sábado, junio 08, 2024

David, mail y conclusiones

 











Como humilde tributo, tuve dos veces la oportunidad de mencionar a David Lagmanovich (Huinca Renancó, Córdoba, Argentina, 1927-San Miguel de Tucumán, Argentina, 2010) durante mi reciente viaje a la Argentina. La primera y más importante, el 9 de mayo en una mesa organizada dentro de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. La verdad es que desde el año 2000 tengo muy presente a David. Además de vernos tres veces en persona, recibí su lúcida amistad, por mail, durante la década final de su vida, y no dudo en confesar que, como amigo y maestro, fue un ser humano decisivo en mi vida.

David practicaba la buena y ya casi olvidada buena costumbre de enviar cartas. Por correo electrónico, obvio. De haberse dado en estos tiempos, aquel diálogo virtual quizá se hubiera visto entorpecido por Whatsapp, que, sospecho, acelera y atropella tanto la interlocución que al final es imposible saber de qué se habló, hallar un hilo conductor en las conversaciones. Por mail todavía era, y es, posible dialogar con cierta morosidad y hondura, como lo hacía David y como yo trataba de corresponderle (aunque, claro, sin su sabiduría).

Veo un ejemplo de los muchos que quedaron resguardados en la bandeja de mi correo electrónico. En una carta de enero de 2008, escribió: “Acabo de terminar de leer la tercera de las tres novelas de Ross Macdonald, protagonizadas por el detective Lew Archer, que forman un volumen encuadernado de la colección de la Biblioteca de Letras. Las tres novelas son: The Galton Case, The Chill, y Black Money. A veces tienden a ser demasiado enredadas, pero están llenas de inteligencia y de un agudo estudio de la naturaleza humana. También, de momentos y frases dignos de ser recordados.

Anteriormente leí una selección de cuentos tempranos de Raymond Chandler —el nombre del libro es Trouble Is My Business, y se completa con otro titulado Red Wind, que no saqué de la biblioteca por error— y en donde los protagonistas son varios detectives, todos parecidos entre sí, y anteriores al definitivo Philip Marlowe”.

Sin detenerse mucho, pero con agudeza, David comenta sus lecturas de aquellos días. En sus palabras se nota el deseo de compartir algunas veloces impresiones de lector. Sigue:

“Otra cosa que leí, como parte de estos entretenimientos del verano, fueron los Aforismos de Lichtenberg, que antes había consultado algunas veces, pero ahora lo leí íntegramente. Verdaderamente notable.

Ahora me queda por leer el último libro que me traje de la BdeL, también un ‘omnibus’ como los llaman en Estados Unidos, y que contiene tres novelas de mi admirada Ruth Rendell. Estoy disfrutando de estas lecturas, porque en los últimos años casi no he leído nada que no fuera por obligación, es decir, en relación con algún trabajo que estuviera haciendo. Esto, en cambio, es esparcimiento”.

Dos o tres conclusiones de mi parte: extraño aquel tipo de charla epistolar, los maestros son maestros para siempre y uno debe leer también, aunque sea de vez en cuando, por puro esparcimiento.