“Debajo de mi manto, al rey mato” significa, a trazo muy grueso, que en casa propia cada quien puede hacer de las suyas, lo que le pegue la gana. El dicho es viejo, de origen español, tanto que fue usado por Cervantes: “El primer refrán del Quijote I aparece en el Prólogo y, significativamente, es ‘Debajo de mi manto, al rey mato’ (I, Prólogo, p. 51 ). Este refrán, en su nivel metafórico, como todos los refranes, expresa una generalización que se aplica a una situación determinada, en donde el manto no es literalmente un manto, ni el rey un rey; el manto representa lo que puede cubrir, proteger, esconder, y el rey se presenta como la metáfora de lo más poderoso e infranqueable, lo intocable, la autoridad, la censura”, comenta Nieves Rodríguez Valle, de la UNAM.
Dada
la recién estrenada realidad del confinamiento y las reuniones a distancia por
la vía de Zoom, Meet, similares y conexos, no ha sido infrecuente la comisión
de actos vinculados al dominio de lo privado pero hechos públicos debido a la
enorme capacidad de indiscreción que tienen las cámaras y los micrófonos
disponibles para la comunicación remota desde el hogar, dulce hogar. De hecho,
antes de la pandemia ya había notables indicios de la capacidad de tales
sistemas para exhibir situaciones domésticas en marcos públicos, como aquella
en la que las hijas del profesor Robert Kelly entran a la habitación mientras
él ofrecía una entrevista a la BBC. Algo similar, también en entrevista para la
BBC, ocurrió con Clare Wenham, quien sorteó con más solvencia la prolongada
interrupción de su hija y el dibujo del unicornio.
Con
el enclaustramiento, sin embargo, la frecuencia de estos casos se ha multiplicado.
En todas partes hay reuniones y en todas ellas no escasea, leve o grave, el desaguisado
tragicómico. La semana pasada, basten estos ejemplos, supe de dos que ilustran
el fenómeno. En México, una maestra de la UJED se hizo repentinamente famosa
por tratar a sus alumnos como en los tiempos ya idos de la docencia castrense.
No sin ingenuidad, pues sus alumnos son universitarios y obviamente podían
grabarla, en sus sesiones de Zoom soltaba latigazos verbales como teniente a la
soldadesca. La denuncia no demoró y al parecer las autoridades de la UJED
tomaron la única medida pertinente: suspender a la profesora que se pasó de tueste.
El
otro caso aconteció en Argentina. Un diputado federal sesionaba en Zoom junto a
sus pares y mientras otro hablaba, apareció en cámara su novia, le bajó el
escote y le besó una teta. Como su sistema se había caído, el legislador no
advirtió que la señal había vuelto y supuso que estaba fuera de cámara cuando
propinó a la chica el lactancioso mimo. El escándalo, ciertamente hipócrita, no
tardó en estallar y derivó en la remoción del diputado.
Además de los errores técnicos o las zancadillas que inflige el azar, hay, creo, algo extra en todo esto: aunque estemos frente a un público, los usuarios de salas de reunión no dejamos de sentir, tal vez inconscientemente, que en casa podemos ser quienes en verdad somos. Ahora vemos que no: un error o un accidente pueden hacer público lo privado, así que bajo el manto de Zoom no podemos descuidarnos. Aguas.