No hace tanto, en julio, ofrecí en la Feria
Duranguense del Libro la conferencia “Medio siglo de literatura lagunera: hitos
y pendientes”. He tratado de presentarla también aquí, en nuestra región, pero
hasta ahora no se ha podido. Abraza el lapso de 1975 a 2025, y luego de su
preámbulo está dividida en cinco décadas. Ofrezco aquí sus dos primeros tramos.
Preámbulo necesario
De entrada, una pregunta retórica: ¿por qué el título de
esta anotación se refiere a medio siglo? ¿Antes de 1975 no había literatura en
La Laguna? Por supuesto, sí la había. No mucha, pero la había. Hacia mediados
de los setenta destacaban varios escritores locales, todos con poca o nula
proyección nacional. Eran escritores que desde su juventud, en la década de los
cuarenta, se habían hecho notar como poetas o ensayistas sobre todo en las
páginas de nuestros diarios. Las dos o tres librerías de viejo que todavía
existen en Torreón dan fe, por los ex
libris, de que aquellos autores tenían bibliotecas muy decorosas, y varios
acometieron la publicación de sus propios trabajos en ediciones presumiblemente
pagadas y cuidadas por ellos mismos, y es muy probable que su repercusión en la
vida cultural de la comarca no haya pasado de los círculos sociales en los que
se movían.
El producto más notable de aquella época —estoy
hablando de los cincuenta y los sesenta—, fue la revista Cauce, alimentada y editada por el grupo organizado bajo ese mismo
nombre. Su periodicidad era variable, como ocurre con casi todas las
publicaciones culturales de provincia, y sus contenidos se ceñían al
tratamiento de temas literarios o filosóficos, comentarios sobre libros, poemas
y textos en prosa que no llegaban a ser cuentos. El mayor logro de Cauce fue recoger material de y sobre
Pedro Garfias, quien vivió un breve periodo de su vida en Torreón.
En la década de los setenta, los integrantes de Cauce, quienes se dedicaban a la
docencia, al periodismo o a profesiones cercanas al derecho y la
administración, ya eran hombres entrados en años, y colaboraban con artículos y
columnas en la prensa local, con poca producción bibliográfica. Aunque no en
todos los casos, sus trabajos literarios no eran ingenuos. Tenían, sin embargo,
un cierto tono oratorio, muy solemne, a veces con demasiadas concesiones al
color local y una mirada conservadora. Sus modelos no eran malos, sólo algo
anticuados. Digamos que en el caso de la poesía, por ejemplo, Darío o Nervo
todavía andaban por allí, en sus creaciones. La idea del verso medido y rimado
marcaba a fuego su labor literaria, y con dificultad se animaron a la práctica
de la narrativa, por eso no les heredamos cuentos ni novelas.
Nuestra región no tenía un movimiento literario
efervescente, pero algo había y se manifestaba sobre todo en los pocos rincones
culturales que ofrecían las páginas de la prensa local. Los nombres que puedo
mencionar entre aquellos escritores son Enrique Mesta, Salvador Vizcaíno,
Rafael del Río, Emilio Herrera, Joaquín Sánchez Matamoros, Raymundo de la Cruz,
José León Robles y algunos más, ninguna mujer. Debo subrayar que Enriqueta
Ochoa fue alumna de Rafael del Río, pero su radicación, su formación y lo mejor
de su producción ulterior no se dieron en nuestra región.
Reviso ahora, por periodos, cómo avanzó nuestra
literatura, el arte que más logros ha dado a La Laguna, lo que es posible
probar estadísticamente si nos atenemos a un dato: la cantidad de premios
nacionales que ha obtenido en la disciplina. Todo se ha logrado casi desde la
Nada, sin muchos respaldos institucionales, a puro pulmón individual.
Los setenta y un taller de arranque
Hacia mediados de los setenta La
Laguna tuvo una grata noticia: se había inaugurado la Casa de la Cultura de
Gómez Palacio y gracias a esto el INBA, instancia administradora de tales
espacios, impulsó varios programas de trabajo en La Laguna. Uno de ellos fue la
creación del Taller Literario de La Laguna, Talitla, gestionado por el escritor
ecuatoriano Miguel Donoso Pareja, y cuyo moderador fue el poeta zacatecano José
de Jesús Sampedro. El Talitla sesionaba cada quince días en dos sedes, las
Casas de la Cultura de Torreón y de Gómez Palacio. Allí comenzó a brotar una
nueva mirada, con modelos literarios más modernos. Los integrantes de aquel
taller no crearon alguna revista sólida ni formaron bloque en algún suplemento
cultural de periódico, pero sí comenzaron a escribir de otra manera, más
actualizada. Entre sus participantes estuvieron Joel Plata, Antonio Jáquez
(quien luego tendría una brillante carrera como reportero en la revista Proceso), Jorge Rodríguez, Rocío
Lazalde, Marco Antonio Jiménez y Francisco José Amparán. Los más destacados,
pues ganaron premios nacionales y publicaron fuera de nuestro espacio, fueron
los dos últimos, autores que ya basaban su escritura en modelos contemporáneos.
El caso de Amparán fue tan restallante que se convirtió de golpe en el narrador
más conocido de La Laguna en el contexto nacional, esto sin abandonar su residencia
en nuestra región. Amparán —o Panchín,
como se le conocía— ganaría el premio de cuento de SLP en 1985 y hasta 2010
siguió publicando literatura en abundancia además de artículos para la prensa.
A finales de los setenta se da otro rasgo
favorable para la literatura del Nazas: La Opinión, el diario más antiguo
de la región, comenzó a acusar en sus páginas editoriales la presencia de
colaboradores con una postura más cercana a lo que ya desde entonces se ubicaba
bajo el abanico del llamado progresismo. Para identificarse usaron el acrónimo
Codeliex (Comité de defensa de la libertad de expresión). No todos eran
escritores, pero entre sus intereses intelectuales no dejaban de aparecer el
cine, el teatro, la política, la filosofía y obviamente la literatura. El
periódico estaba bajo la dirección de Velia Margarita Guerrero, quien tenía una
mirada abierta en relación con lo social, de suerte que, entre otras
iniciativas, tuvo en sus páginas el servicio informativo de CISA, la agencia
informativa de la revista Proceso,
fundada en 1976, y la columna diaria de Manuel Buendía.
Había sólo un taller literario y cuatro o cinco librerías; las universidades y los ayuntamientos aún no publicaban nada, pero, pese a esto, los setenta terminaban con buenos augurios para la década siguiente.