“¿Cuál
es el mejor diccionario?”, me preguntaban con frecuencia, y la respuesta que en
su momento diseñé para salir al paso era ésta: el mejor diccionario es muchos
diccionarios. Hoy los diccionarios, como las enciclopedias y otros libros
llamados “de referencia”, son piezas de museo, dado que internet ha puesto a
nuestra merced un sinnúmero de páginas que sacan de apuros cuando uno requiere
definiciones, etimologías y datos adicionales de carácter enciclopédico. Este
fenómeno hizo casi obsoletos mis quince o veinte diccionarios, aunque de todos
modos los conservo.
Uno
de los pocos cuyo valor no ha caducado es el Diccionario de retórica y poética de Helena Beristáin (Orizaba,
Veracruz, 1927-Ciudad de México, 2013). Fue publicado originalmente en 1985,
pero tengo la segunda edición (corregida) de 1988, de Porrúa. Como lo saben quienes
han dialogado con él, se trata de un musculoso diccionario articulado como investigación
del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Cuando lo descubrí,
recién salidita del horno la segunda edición, fue revelador. Recuerdo que
Gerardo García y yo lo compramos al alimón y de inmediato quedamos fascinados por
la riqueza de sus páginas. He mencionado su importancia en talleres literarios,
pues quiero suponer que es o puede llegar a ser una herramienta útil para
quienes desean vincular sus vidas a las letras en cualquier vertiente, llámese
escritura, lectura, docencia o mero regocijo. Todavía es asequible, según sé,
así que podemos comprarlo si rastreamos por allí, en librerías o en Google.
El
contenido de este diccionario es exactamente lo que avisan las dos palabras
enmarcadas en el título: la retórica y la poética. La maestra Beristáin
acometió la titánica tarea de definir y dar pingües ejemplos sobre las figuras
de pensamiento y construcción que hacen al fenómeno literario, todas en orden
alfabético. Nadie al escribir (o al hablar o al entender) procede explicándose
que detrás de tal frase hay tal tropo, pero a la hora de pensar por qué una
frase es bella o literaria emerge con frecuencia esta certeza: porque conlleva
una figura, una construcción definida por la retórica de tal o cual manera.
Otro
valor del libro de Helena Beristáin es la amplitud de sus entradas. Como dije,
define y luego despliega ejemplos que terminan por aclarar los tropos. Por supuesto,
hay entradas de todos los tamaños, como la dedicada a “metáfora”, acaso el
tropo más famoso de la literatura. En este diccionario fue donde comprendí
mejor, por ejemplo, el significado y el uso de la “hipálage”, figura hermosa. O
del “oxímoron”, que sólo llegan a dominar los grandes escritores. En suma, son
500 páginas llenas de un trabajo que vino en auxilio de quienes desean
comprender cómo ocurre el arte en las frases literarias. La belleza de la
escritura siempre conlleva misterio, pero algo podemos discernir si nos socorre
la retórica.