Todo
el día traje en la mente la resonancia de la voz y las canciones de Leonardo
Favio. De niño, de joven, uno tiene poco margen para elegir: la cultura pop de
todas las disciplinas nos cae encima desde cualquier lado, nos invade por la
derecha y por la izquierda, es ubicua. Fui callejero, mucho, y mi primer
aprendizaje musical llegó, no sé, supongo, mientras me despachaban las
tortillas, o encima de un camión, o en cualquier miscelánea del barrio, siempre
desde radiodifusoras que estaban a años luz de Mozart y los libros. El caso es
que cantantes populares como Leonardo Favio andaban por allí con sus rolitas
simplonas y su extraña voz. Junto con él, es obvio, nos llegaron otros muy
próximos en edulcoramiento y sencillez lírica, algunos también inolvidables.
Luego
la suerte me puso delante de otras experiencias estéticas y supe que el arte
era más, muchísimo más que lo impuesto por los medios electrónicos. Gracias a
la lectura amplié, a tientas en la bruma del autodidactismo, mis gustos hacia
zonas entonces plenamente desconocidas. Entendí que en pintura Velázquez me
pertenecía, que en fotografía allí estaba Álvarez Bravo, que en música no me
disgustaban Haydn o Tchaikovsky, que en literatura podía alegrarme con el genio
de Papini, y así, etcétera: el arte creció en mí como una plantita regada a solas y en
silencio, sin saber a dónde iba a parar todo ese contacto con una belleza claramente
superior.
Pero
nunca me abandonó, lo he escrito muchas veces, el arte (o como queramos
llamarlo) que pesqué en la calle, el diseño gráfico pedestre, la canción
cursi, las obras nacidas a fuerza de necesidad e intuición, sin
escuela. Supe desde que se fue abriendo mi mundo que no podía renunciar, por
ejemplo, al quehacer a veces elemental de algunos compositores sencillos, de
esos que desde radiorreceptores estentóreos inundan el paisaje sonoro de los barrios.
Leonardo
Favio quedó pues allí, retenido en mi gusto y mi memoria. Tarde, muy tarde
supe, porque a México esa fama no ha llegado, que el mendocino era en su país
no tanto el compositor y cantante que acá conocimos, sino un cineasta
consumado, acaso el mejor de la Argentina. Sin quererlo, durante muchos años me rondó su nombre gracias a "La cita", ese rolón cantado miles de maravillosas veces, en versión cumbia, por los Chicos de Barrio laguneros.
He
leído todo lo que ayer publicó Página/12
sobre él, y creo que me quedé permanentemente corto, como todos los mexicanos,
en el conocimiento de la asignatura Leonardo Favio. En el link que recoge testimonios de personalidades sobre el recién ido,
me impresionaron estos tres:
Fernando “Pino” Solanas (cineasta): “Era
dueño de un cine con un realismo poético muy intenso. Se fue dejando una obra
descomunal, un testimonio cultural y cinematográfico único. Era una figura
múltiple. Tenía la conjunción precisa entre sensibilidad popular y la mirada
culta. Fue un artista popular único. Se fue un gran poeta del cine”.
Jorge Coscia (secretario de Cultura de la Nación): “Perdimos al más grande cineasta
argentino de todos los tiempos. Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo y
tratarlo pudimos confirmar que la grandeza y la sensibilidad de su obra iban de
la mano de su grandeza como persona. Favio era como filmaba, no se quedaba con
nada en el tintero. Todo su talento y su instinto artístico, hijos de su profundo
humanismo, estaban presentes en cada plano, en cada movimiento de la cámara,
pero también en cómo te abrazaba. Su fervor político era una expresión de ese
humanismo, que a la vez marcó su mirada del peronismo y la manera de plasmarlo
en su trabajo. El peronismo de Favio es, sobre todo, una mirada desde el amor
de la Argentina de Perón y de Evita. Las películas de Favio, profundamente
populares y refinadas a la vez, capturan la fibra íntima del peronismo como
expresión cabal de una gran obra colectiva de amor al pueblo. Por eso resultan
tan emocionantes. Porque así como para orientarse en el bosque sólo basta una
brújula que señale el norte, en la cultura pasa algo parecido: una película
argentina hecha desde la propia perspectiva genera inmediatamente pertenencia
cultural. Favio ha sido eso: una formidable brújula cultural que permite saber
quiénes somos, dónde estamos y de qué formamos parte”.
Ricardo Darín (actor): “Me
crié cantando sus canciones y después descubrí su cine. Estoy shockeado por la pérdida
de una persona tan auténtica y sincera”.
No es poco: Solanas es uno de los artistas más importantes de la
Argentina, y además un hombre metido hasta los huesos en la política, tanto que
ha sido diputado y ex candidato a la presidencia de la República. Coscia es el
actual mandón de la cultura allá, y Darín es hoy el actor de mayor cartel,
protagonista, entre otras, de El secreto
de sus ojos, film que ganó hace poco el Oscar a la mejor película
extranjera.
La muerte de Leonardo Favio fue la muerte de un gran cineasta, sí,
pero muchos queremos recordarlo asimismo como lo que fue inicialmente y nunca
dejó al margen. A propósito, también Página/12
publicó algunos testimonios suyos de hace tiempo, y aquí está uno sobre su
andanza en la música que le granjeó fama gracias a la radiofonía:
“Para mí, el cine y las canciones no son dos vías distintas. La gente tiene que entender que amo tanto una cosa como la otra. Muchos dicen: ‘Leonardo canta para ganar la plata que le permita hacer cine’. Eso no es cierto. Yo canto porque me gusta tanto o más que el cine. Y si soy un compositor de vuelo rasante, bueno, cada uno vuela hasta donde le dan sus alas, pero estoy orgulloso de mis canciones. Como suelo decir, mis canciones están en el inventario familiar de todo el mundo de habla hispana. Canciones como ‘O quizás simplemente te regale una rosa’, que es un himno en toda Latinoamérica. Las generaciones van cambiando y los coliseos se llenan con jóvenes que corean esas canciones que nacieron en la intimidad de mi hogar como un divertimento, como una broma, y que trascendieron las fronteras e hicieron milagros. Mis canciones hicieron milagros como que yo comiera más a menudo, que pudiera pagar el alquiler, que pudiera ser solidario con quien yo quiero, porque tengo los medios para hacerlo, hicieron de los aviones una alfombra mágica que me llevó a países insólitos. Mis canciones hablan idiomas que yo ignoro. Han sido traducidas al francés, al hebreo... En fin, con todo eso, ¿cómo no voy a amar la profesión de la canción o cómo voy a renunciar a ella, que me permite continuar en la pelea?”.
“Para mí, el cine y las canciones no son dos vías distintas. La gente tiene que entender que amo tanto una cosa como la otra. Muchos dicen: ‘Leonardo canta para ganar la plata que le permita hacer cine’. Eso no es cierto. Yo canto porque me gusta tanto o más que el cine. Y si soy un compositor de vuelo rasante, bueno, cada uno vuela hasta donde le dan sus alas, pero estoy orgulloso de mis canciones. Como suelo decir, mis canciones están en el inventario familiar de todo el mundo de habla hispana. Canciones como ‘O quizás simplemente te regale una rosa’, que es un himno en toda Latinoamérica. Las generaciones van cambiando y los coliseos se llenan con jóvenes que corean esas canciones que nacieron en la intimidad de mi hogar como un divertimento, como una broma, y que trascendieron las fronteras e hicieron milagros. Mis canciones hicieron milagros como que yo comiera más a menudo, que pudiera pagar el alquiler, que pudiera ser solidario con quien yo quiero, porque tengo los medios para hacerlo, hicieron de los aviones una alfombra mágica que me llevó a países insólitos. Mis canciones hablan idiomas que yo ignoro. Han sido traducidas al francés, al hebreo... En fin, con todo eso, ¿cómo no voy a amar la profesión de la canción o cómo voy a renunciar a ella, que me permite continuar en la pelea?”.
En fin. Un artista es la suma de sus pasos: los buenos, los
regulares y los malos. Creo sin embargo que si hay talento, si hay sensibilidad, de hecho, no hay
pasos malos: todo lleva a un lugar, el lugar al que llegó definitivamente el
cantante y cineasta Leonardo Favio, que en paz descanse.