sábado, agosto 15, 2020

Colón y globalización















Cuando Colón comenzó la labor de convencer a los posibles patrocinadores de su primer viaje ya eran bien conocidas las rutas marítimas del Mediterráneo y una parte relativamente pequeña del Atlántico. En aquel mismo momento, los portugueses iban avanzando sobre la costa oeste de África con el fin de hallarle la esquina para darle vuelta y emprender el camino hacia Asia (o “a Asia”, para evitar la cacofonía). También para entonces ciertos productos asiáticos (la especiería, las sedas…) se cotizaban alto en el mercado europeo, tanto que el llamado Viejo Continente no toleró que las rutas de tierra fueran tan conflictivas y encarecieran tanto los productos luego de larguísimas travesías y aduanas. Era necesario encontrar una ruta náutica hacia el lejano oriente, tratar directamente con los productores, como deseaban los portugueses.
Colón ofreció primeramente su proyecto a la corona lusitana. Fue rechazado. No sólo pedía mucho a cambio, sino que todo sonaba un tanto loco. Luego, el genovés pasó al reino vecino y allí comenzó su acercamiento a Isabel, la reina, quien le hizo eco. Sin embargo, lograr que la propuesta prosperara no fue fácil. Colón tuvo que verse las caras contra numerosos sabios, sinodales que lo escucharon y lo refutaron. Discutieron distancias posibles, citaron autoridades antiguas en materia geográfica, todo sobre la base del conocimiento acumulado hasta esas fechas.
Este momento es un momento bisagra en la historia de la humanidad, pues se aceleró allí lo que hoy llamamos globalización. El sí al proyecto de Colón derivó en cuatro viajes bajo su mando, viajes que asimismo catapultaron a otros navegantes (como Magallanes) que poco a poco terminaron por definir los mapas que literalmente redondeaban el planeta.
Una de las páginas más asombrosas de aquel avance hacia la globalización actual es la que describe el primer encuentro físico entre los españoles y los indígenas americanos: “Yo [dice Colón) porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra santa fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidro que se ponían al pescueço, y otras cosas muchas de poco valor, con que ovieron mucho plazer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocavan por otras cosas que nos les dávamos, como cuentezillas de vidro y cascaveles. En fin, todo tomavan y davan de aquello que tenían de buena voluntad, mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mugeres, aunque no vide más de una harto moça. (…) Ellos no traen armas ni las conocen, porque les amostré espadas y las tomavan por el filo y se cortavan con ignorancia. No tienen algún fierro, sus azagayas son unas varas sin fierro y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pece y otras de otras cosas”.
Nadie hubiera imaginado lo que vendría tras estos primeros diálogos a señas. La globalización dio allí un paso gigantesco, acaso el mayor de su historia hasta la fecha.