Decía
hace poco, al comentar un poema en el taller literario, que el olvido no es un
acto volitivo, que uno no puede decir “ya, hoy empiezo a olvidar”, como si
fuera comenzar una dieta, y en efecto comenzar a olvidar. El olvido es
misterioso, y se da o no se da en función de factores que escapan al deseo o la
voluntad. Podemos suponer que entre más fuerte haya sido la pasión o más
estrecho el lazo, más difícil es olvidar, como pasa luego de un naufragio
amoroso o la pérdida de un miembro. Ver que algo muy querido ya no es o ya no
está, condena a la mente a pensarlo durante un lapso imprevisible, a veces toda
la vida. Esto pasa, de manera terriblemente dolorosa, con quienes pierden a un
familiar y no encuentran su paradero o sus restos.
El
documental El silencio de otros
(2019, disponible en Netflix) sirve para ejemplificar a la perfección las
imposibilidades del olvido en ciertas circunstancias. Dirigido y producido por
Almudena Carracedo y Robert Bahar, sigue los pasos de varios ciudadanos españoles
abocados a la desesperante y fatigosa tarea de encontrar justicia tras las
atrocidades perpetradas por el franquismo. Al morir el dictador, lejos de
emprender una revisión histórica de su régimen y el obvio pedido de justicia
para quienes fueron sus víctimas, hubo un pacto de olvido/silencio que durante
la transición y mucho más adelante echó tierra al pasado. No sólo no se revisó
lo cometido en más de tres décadas de tiranía, sino que se dio por hecho que
podía acordarse el silencio para mirar sólo al futuro de España, como si las
víctimas sobrevivientes de las torturas y los familiares de los muertos fueran
capaces de acogerse, así nomás, al desentendimiento oficial.
El silencio de otros
fue grabado durante más de cinco años, y recoge los testimonios de varios
torturados, hijas ya ancianas de asesinados y madres de recién nacidos
apropiados por las garras del régimen todavía hasta la década de los ochenta.
Dado que en España es sólida la cerrazón de la justica para investigar esos crímenes
lesivos de la humanidad (incluso considerados prescritos), vemos que los
protagonistas del documental logran que en Argentina se viabilicen sus
querellas mediante la jueza María Servini. El gobierno español, sin embargo,
obstaculiza cualquier procedimiento que contradiga el pacto de olvido firmado
prácticamente desde 1975, tras la muerte de Franco, lo que en suma ha
garantizado hasta ahora la impunidad de los genocidas y el no menos grave borramiento
de la memoria histórica.
El
caso asimismo terrible de las madres despojadas de sus recién nacidos (para evitar
que esos hijos desarrollaran el “gen comunista” o convivieran con madres
solteras) es una línea temática desgarradora, tragedia muy similar a la padecida
durante y después de la dictadura argentina. Aunque el fondo es lo importante,
vale destacar la estética del documental, lo que incluye su edición y su sobria
musicalización.
Ante
los crímenes de lesa humanidad será siempre bienvenido un documental como El silencio de otros. El olvido, además
de que no puede ser voluntario, es injustificable frente a los imperativos de
la memoria y la justicia.