Cuando
Colón comenzó la labor de convencer a los posibles patrocinadores de su primer viaje
ya eran bien conocidas las rutas marítimas del Mediterráneo y una parte
relativamente pequeña del Atlántico. En aquel mismo momento, los portugueses
iban avanzando sobre la costa oeste de África con el fin de hallarle la esquina
para darle vuelta y emprender el camino hacia Asia (o “a Asia”, para evitar la
cacofonía). También para entonces ciertos productos asiáticos (la especiería,
las sedas…) se cotizaban alto en el mercado europeo, tanto que el llamado Viejo
Continente no toleró que las rutas de tierra fueran tan conflictivas y
encarecieran tanto los productos luego de larguísimas travesías y aduanas. Era
necesario encontrar una ruta náutica hacia el lejano oriente, tratar
directamente con los productores, como deseaban los portugueses.
Colón
ofreció primeramente su proyecto a la corona lusitana. Fue rechazado. No sólo
pedía mucho a cambio, sino que todo sonaba un tanto loco. Luego, el genovés
pasó al reino vecino y allí comenzó su acercamiento a Isabel, la reina, quien
le hizo eco. Sin embargo, lograr que la propuesta prosperara no fue fácil.
Colón tuvo que verse las caras contra numerosos sabios, sinodales que lo
escucharon y lo refutaron. Discutieron distancias posibles, citaron autoridades
antiguas en materia geográfica, todo sobre la base del conocimiento acumulado
hasta esas fechas.
Este
momento es un momento bisagra en la historia de la humanidad, pues se aceleró
allí lo que hoy llamamos globalización. El sí al proyecto de Colón derivó en
cuatro viajes bajo su mando, viajes que asimismo catapultaron a otros
navegantes (como Magallanes) que poco a poco terminaron por definir los mapas
que literalmente redondeaban el planeta.
Una
de las páginas más asombrosas de aquel avance hacia la globalización actual es
la que describe el primer encuentro físico entre los españoles y los indígenas
americanos: “Yo [dice Colón) porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí
que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra santa fe con amor
que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas
cuentas de vidro que se ponían al pescueço, y otras cosas muchas de poco valor,
con que ovieron mucho plazer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los
cuales después venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos, nadando,
y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas
muchas, y nos las trocavan por otras cosas que nos les dávamos, como
cuentezillas de vidro y cascaveles. En fin, todo tomavan y davan de aquello que
tenían de buena voluntad, mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos
andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mugeres, aunque no
vide más de una harto moça. (…) Ellos no traen armas ni las conocen, porque les
amostré espadas y las tomavan por el filo y se cortavan con ignorancia. No
tienen algún fierro, sus azagayas son unas varas sin fierro y algunas de ellas
tienen al cabo un diente de pece y otras de otras cosas”.
Nadie
hubiera imaginado lo que vendría tras estos primeros diálogos a señas. La
globalización dio allí un paso gigantesco, acaso el mayor de su historia hasta
la fecha.