Hace una semana la UIA Laguna cumplió su primer cuarto de siglo en Torreón. El aniversario lo viví, lo festejé quiero decir, físicamente muy lejos de la institución, pero harto cerca en el sentido que más importa, el espiritual. Mi paso por las aulas y los corredores de la Ibero fue tan largo como venturoso, y de alguna manera continúa, ya que gracias a sus publicaciones, sobre todo Acequias y el Mensajero del Archivo Histórico, sigo en contacto con los buenos frutos que a nuestra región ha dado esa universidad.
Durante casi veinte años de mi vida fatigué el espacio de la Ibero. Fue un trabajo que me dejó profundas satisfacciones y, creo, una todavía más profunda marca en mi visión del mundo. Desde el principio tuve allí la suerte de trabajar con lo que más me gusta, la literatura y el periodismo, siempre con absoluta libertad. No hubo en ningún momento de mi desempeño como académico una sola imposición de orden confesional; al contrario, siempre sentí que la libertad fue el escenario donde pude conversar a placer con alumnos, profesores y funcionarios, siempre en un ambiente de respeto y camaradería.
Esa es la razón por la que todavía hoy encuentro a ex alumnos o a ex compañeros de trabajo y nunca deja de florecer entre nosotros el saludo cordial, la grata recordación del tiempo en el que coincidimos dentro de la UIA. Tal es, creo, el mejor dividendo que se puede conseguir en una universidad: la certeza de que, si uno se identifica con la institución, no importan el tiempo ni el espacio para reconocerse parte de esa comunidad, y yo me siento y me sentiré parte de la UIA en virtud de mi trabajo como maestro y editor, ciertamente, pero más porque en ella cursé mis todavía titubeantes pero agradecibles cursos de maestría en Historia. Y más todavía que eso, reitero, porque allí logré convivir muchos años con amigos tan queridos y respetados como Gilberto Prado, Gerardo García, Sergio Antonio Corona, Cristina Solórzano, Mariana Ramírez, Alonso Licerio, Claudia Máynez, Felipe Espinosa, Marco Morán, Héctor Acuña, Jaime Chávez, Jorge Reza, Roque Salazar, Beto Rubio, Édgar Salinas, Julio César Félix, Miguel Báez, Daniel Lomas, Daniel Herrera, Alberto de la Fuente, César Cano, Fer Cepeda, Enrique Sada, Federico Garza, Idoia e Iñaqui Leal, Alfredo Máynez, Pepe de la Torre, Consuelo Blanco, América Trejo, Leonor Domínguez y tantos y tantos alumnos y compañeros más que me apena no mencionar pero a los que igualmente recuerdo con afecto y reconocimiento.
La UIA Laguna ha cumplido, pues, su primer cuarto de siglo. No me parecen pobres sus resultados en todos los rubros dignos de evaluación, aunque siempre, como en todos los casos, podrían ser, y creo que serán, mucho mejores. Que la academia, que la cultura, que el deporte auspiciados por la UIA prosigan otros 25, otros 50, otros muchísimos años más enriqueciendo a La Laguna. Salucita.
Durante casi veinte años de mi vida fatigué el espacio de la Ibero. Fue un trabajo que me dejó profundas satisfacciones y, creo, una todavía más profunda marca en mi visión del mundo. Desde el principio tuve allí la suerte de trabajar con lo que más me gusta, la literatura y el periodismo, siempre con absoluta libertad. No hubo en ningún momento de mi desempeño como académico una sola imposición de orden confesional; al contrario, siempre sentí que la libertad fue el escenario donde pude conversar a placer con alumnos, profesores y funcionarios, siempre en un ambiente de respeto y camaradería.
Esa es la razón por la que todavía hoy encuentro a ex alumnos o a ex compañeros de trabajo y nunca deja de florecer entre nosotros el saludo cordial, la grata recordación del tiempo en el que coincidimos dentro de la UIA. Tal es, creo, el mejor dividendo que se puede conseguir en una universidad: la certeza de que, si uno se identifica con la institución, no importan el tiempo ni el espacio para reconocerse parte de esa comunidad, y yo me siento y me sentiré parte de la UIA en virtud de mi trabajo como maestro y editor, ciertamente, pero más porque en ella cursé mis todavía titubeantes pero agradecibles cursos de maestría en Historia. Y más todavía que eso, reitero, porque allí logré convivir muchos años con amigos tan queridos y respetados como Gilberto Prado, Gerardo García, Sergio Antonio Corona, Cristina Solórzano, Mariana Ramírez, Alonso Licerio, Claudia Máynez, Felipe Espinosa, Marco Morán, Héctor Acuña, Jaime Chávez, Jorge Reza, Roque Salazar, Beto Rubio, Édgar Salinas, Julio César Félix, Miguel Báez, Daniel Lomas, Daniel Herrera, Alberto de la Fuente, César Cano, Fer Cepeda, Enrique Sada, Federico Garza, Idoia e Iñaqui Leal, Alfredo Máynez, Pepe de la Torre, Consuelo Blanco, América Trejo, Leonor Domínguez y tantos y tantos alumnos y compañeros más que me apena no mencionar pero a los que igualmente recuerdo con afecto y reconocimiento.
La UIA Laguna ha cumplido, pues, su primer cuarto de siglo. No me parecen pobres sus resultados en todos los rubros dignos de evaluación, aunque siempre, como en todos los casos, podrían ser, y creo que serán, mucho mejores. Que la academia, que la cultura, que el deporte auspiciados por la UIA prosigan otros 25, otros 50, otros muchísimos años más enriqueciendo a La Laguna. Salucita.