sábado, octubre 01, 2022

Junto al box verdadero















He dicho ya que las cabras de la poesía siempre se me desbalagan hacia el monte de la narrativa. Es decir, que cuando prohijo versos no puedo crear imágenes a la manera de los poetas, sino textos que huyen rumbo a la crónica o el cuento. Comparto un ejemplo de hace diez años porque ya desde aquel tiempo (2012) me sentía muy defraudado por el box actual. Su título es “Junto al box verdadero”:


Así el boxeo: hace tiempo que vio pasar sus mejores días.
Tuit de Armando Alanís

¿Dónde quedaron aquellos uppercuts
aquellos jabs de ensueño lanzados con los Cleto Reyes
dónde, dónde están los ganchos de elegancia callejera?

En mi recuerdo sobreviven
como cuadros en la pared
como fotos amarillentas en un álbum
sábados de la infancia
frente a la tele familiar
mi padre al lado como tótem
cerveza en mano
y la voz en off de Toño Andere y Sonny Alarcón.

Los sábados eran eso por la noche
tener a papá cerca
disfrutarlo en silencio
pues toda la semana trabajaba para siete
y jamás podíamos verlo.

Los sábados, entonces
mi padre era mío y estaba en casa
no hablábamos
no nos mirábamos
pero estábamos cerca
veíamos el box
en una tele blanco y negro
desde la Arena Coliseo
el sudoroso embudo de Perú 77.

Sin vernos
mi padre y yo cruzábamos alguna frase
esta pelea se acaba pronto
el de calzoncillo negro no trae nada
qué bonitos ganchos tira el chaparro ése.
Los boxeadores no eran famosos
pero luego
cuando se alzaban con algún fajín
en lejanas tierras
frente a rudos japoneses
filipinos, gringos, panameños
en México ganaban respeto y mejores bolsas.

Aquellos ídolos
empezaban en la Coliseo
en la función sabatina de box
que mil sábados compartí con mi padre.
No sé, pero supongo que allí vi
los primeros pasos del mastín Pipino Cuevas
la primera imbatible agilidad de Salvador Sánchez
el estilo clasicista de Lupillo Pintor
la bazooka de Zárate
el tesón de Daniel Zaragoza (el Bull-dog de Tacubaya)
el encono de la Chiquita González
la vergüenza del Macetón Cabrera
el nacimiento del boxeo perfecto que tuvo Chávez
y sus ascensos a la cima.

También pude gozar
las últimas grandezas de Olivares, el amado Púas
el privilegio de Mantequilla Nápoles
el depurado hacer de Miguelito Canto
y tantos y tantos pugilistas más
de aquellas eras.

Luego nos cayó la maldición de Don King
el puto pago por evento
la sombra de Bob Arum
los grandes negocios
y un box que es menos box que trácala.

El recuerdo
la filmoteca personal que guardo en el alma
me lleva a una sala modesta
un sábado cualquiera por la noche
frente a la pantalla
con mi exhausto padre y su cerveza al lado
y yo cerca
ambos junto a ambos
ambos junto al box
junto al box verdadero.

Posdata: Acabo de recibir una carta desde Houston. Mi amigo Gerardo García Muñoz comenta lo que alguna vez platicamos en Torreón: que él también vivió muchas funciones sabatinas de box junto a su padre. Por el paralelismo, he pedido a Gerardo autorización para multiplicar aquí las palabras de su mail. Le agradezco el sí: “Me gustó tu poema sobre los recuerdos sabatinos boxísticos, una experiencia paralela a la mía; mi padre tuvo una sola afición deportiva, y aún tengo en la memoria cuando vio emocionado, por primera vez igual que yo, las peleas de la ‘Cabalgata Gillete’ presentadas por Enrique Yánez y narradas por algún comentarista de acento caribeño. Y digo que las vio por vez primera porque él creció en la época de las transmisiones radiofónicas, y escuchó las míticas peleas de Jack Dempsey contra Firpo, Joe Louis contra Max Schmelling. Y claro, compartí con él las gloriosas trayectorias de Alí, Frazier, Foreman, las inolvidables peleas del Alacrán Torres contra Chartchai Chanoi, un tailandés asesino, las glorias del Púas y del Mantequilla Nápoles. Para mi padre, el boxeo terminó el sábado 2 de agosto de 1980, cuando Pipino Cuevas se metió al barrio de la Cobra de Detroit. Y para mí, hace más de dos décadas que ese deporte ha dejado de importarme”.