Cuando
usé Twitter, espacio que ya por suerte defenestré, urdí una descripción bufa envuelta
en tono serio: “Escritor, periodista y editor, pero nació y radica en la
Comarca Lagunera”. Recuerdo que mi amigo Heriberto Ramos Hernández celebró que el
uso de la conjunción adversativa “pero” casi casi terminaba por neutralizar los
méritos iniciales del enunciado. En otras palabras, uno puede decir que es Kalimán,
“pero” si nació y radica en la Comarca Lagunera es como no haber conseguido
nada en la vida. Pasaron los años y eliminé aquella autodescripción cuando una
persona muy querida me pidió que la quitara, que no le gustaba esa actitud
minusvalorativa. Traté, claro, de explicarle que no era una apreciación seria
de mí mismo, que pese a todo tengo mi autoestima, o que en todo caso siempre he
tenido la impresión de que mis “logros” (con sonrojo los llamo así) no me
autorizaban a decir linduras de mi “carrera” y por ello mi fuero íntimo siempre
ha sido el escenario de una pugna entre el orgullo por lo conseguido y la
sensación de fracaso o, al menos, de escaso mérito.
Cierro
la extraña digresión. No sé en otras disciplinas, pero en el arte creo que son
infrecuentes las actitudes a lo Dalí, a lo Nabokov o a lo Cuevas, es decir, de
una autopercepción expresada por medio de verbosidad grandilocuente (“Soy un
genio”). Por lo general, el artista es un vanidoso, un soberbio marca diablo,
un ególatra sin orillas, pero se cuida de mostrarlo porque en general, al
margen de lo que nos prescriban los libros de autoayuda, es de mal gusto
echarse flores y porque quizá, como digo arriba, en el fondo duda de su
grandeza. Esto es una generalización, obviamente, pero en suma expone lo que
noto más frecuente: un procesamiento de la mamonería que tiende más a sofocarla
que a exaltarla. Véanse si no, en YouTube, las entrevistas de Joaquín Soler
Serrano a escritores. A todos los elogia (con razón), pero todos aprietan el
gesto para no parecer que creen en los piropos.
Este
apunte nació al ver el documental Pavarotti
(Ron Howard, 2019) disponible en la plataforma HBO. Luego de recorrer la
bestial obra del quizá más grande cantante de la historia, el film consigna el
momento en el que Pavarotti cae enfermo. Giuliana, una de sus tres hijas,
declara que en el cuarto de hospital, ya muy disminuido de salud, el cantante
le pidió reproducir una cinta de audio. Lo expone textualmente así: “Le
espantaba mucho oír su voz, pero, cuando se enfermó, ya no podía cantar. Nos
hizo escuchar, a Cristina y a mí, la grabación de un concierto suyo con John
Wustman. Se estaba escuchando y dijo: ‘Yo era bueno’. ‘Sí, papá, ¿te asombras?
Sí eras bueno, papá’. ‘Pero yo canto bien’. Él se asombró de verdad”.
Pavarotti había dudado de su don. Luego entonces, qué podemos opinar los mortales sobre nuestros talentos, si es que alguno tenemos.