Seguramente
la mayor parte de los viejos que hoy llegarán a la cena de Noche Buena no traen
ni un clavo en el bolsillo. Algunos serán salvados por el amor y/o la piedad de
hijos y nietos, y otros se las arreglarán con lo que hayan logrado conservar
para la última semana del mes y el año, así que no tendrán “felices fiestas” de
la misma manera en la que no han tenido feliz vejez con achaques y tensiones
materiales para infravivir.
Según
la lógica de los manuales de autoayuda, la culpa es de ellos, como lo expone
este mensaje distribuido recién en las redes sociales: “El peor error es llegar
viejo y sin dinero. Trabajaste toda tu vida, pero hoy no tienes ni para tus
medicinas. No es por falta de esfuerzo, sino por falta de planificación.
Acumula dinero para tu vejez antes de que sea tarde, porque la juventud no
dura, pero el cuerpo no siempre obedece, y el tiempo, aunque parezca lejano,
siempre llega. El error no es ganar poco, es gastar como si siempre fueras a
tener fuerzas para producir. Hazlo por ti, por no depender, por no rogar, por
vivir tu vejez con dignidad y tranquilidad. No pongas tu futuro en manos de tus
hijos, del gobierno ni de la suerte, ponlo en tus decisiones de hoy. Porque en
la vejez no se necesita lujo, se necesita paz. Y esa paz la construyes hoy”.
Diego
Fusaro nos ha advertido que debemos tener cuidado con el discurso de la
resiliencia fuera del contexto psicológico (el único donde es válido). Esto
ocurre cuando el poder usa la resiliencia como sutil arma ideológica. Tras
haber sido desmantelada la organización obrera y la lucha mediante partidos, y
en general la combatividad de clase, el sujeto ha quedado a merced de las
fuerzas hegemónicas de la economía: se le pueden arrebatar (se le arrebatan ya
y se le seguirán arrebatando) derechos en todos los planos. Uno de ellos es el
de la jubilación digna. Para lavarse la cara y desviar la atención a otro lado,
la estratagema del poder es alentar en el individuo la culpa, la falsa certeza
de que su fracaso se debe exclusivamente a él, a que no imprimió el esfuerzo
necesario, a que no fue ingenioso, a que algo le falló o a que simplemente la
suerte no estuvo de su lado. Es allí donde aparece la resiliencia como
herramienta ideológica: los desórdenes de la estructura social y económica se
interpretan no como anomalía socioeconómica, sino como oportunidad para
“reinventarse” y, ahora sí, triunfar en la vida; dicho de otro modo, hay que
adherir a la cultura del echaganismo y no mirar más hacia los lados, como
individuo solo en el universo. En una palabra, se plantea una solución
individual, biográfica, a un problema sistémico. El sujeto que llegó a la vejez
con baja pensión o peor, sin pensión, es culpable individualmente de su
situación, de ahí que el consejo sea que el individuo como tal, como individuo,
luche en su juventud para no vérselas negras en la tercera edad. ¿Por qué mejor
no organizar a los trabajadores para que luchen desde ya colectivamente por sus
derechos? ¿Por qué mejor no crear en ellos consciencia de clase para que no
sean multitudinariamente esquilmados? ¿Por qué no se les comparte un ABC sobre
la necesidad de pelear en vez de resignarlos a una lucha individual que sin
remedio (porque no todos pueden “triunfar” en un despiadado sistema de competencia)
hundirá a muchos en el camino a la gloria?
En resumen, hay que levantar la guardia ante el dogma de la autoayuda que por definición salva a muy pocos y condena a la mayoría con consejos individualistas que no muy en el fondo son un simple “sálvese quien pueda”, el descarnado lema del tecno y postcapitalismo.

