontag a Borges. La fecha en 1996, diez años después de la muerte del argentino. Se trata, pues, de una misiva dirigida a un interlocutor inexistente, aunque en lo literario plenamente vivo. Lo que me asombró de la carta es lo evidente: poco tiempo antes yo había subrayado que se trataba del más grande, y al llegar a casa, no siento que por travesuras del algoritmo, el texto de Sontag prácticamente decía lo mismo.

Después del “Querido Borges”, señala: “Dado que siempre colocaron a su literatura bajo el signo de la eternidad, no parece demasiado extraño dirigirle una carta. Si alguna vez un contemporáneo parecía destinado a la inmortalidad literaria, ese era usted. Usted era en gran medida el producto de su tiempo, de su cultura y, sin embargo, sabía cómo trascender su tiempo, su cultura, de un modo que resulta bastante mágico. Esto tenía algo que ver con la apertura y la generosidad de su atención. Era el menos egocéntrico, el más transparente de los escritores... así como el más artístico”.

Al referirse a la modestia de Borges, una modestia que asombrosamente uno sí cree genuina, comenta: “Esa modestia era parte de la seguridad de su presencia. Usted era un descubridor de nuevas alegrías. Un pesimismo tan profundo, tan sereno como el suyo no necesitaba ser indignante. Más bien, tenía que ser inventivo... y usted era, por sobre todo, inventivo. La serenidad y la trascendencia del ser que usted encontró son, para mí, ejemplares. Usted demostró de qué manera no es necesario ser infeliz, aunque uno pueda ser completamente perspicaz y esclarecido sobre lo terrible que es todo. En alguna parte usted dijo que un escritor debe pensar que cualquier cosa que le suceda es un recurso. (Estaba hablando de su ceguera.)”

Sontag avanza en su carta “a Borges” y se queja de la situación del libro y la lectura. Ve con pesadumbre el desdén de la gente y el avance del libro digital, electrónico, y supone que el libro interactivo, en pantalla, se sumará a los productos televisivos y publicitarios.

Y cierra: “Querido Borges, por favor entienda que no me da placer quejarme. Pero, ¿a quién podrían estar mejor dirigidas estas quejas sobre el destino de los libros —de la lectura en sí— que a usted? (Borges, son diez años.) Todo lo que quiero decir es que lo extrañamos. Yo lo extraño. Usted sigue marcando una diferencia. Estamos entrando en una era extraña, el siglo XXI. Pondrá a prueba el alma de maneras inéditas. Pero, le prometo, algunos de nosotros no vamos a abandonar la Gran Biblioteca. Y usted seguirá siendo nuestro modelo y nuestro héroe”.

Ha pasado el tiempo y el libro de papel sigue en pie, todavía firme ante el digital, aunque ciertamente la lectura, como acto, se encuentra en una etapa dura frente a la superabundancia de imágenes y distractores fofos. No sabemos a dónde parará esto, pero en lo que sí podemos estar de acuerdo es en que JLB sigue siendo un faro, el más alto que tenemos a la mano como guía del libro y la lectura.