El
20 de diciembre de 1604 Juan Gallo de Andrada no podía saber que firmar un
documento burocrático llevaría su nombre hasta el futuro: 421 años después abro
en Torreón, de nuevo, mi Quijote y
veo la “tasa”, requisito que en aquellos tiempos sin inflación galopante
quedaba asentado en la primera página de los libros. Todo, incluso los precios,
duraba más hace cuatro siglos.
La firma de Gallo de Andrada fue, como cualquier firma, un rayón sobre un papel, pero pasó a ser la primera puerta hacia el Quijote, el libro individual más multiplicado de la humanidad. Un acto simple y seguramente rutinario, firmar, permitió que un sujeto que hubiera pasado a la historia como fantasma sea hasta hoy el primero que nos saluda cuanto tomamos la inmensa novela cervantina.
La
tasa dice lo siguiente: “Yo, Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del Rey
nuestro Señor, de los que residen en el su Consejo, certifico y doy fee que,
habiéndose visto por los señores dél un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, compuesto por Miguel de
Cervantes Saavedra, tasaron cada pliego del dicho libro a tres maravedís y
medio; el cual tiene ochenta y tres pliegos, que al dicho precio monta el dicho
libro docientos y noventa maravedís y medio, en que se ha de vender en papel, y
dieron licencia para que a este precio se pueda vender, y mandaron que esta
tasa se ponga al principio del dicho libro, y no se pueda vender sin ella. Y
para que dello conste, di el presente en Valladolid, a veinte días del mes de
diciembre de mil y seiscientos y cuatro años”, y la firma.
Este
fragmento aparece bien anotado en la web del Instituto Cervantes. No está de
más leerlo allí, pues ya sabemos que las anotaciones a la literatura antigua
son muy útiles. Tan útiles son que gracias a ellas el Quijote ha crecido en
miles y miles de libros, artículos, documentales, conferencias y mesas redondas
que lo comentan y destacan sus peculiaridades, sus recursos, su infinito pozo
de virtudes.
El rasgo más saliente, a mi ver, de la tasa firmada por el señor Gallo radica en el cómputo de sus pliegos y en el establecimiento de su precio en una cantidad fija de dinero. Si hubiera sabido lo que aquel libro iba a trascender, quizá su precio hubiera sido otro, más alto, no el de su mero valor en términos de papel.