He
leído un par de veces el Quijote y
acometo por estos días el tercer diálogo con sus páginas. Como a tantos, la
novela me complace en su totalidad y por muchas razones, algunas ciertamente
inexplicables al menos para mí. La idea de releerla me nació tras la lectura de
uno de los miles de estudios que trabajan sobre el caballero y sus peripecias
andantescas, el de la maestra Marguit Frenk titulado Cinco ensayos sobre el Quijote (FCE, México, 2013) que espero
reseñar en alguna oportunidad cercana. Al avanzar en los análisis de la
académica mexicana, no pude no caer seducido por las frases y los párrafos que
cita. En efecto, las probaditas de Quijote
son tan gratificantes que de inmediato se despierta el apetito de regresar a su
convivencia, y es lo que hago en estos días.
Mi
relectura observa detalles seguramente vistos por innumerables críticos, pues
el inmenso libro ha sido escudriñado frase tras frase, palabra tras palabra.
Para mí, pues, es imposible iluminar una nueva zona del Quijote, descubrir una pepita antes no detectada por los incontables
gambusinos del libro. Lo que sí puedo hacer es subrayar, advertir alguno de los
lujos con los que cuenta la novela publicada en 1605 y 1615, parte uno y parte
dos. Digo “lujos” y pienso que esto son para mi subjetividad de lector
engolosinado con el español en todos sus rincones. Uno de ellos, satisfactorio
a más no poder, es el de los arcaísmos, las palabras que la filología llama así
por viejas y por ello ya caídas en desuso. “Archaios” significa “antiguo” en
griego, de allí “arcaísmo”, palabra que el DRAE define, en su segunda acepción,
“Elemento lingüístico cuya forma o significado, o ambos a la vez, resultan anticuados
en relación con un momento determinado”.
Aunque
parezca increíble o al menos raro, el Quijote
no está atestado de arcaísmos. En todo caso, el plano de su léxico me parece
menos antiguo que el de su sintaxis, que siento menos próximo al registro de la
escritura y del habla en español actual. Mientras avanzo en el Quijote me he
topado con arcaísmos dignos de recuerdo, tan dignos como los que ha rescatado
Álex Grijelmo en su libro Palabras
moribundas (Taurus, Madrid, 2011, escrito en colaboración con Pilar García
Mouton). Comparto del Quijote nomás
quince a manera de divertimento y, para que se entiendan mejor, actualizo los ejemplos.
Adarga.
Escudo. “Los granaderos arremeten con adargas transparentes”.
Bacía.
Recipiente para diferentes usos, como una especie de bacinica (o bacinilla) que
se usaba sobre todo para remojar la barba antes de cortarla. Hoy puede
emplearse también como orinal. “Me operaron en el Issste y para mear usé una
bacía”. Esta pieza de metal es la que usa el Quijote en la cabeza y él supone
que es el yelmo de Mambrino.
Ca.
Es la conjunción causal “porque”. “Ca me invitaste, vamos al cine”.
Derrota.
Arcaísmo de orden semántico. Se refiere, en sentido estricto o figurado, a
“camino”, “ruta”, y de allí “derrotero”. “Mi sobrino siguió la derrota de las
drogas”.
Discreto.
Un arcaísmo de los que llamo semánticos porque la palabra sigue en uso, pero no
con el sentido antiguo, que era “inteligente”, “despierto”, “sagaz”. “Obtuvo el
título sin batallar, es un estudiante muy discreto”.
Embeleco.
“Engaño”, “hechizo”. “El candidato trata de convencer a los mexicanos con
embelecos seudodemocráticos”.
Endriago.
“Monstruo”, ser abominable. “Trump es el más peligroso endriago de nuestro
tiempo”. Esta palabra fue actualizada recientemente, y con harto tino, por la
ensayista Sayak Valencia en su espléndido libro Capitalisno gore.
Huésped.
Otro arcaísmo semántico, por decirlo así. Significaba lo contrario de lo que
significa ahora. “Fui muy bien atendido por mi huésped en Cancún”.
Maguer.
Es la conjunción concesiva “aunque”. “Maguer me amenacen, no quiero escuchar a
Luis Miguel”.
Maravedí.
Moneda. “El celular me costó 17 mil maravedíes”
Oíslo.
Rarísima palabra, significa “cónyuge”. “Vi en casa con mi oíslo una película de
Netflix”.
Prez.
Fama por una acción gloriosa. “La trayectoria de Oribe Peralta da honra y prez a
La Laguna”.
Rocín.
Caballo de mala traza, de donde nace el nombre “Rocinante”, cabalgadura del
Quijote. “En la película de ficheras actuó Alberto Rojas, el Rocín”.
Venta.
“Venta” es un espacio de recogimiento para los viajeros de aquel tiempo y
lugar. Equivale a los hoteles de hoy. “Pernoctamos en una venta llamada Radisson”.
Yantar. Es el verbo “comer”, frecuente en la narrativa del Siglo de Oro. “Anoche yantamos en Burger King”.