El título tributa un homenaje numérico y
fonético a los Doce cuentos peregrinos
de García Márquez, y temáticamente es un libro en algún sentido próximo a Dublineses, Montevideanos y Tijuanenses, racimos en los que sus
autores (James Joyce, Mario Benedetti y Federico Campbell, respectivamente)
sobrevuelan sus espacios de vida/memoria y desarrollan pequeñas anécdotas que
no por locales dejan de ser universales. El libro 12 cuentos mercedinos (Editorial Gato Blanco, México, 2018, 103
pp.), de Hernán Casciari (Mercedes, Provincia de Buenos Aires, 1971), pertenece
a esa camada: la de los libros en los que el autor cuenta historias en las que
se siente o presiente un telón de fondo territorial, un entorno, un origen, en
este caso la ciudad de Mercedes ubicada a cien kilómetros de la Capital Federal
argentina. Dicho sea de paso, Mercedes ha sido la cuna de personajes como el expresidente Héctor Cámpora, el historiador Felipe Pigna, el político Eduardo de Pedro y el genocida Jorge Rafael Videla.
El primero, “La verdadera edad de los países”,
no parece tanto un cuento, sino una especie de artículo de prensa muy creativo.
Desde su arranque tiene este tono y aborda así a los países, como si fueran los
ciudadanos de un gran vecindario: “Francia es una separada de treinta y seis
años, más puta que las gallinas, pero muy respetada en el ámbito profesional.
Es amante esporádica de Alemania, un camionero rico que está casado con
Austria. Austria sabe que es cornuda, pero no le importa. Francia tiene un
hijo, Mónaco, que tiene seis años y va camino de ser puto o bailarín, o las dos
cosas”. La comparación se sostiene sin perder atractivo, pues los rasgos
etarios de cada país se corresponden con el estereotipo más o menos conocido en
cada caso.
Un gran cuento, este sí, por más que pueda ser
o parecer una anécdota real, es “Un cajón secreto”. Cierto niño descubre en el
cajón secreto de papá, entre otros tesoros, un lote de revistas porno europeas,
que por cierto siempre tuvieron fama de ser muy poco estéticas. El protagonista
hurta algunas y sobreviene una calamidad sobre la cual no adelanto nada, sólo
que sus dos líneas finales son un palazo en la cabeza. O en el corazón, mejor
dicho.
De “Messi es un perro” casi no se puede admitir
que sea un cuento. En todo caso es un relato que parece más una crónica, un
recorte de vida real. En este caso, alguien que admira a Messi lo compara con
un perro porque tiene la fijación del balón como la vio en su perro con una
esponja. Es un elogio de Messi con algunos ingredientes narrativos, entre ficticios
y no.
En “¿Me agregás como amiga?” cuenta la
aparición de Candela en Facebook. Candela dialoga con ella misma ya grande, es arquitecta
y bonita. Revela lo poco que nos queremos cuando somos niños. Es un cuento,
como algunos más en este libro, de tono juvenil, sencillos en su estructura y en
su planteo de las situaciones.
“Borges, desde el tablón” es un elogio de
Borges con una mirada de hincha o barrabrava. La pasión por Borges tiene sus
reglas, desdeña la pasión por Bioy, pasa por alto su vida sexual y en secreto
se dice que es el mejor escritor de lengua castellana.
Es “Finlandia” el mejor cuento-cuento del
conjunto al menos entre los seis primeros. Un tipo disfruta el rato en una
fiesta familiar en Mercedes, tiene un pendiente, pide un carro prestado y al
dar reversa siente que golpea algo. Piensa que apachurró a una ahijada de tres
años, ve que sus familiares corren a ver qué sonó y en esos diez segundos pasa
el pasado y sobre todo el futuro del personaje, la desdicha definitiva que se
le viene encima. Es un relato que pinta una verdad: que todos colgamos de un
incidente, de una desgracia fortuita que puede destruirnos, convertirnos en víctimas
o victimarios. Es un gran cuento, lleno de ese ingrediente que llamamos destino
o suerte: “Tenía casi veinticinco años, estaba escribiendo una novela
larguísima y placentera, vivía en una casa preciosa del barrio de Villa
Urquiza, con una mesa de pimpón en la terraza y toda la vida por delante,
trabajaba en una revista donde me pagaban muy bien, tenía una vida social
intensa, era feliz, y entonces mato a mi ahijada de tres años y se apagan todas
las luces de todas las habitaciones de todas las casas en las que podría haber
sido feliz en el futuro. Lo pienso de ese modo, desapasionadamente, porque ya
no tengo ni cuerpo con el que temblar”.
Hay piezas que parecen relatos con algo de ensayo. “Los dos Rulfos” no es un cuento en estricto sentido, sino la exposición de una historia planteada como realidad aunque también puede ser ficticia. Tiene de cuento lo narrativo, pero más bien parece el relato de una anécdota familiar que desemboca en una especie de teoría que dentro del relato el autor-personaje denomina “anécdota aumentada”.
Todavía más autobiográfico se siente “Bienvenido al club”. Se dirá que podemos leerlo como ficción, pero los datos que suministra casi no permiten esta recepción. Es como un trozo de memoria, el resumen de la condición del autor como hincha de Racing. Todos, desde su bisabuelo a su padre, lo fueron y vieron al equipo salir campeón más de una vez. Él, Casciari en primera persona, confiesa que no le gustaba vivir con esos recuerdos prestados, hasta que se hizo la luz y Racing se coronó, lo que permitió al autor pertenecer, ahora sí de lleno, al club de sus antecesores.
“Un belga en casa”, como todos o casi todos los
textos que componen este libro, tiene marcado aire autoficcional. El
protagonista-autor recibe en casa al ilustrador de una revista, un dibujante
belga que recogerá gráficamente la vida del escritor. Lo atiende tres días
seguidos y como hablan dos idiomas distintos no se comunican. En silencio
desahogan su trabajo, entre la extrañeza y la obligación de convivir hasta que
al final, un poco repentinamente, el consumo de mate sirve como nexo cultural.
Más allá de su verdad empírica, un bello cuento
es “Las dos promesas”. Por culpa de la Segunda Guerra, en 1943, Américo
Bertotti llega a Argentina. Tiene catorce años y jura ante su madre que nunca
romperá su esencia milanesa. Ya en Buenos Aires, joven y empobrecido, le cortan
el pelo gratis a condición, dice el barbero, de que acepte jurar fidelidad
eterna al club Boca Jr. Pasan los años, envejece y un día juegan Milán-Boca. El
viejo ve el partido con la disyuntiva de que deberá traicionar a alguno de los
dos.
“Las caras en los sueños” es una reflexión
poética sobre las caras que aparecen mientras dormimos. El narrador llega a una
conclusión: la inquietud de ser soñado por alguien detestable. Es una especie
de artículo.
El último de la tanda en 12 cuentos mercedinos, “10.6 segundos”, es una especie de crónica
del segundo tanto de Maradona a los ingleses en el Azteca. Tiene como
peculiaridad su estructura tripartita. Narra el gol segundo tras segundo, pero
a medida que avanza tiende puentes en el tiempo hacia adelante y hacia atrás.
Lo hace en función de los protagonistas más visibles de la jugada. De cada uno,
incluido el árbitro tunecino, describe pasado y futuro, como si los once
segundos de Maradona con el balón fueran una especie de bisagra, un parteaguas
en cada una de aquellas vidas. Ninguno imaginó que esa jugada, contada al final
con un efecto anafórico que homenajea a Borges viendo el Aleph, les cambiaría
las vidas para bien y para mal.
Salvo por el hecho cierto de que varios cuentos de este libro no son cuentos en estricto sentido, se trata de relatos siempre emotivos, sostenidos en una prosa sencilla, llena de gratos aciertos en la observación de la condición humana. Esto importa más, claro, que insistir en la naturaleza genérica de cada pieza aunque el título nos anuncie claramente “cuentos”, cuentos que en varios casos no lo son, sino crónicas o girones de memoria personal, incluso, si lo pensamos bien, artículos, todo sumado en un libro que además de bien escrito ha sido armado en una edición vistosa, munida de numerosas ilustraciones a color. Lo único que no venía al caso en la edición son las notas de glosario al pie de página. Explicar qué es “jerga” y qué es “amague”, entre otras, está de más, pues hoy se pueden consultar en donde sea.