En tiempo de campañas
electorales siempre me sorprende la fachendosa y hueca reciedumbre de la
propaganda. Todos los candidatos son el súmmum de la virtud, los animales
políticos más competentes y dotados para sacar al moribundo buey de la
barranca. Pero algo me hace ruido: la reiteración hasta la saciedad de los
mismos clichés icónicos y textuales. Ningún candidato sale serio, como si sonreír
fuera esencial en toda cara nacida para el accionar político. ¿Por qué no un gesto serio, tranquilo, relajado, en vez de las ubicuas sonrisas de esos rostros
en eterno y simulado disfrute de un buen chiste? No sé. ¿Y por qué, también, esos
eslóganes que parecen el mismo resumidero semántico de siempre? Tampoco lo sé.
Propongo, pues, dos
variantes. Para las fotos, bocas en las que no se vean los dientes, un poco al
estilo de la Mona Lisa, como imágenes de la serenidad. Para los textos,
eslóganes que digan algo diferente. Me detengo aquí a citar diez frases
imaginarias, un poco para ejemplo de lo que podría ser una leyenda política
al margen de las rutinas y los convencionalismos al uso.
—“¡A todo mecate!”. Me gusta
por su tufo populachero y por el sustantivo náhuatl, tan nuestro. No deja dudas
sobre el furor que tendrá el candidato si es favorecido por el voto.
—“Por un gobierno infalible”.
Esta leyenda refleja una gran seguridad, la certeza absoluta de que no se
cometerán errores, de que el titubeo no va con el usuario de la frase.
—“¡Ya estuvo suave!”.
También populachera, es una frase taxativa, terminante. Es como un golpe a la
mesa y con el puño cerrado, la última palabra antes de proceder a la inevitable
transformación de la realidad.
—“¡Robaré muchísimo menos!”.
Esta parece políticamente suicida, pero el electorado no es tonto y suele
agradecer la sinceridad. El adverbio superlativo “muchísimo” permite apreciar no
tanto la posición de quien enuncia, sino la de los otros políticos que presumen
probidad y roban “mucho más”.
—“Azote de la corrupción”.
La frase encara de frente, sin ambages, uno de los más arraigados problemas de
la realidad nacional. Convertirse en látigo de los corruptos será siempre bienvenido
por la ciudadanía.
—“Cambiaremos todo, pero
para bien”. Ésta añade un elemento notable a la idea de cambio. Sabemos que “cambiar”
es una de las palabras más manoseadas por la verba política, pero jamás queda
claro si se trata de cambiar para empeorar o para mejorar, aunque luego los
hechos confirman que se trataba de lo primero, es decir, de avanzar
decididamente hacia atrás. Con el eslogan propuesto el elector no vacila: confía
y da su voto a quien le promete un cambio en la dirección correcta.
—“Echémosle ganas”. El verbo
“echar” es de raigambre callejera y llegadora, como en “echar un taco”, “echar
una jeta”, “echar una meada”. En este caso, el eslogan se ciñe a las corrientes
de autoayuda hoy tan de moda, al pensamiento “echaganista” que lleva a las
personas a creer que con un simple cambio de actitud (“echarle ganas a todo”)
pueden modificar el entorno.
—“Formemos el cártel de la
bondad”. El maniqueísmo informativo de los años recientes ha dividido a las
personas en “buenas” y “malas”. Así pues, nada como configurar un cártel con
personas de bien, con ciudadanos responsables y serviciales. Todos querrán
sumarse a esta poderosa confraternidad.
—“Eres inteligente, sé que votarás
por mí”. Frase de suyo convenenciera; nadie en su juicio renegaría si es incluido
en el exclusivo club de los pensantes, así que se sumaría a la causa con total facilidad.
—“Si no votas por mí, ¡púdrete!”.
Retadora, insolente, esta frase sacaría chispas a los delicados pero convocaría
a los pesimistas, a quienes han perdido toda esperanza en la mejoría de la
sociedad y buscan un candidato que asuma el fracaso con dignidad y no
ande mendigando votos.