En
febrero de 1519 no sólo comenzó la aventura de Cortés en la que poco después
sería llamada Nueva España, sino también la expedición de Magallanes que
terminaría en 1522 con el primer viaje de circunnavegación a nuestro planeta.
Como sabemos, Juan Sebastián Elcano capitaneó la conclusión del emprendimiento,
ya que Magallanes había muerto poco antes en Oceanía. Conocemos la crónica del
“Primo viaggio intorno al globo terraqueo” escrita por el italiano Antonio Pigafetta,
quien embarcó en la expedición y describió la travesía que hasta la fecha sobrevive
con el título anotado entre comillas hace un par de líneas.
Estamos
pues sobre el quinto centenario de uno de los acontecimientos más importantes
en la historia de la civilización humana. Hasta antes de aquel viaje no se sabía
con precisión el tamaño de nuestro planeta ni se conocía una ruta para
navegarlo en su totalidad. Magallanes y sus hombres lo lograron, aunque es
necesario aclarar que no todos los que partieron llegaron a verlo y a
ameritarse por ello. Unos, la mayoría, porque murieron en tránsito, y otros, no
pocos, porque en el camino se mostraron hostiles contra Magallanes ante la
posibilidad de seguir embarcados (literalmente) en la locura de atravesar tantas
y tan desconocidas aguas.
Partieron,
como casi todos los barcos españoles de la época, de Sevilla, luego llegaron a
las Canarias, después a Cabo Verde y de allí por el Atlántico hasta bordear las
costas de Brasil y de Argentina. Poco después, Magallanes y sus hombres
(algunos notablemente reacios a continuar) encontraron el estrecho que
actualmente lleva el nombre del capitán lusitano hasta visibilizar el océano que, por
tranquilo en aquel momento, bautizaron Pacífico hace exactamente 500 años. Tres
meses pasaron sobre el océano más grande de la Tierra hasta que avistaron islas
en Oceanía, y como consecuencia la tripulación fue mermada por el hambre y la
enfermedad. Pigafetta describe que tanto el agua como el pan y todo otro
alimento se habían podrido, así que debieron consumir inevitables inmundicias.
Cuenta incluso que, sin más opción, comieron ratas.
Lo
largo y sacrificado del viaje, una verdadera hazaña, terminó con la vida de
casi todos los tripulantes. De España habían zarpado cinco barcos y 265 hombres
en agosto de 1519, y a San Lúcar de Barrameda llegaron 18 en un solo barco
hacia septiembre de 1522. Por suerte, entre los supervivientes estaba
Pigafetta, quien había tomado nota pormenorizada de la ruta y de todas las
tribulaciones ocurridas a los navegantes tanto en agua como en tierra.
Como
todas o casi todas las crónicas de aquella época, la de Pigafetta es un repositorio
de sorpresas. Da cuenta de los hechos, toma nota, y dado que en aquel momento
todo parecía desmesurado e irreal, no falta el condimento de la fantasía, como
cuando dice que un viejo piloto moluqués les contó que “en estos parajes [los
archipiélagos de Oceanía] hay una isla llamada Amcheto, cuyos habitantes, tanto
hombres como mujeres, no pasan de un codo de alto y que tienen las orejas tan
largas como todo el cuerpo, de manera que cuando se acuestan una les sirve de
colchón y la otra de frazada”.
La
primera edición italiana del primo
viaggio data de 1800. No es difícil conseguir hoy alguna edición en castellano.