miércoles, junio 12, 2024

La tentación de releer(me)

 











En una entrevista de radio fui impelido a decir, de memoria, al menos un fragmento de alguna de mis piezas literarias. Defraudé la petición con una verdad: jamás he memorizado nada de lo que he escrito, creo que ni una línea. Esto se debe a la mala memoria y al pudor: si voy a gastar tiempo y neuronas en retener literatura, prefiero, como le he hecho, que sea de algún escritor admirable, no incierto material propio.

Por supuesto que releer la obra personal —para corregirla, no para memorizarla— es parte ineludible del oficio. Esto que ahora escribo para la prensa lo reviso tres o cuatro veces antes de enviarlo al matadero de la publicación. No hay tiempo para más. Con los libros, la relectura para revisar y corregir da mayores márgenes, y sé, porque esto hago, que un libro puede ser leído quince, veinte veces o más cuando es posible o cuando no cede la inseguridad sobre el valor de su contenido.

Ya publicado, la cosa cambia. En mi caso, sufro una especie de aversión a su relectura, como si al llegar a la condición de libro la escritura se desprendiera para siempre de mi ser, tanto que el miedo a reencontrarla muta a pavor. Pero hay una excepción, debo reconocerlo. Ocurre cuando regalo algún libro (de mi autoría, digo) a alguien que admiro. Más de una vez —hace poco lo viví en un par de ocasiones— me veo tentado a pasar la vista por sus páginas para sentir en mi fuero íntimo si algún párrafo tomado y leído al azar no suena mal, para leer como si leyera quien recibió el obsequio. A veces me arrepiento, a veces no, y respiro aliviado como creyendo ingenuamente que al no decepcionarme no decepcionaré. Este es un lío en el que se mezcla la inseguridad, el ego, la incertidumbre, el deseo de ser grato y la tenaz sombra de la frustración.

Hay otro caso excepcional: cuando se abre la posibilidad de reeditar un libro. Esto lo he vivido al menos cinco veces, y en todos los casos por supuesto que aprovecho la circunstancia para releer y pulir con un criterio: sumar la menor cantidad posible de modificaciones, de preferencia todas leves. La labor en tales casos no ha sido traumática, y esto lo atribuyo al hecho obvio de que ya alguna vez, en su primera edición, el material fue celosamente revisado, con lupa a veces, de modo que la lectura previa a la reedición no es un trabajo áspero. Eso sí: jamás queda firme, sólida, la certeza de su calidad final. A lo mucho, el único dividendo obtenido es saber que se hizo lo que se pudo con mirada autocrítica, sin el chantaje interior dictado por la vanidad.