Como
humilde tributo, tuve dos veces la oportunidad de mencionar a David Lagmanovich
(Huinca Renancó, Córdoba, Argentina, 1927-San Miguel de Tucumán, Argentina,
2010) durante mi reciente viaje a la Argentina. La primera y más importante, el
9 de mayo en una mesa organizada dentro de la Feria Internacional del Libro de
Buenos Aires. La verdad es que desde el año 2000 tengo muy presente a David.
Además de vernos tres veces en persona, recibí su lúcida amistad, por mail,
durante la década final de su vida, y no dudo en confesar que, como amigo y
maestro, fue un ser humano decisivo en mi vida.
David
practicaba la buena y ya casi olvidada buena costumbre de enviar cartas. Por correo
electrónico, obvio. De haberse dado en estos tiempos, aquel diálogo virtual
quizá se hubiera visto entorpecido por Whatsapp, que, sospecho, acelera y
atropella tanto la interlocución que al final es imposible saber de qué se
habló, hallar un hilo conductor en las conversaciones. Por mail todavía era, y
es, posible dialogar con cierta morosidad y hondura, como lo hacía David y como
yo trataba de corresponderle (aunque, claro, sin su sabiduría).
Veo
un ejemplo de los muchos que quedaron resguardados en la bandeja de mi correo
electrónico. En una carta de enero de 2008, escribió: “Acabo de terminar de
leer la tercera de las tres novelas de Ross Macdonald, protagonizadas por el
detective Lew Archer, que forman un volumen encuadernado de la colección de la
Biblioteca de Letras. Las tres novelas son: The Galton Case, The Chill, y Black
Money. A veces tienden a ser demasiado enredadas, pero están llenas de
inteligencia y de un agudo estudio de la naturaleza humana. También, de
momentos y frases dignos de ser recordados.
Anteriormente
leí una selección de cuentos tempranos de Raymond Chandler —el nombre del libro
es Trouble Is My Business, y se completa con otro
titulado Red Wind, que no saqué de la biblioteca por error— y
en donde los protagonistas son varios detectives, todos parecidos entre sí, y
anteriores al definitivo Philip Marlowe”.
Sin
detenerse mucho, pero con agudeza, David comenta sus lecturas de aquellos
días. En sus palabras se nota el deseo de compartir algunas veloces impresiones
de lector. Sigue:
“Otra
cosa que leí, como parte de estos entretenimientos del verano, fueron los Aforismos de
Lichtenberg, que antes había consultado algunas veces, pero ahora lo leí
íntegramente. Verdaderamente notable.
Ahora
me queda por leer el último libro que me traje de la BdeL, también un ‘omnibus’
como los llaman en Estados Unidos, y que contiene tres novelas de mi admirada
Ruth Rendell. Estoy disfrutando de estas lecturas, porque en los últimos años
casi no he leído nada que no fuera por obligación, es decir, en relación con
algún trabajo que estuviera haciendo. Esto, en cambio, es esparcimiento”.
Dos o tres conclusiones de mi parte: extraño aquel tipo de charla epistolar, los maestros son maestros para siempre y uno debe leer también, aunque sea de vez en cuando, por puro esparcimiento.