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miércoles, septiembre 06, 2023

Serrucho en nuestro futbol


 








Aunque cada vez menos, tengo medio siglo siguiendo futbol en la tele y nunca había visto una maniobra similar (aquí la palabra “maniobra” es usada en sentido estricto: obra hecha con la mano): un jugador del Atlas, Juan Zapata, cubre la pelota mientras otro del Querétaro, Omar Mendoza, lo presiona casi ceñido a su espalda para evitar que se dé la vuelta con balón controlado.

Hasta allí todo normal, una jugada ordinaria, de las que se ven cien veces en el accionar futbolístico de cada partido. Lo extraño del caso es que el árbitro Fernando Hernández marcó una falta en contra del defensivo, y todo parecía que iba a quedar allí. Entonces intervino la gente del VAR y el silbante tuvo que ir al monitor para revisar algo que ni el cronista (el lagunero Gustavo Mendoza, de Fox) ni los mismos televidentes teníamos claro. ¿Se trató de un pisotón? ¿Fue un rodillazo? ¿O un jalón de camiseta? El misterio quedó develado con una de las tomas en cámara lenta: el jugador de los Gallos Blancos, al mismo tiempo que defendía, con la siniestra diestra le hizo “serrucho” al futbolista de los rojinegros, es decir, le encajó algunos dedos entre nalga y nalga. Insólito.

Al ver la repetición, todos quedamos entre anonadados y sonrientes, incluidos el relator y los comentaristas de la cadena de televisión: reiteraron la jugada unas tres o cuatro veces, le hicieron un close up y era desde ya una imagen para la historia del futbol mexicano, aunque no por su heroísmo sino por su procaz rareza.

Ciertamente, el “serrucho” es, o fue, no sé, pues hace mucho que no veía algo así, una práctica común entre los mexicanos sobre todo en la edad inevitablemente babosa de la adolescencia. Tenía un sentido vejatorio, como de lo que ahora llamamos bullying, pero no es exacto decir que era eso, pues se aplicaba a los compañeros con ánimo de ofender, sí, pero más que nada como juego de seudomachos. En otras palabras, el “serrucho” se infligía a los amigos, no a los enemigos.

Lo que jamás imaginé es que alguna vez iba a ver, como hace poco, a un jugador expulsado de una cancha de primera división por un “serrucho” que sin duda perdurará en la memoria colectiva por algo parecido a lo que en otros contextos es denominado “faltas a la moral”.

Supongo que eso fue. No sé. Es hora de revisar el reglamento.


miércoles, octubre 12, 2022

Futbol abreviado

 








Hoy comienza la liguilla del futbol mexicano y, más allá de esta grata coyuntura para los adictos, veo que es una buena oportunidad para sancochar un comentario marinado en mi interior durante varios meses. Como sabemos, el fenómeno del futbol, entendido como práctica profesional, como entretenimiento televisivo y como industria multiplicadora de productos y servicios, se expandió de una manera inaudita en las décadas recientes, y es obvio que hoy comporta uno de los negocios más jugosos del planeta. Los contratos de los jugadores son el principal indicio de la plata que se mueve en todo el entramado.

Para explicar lo que el futbol era hace poco más de treinta o cuarenta años es necesario arrastrar hasta acá algunos recuerdos. En mi infancia y adolescencia vi año tras año, décadas enteras, los partidos de futbol en la televisión abierta. Los equipos se arreglaban, supongo, con una de las dos televisoras nacionales de señal libre y a cambio de fumarnos incontables anuncios comerciales veíamos los partidos sin ninguna restricción. Si uno era aficionado de Pumas o de Chivas, sintonizaba TV Azteca; si uno simpatizaba con el América o el Toluca, sin falta hallaba sus partidos en los canales de Televisa, y de allí no se movían durante años.

Con la llegada y el auge de las cadenas de cable y satelitales, y luego de internet, apareció la oportunidad de ver partidos de todo el mundo, esto a condición de pagar suscripciones específicas. Tan amplio es hoy este mercado que para algunos aficionados no fanatizados ya resultó casi imposible saber en dónde (en qué canal) jugará su equipo favorito, y suele ocurrir que sea en sistemas codificados que demandan suscripción.

Así la realidad, desde hace varios meses me resigné a ver futbol abreviado en sinopsis de YouTube, de suerte que un partido de 90 minutos me lo echo en 10, sin tiempos muertos, sólo con los goles y las acciones de peligro. Los 80 minutos restantes los he usado para leer, para escribir, pare ver más resúmenes. Si lo miro desde otro ángulo, se puede afirmar que el futbol actual ha socorrido mi formación literaria, pero no dejo de envidiar a quienes contratan, enajenación mediante, plataformas en las que devoran hasta los partidos de la primera división filipina.

miércoles, mayo 26, 2021

Feliz e infeliz

 







No sé si hay muchos casos como el mío, pero supongo que son raros. Me refiero a la afición pareja por dos equipos del mismo torneo, una especie de amor siamés. He explicado ya en otro momento el origen de esta duplicidad de afectos, un sentimiento que maduró lenta e inexorablemente en mi corazón hasta dar con mi actual condición de aficionado doble, como si ahora sí, aunque no creo en horóscopos, se validara el hecho de que me tocó ser géminis. Sé que muchos jóvenes y no tan jóvenes son hoy aficionados a dos equipos, uno local y otro por lo general europeo. Así, hay ahora muchos santistas y al mismo tiempo hinchas fervientes del Barcelona o Real Madrid, y cada vez más, también, de equipos italianos, ingleses, alemanes y franceses. Pero (esto es lo raro) que alguien tenga equitativo cariño a dos equipos del torneo mexicano casi no se ve, y es mi caso. Soy, a la par, azul y verde, o verde y azul, da igual.

Por tal razón, toda esta semana me voy a sentir con el corazón partío, por citar la letra de un cantante que detesto. Sé, como he respondido a todos los que me bulean, que tras el pase de Santos Laguna contra Puebla el domingo pasado aseguré al unísono la tristeza y la alegría. Entiendo que este cruce de sentimientos culminará el domingo en la noche, cuando sepamos quién quedó campeón. En ese momento me sentiré muy bien por el ganador, y muy mal por el que se quede sin el título. Lo mismo sentí hace algunos años, cuando ambos equipos llegaron a la final que concluyó con un triunfo para los de La Laguna.

Ambos clubes llegan, si no me engaño, en su mejor circunstancia, sin lesionados, con todas las baterías cargadas. Pese a tener un torneo desigual, con altas y bajas, Santos se colocó en quinto de la general y mejoró en la fase de repechaje y de liguilla. El motivo del repunte se debió a la recuperación, por fin, de jugadores como Preciado y Valdés, quienes padecieron lesiones, y a la veloz adaptación de muchos novatos como Campos, Aguirre, Ocejo y Muñoz, que a estas alturas ya agarraron confianza para jugar sin timidez ante cualquier rival. Pese, pues, a tener una campaña con turbulencias, la nave de Guillermo Almada no hizo agua y ha respondido, como se dice en el beisbol, a la hora buena, cuando más se ha necesitado de futbol ambicioso y eficaz.

Cruz Azul, en cambio, tuvo un torneo casi perfecto. Todavía con la sombra del fracaso contra Pumas en la semifinal de diciembre, comenzó el Clausura 2021 con cambio de entrenador, con dos derrotas y un panorama que parecía encaminado a la catástrofe. Luego vino el racimo de triunfos consecutivos que lo encaramó en el primer lugar de la tabla, después la liguilla en la que se vio bien en general, aunque sacando el jale con algo de zozobra frente a Toluca y Pachuca. También llega a la final con el equipo entero, sin bajas “por el tema” (así dicen muchos periodistas deportivos) de lesiones, y al parecer muy motivado por Juan Reynoso y la certeza de que ahora sí, por fin, luego de 24 años, tras muchos intentos fallidos, después de varios fracasos sonoros, definitivamente, esta oportunidad es la buena.

Me preguntan, reitero, de qué lado me canteo en este dilema. Respondo que prefiero no responder, suspender el juicio y dejar que la historia eche un volado, como llamamos en México a la moneda puesta en el aire. Ahora bien, alguien me planteó la disyuntiva de otro modo: si fueras indiferente a estos dos equipos, ¿a cuál sientes más viable ganador en este momento? Respondo: por el torneo, por los jugadores, por cerrar en el Azteca y sobre todo por la urgencia, creo que Cruz Azul tiene una leve ventaja. Lo pongo así: 45% contra 55%.

Pero bueno, mejor cierro el pico y me resigno desde ya a ser feliz e infeliz al mismo tiempo.

miércoles, septiembre 26, 2018

Boselli o el delantero árbol

















El futbol actual, hecho de transacciones millonarias e intereses comerciales, ya casi no permite el arraigo. Un jugador que destaca, por ello, está irremediablemente condenado a la trashumancia, a cambiar de camiseta como un cantante de vestuarios. Por ello, si uno revisa el palmarés de cualquier jugador entrado en años, podrá ver que la suma de sus clubes da una idea de inestabilidad, de constante recomienzo. Las dos razones más frecuentes de tal ir y venir son éstas: porque el jugador es muy bueno y en cada transferencia genera un dineral, o porque no es tan bueno y debe salir de los equipos cada vez que no interesa a entrenadores y directivos. Hay, además, casos inverosímiles en los que el jugador, ignoro por qué, tiene una especie de manía migratoria: Sebastián Abreu, con 33 equipos en 24 años de carrera, y Toño de Nigris, con 13 en 9 años, eran de este tipo, aunque en el caso del Locodebo decir “es”, pues a sus 41 años todavía es hora que sigue en la cancha, hoy con el Magallanes de Chile.
El fenómeno de los cambios frecuentes es mucho más marcado ahora que antes. Jugadores había en la antigüedad que en quince o veinte años de trayectoria sólo brincaban dos o tres veces de equipo. Eso ya no es posible en esta época, lo sabemos bien. Pese a tal situación, todavía hoy se dan algunos esporádicos casos de futbolistas que echan raíces y por un motivo inexplicable se identifican con un club, con una ciudad, con un público, con una cancha, como Paolo Maldini y Andrés Iniesta, por ejemplo. Pero dado que el gol se fija especialmente en la memoria colectiva, no quiero pensar por ahora en arqueros, defensas o medios, sino en delanteros. Como decía pues, por una circunstancia inexplicable tal o cual romperredes se enquista en un conjunto y termina por ser sólo de ese equipo, una especie de talismán que funciona allí y nomás allí, misteriosamente. Son los casos de Esteban Fuertes con el Colón de Santa Fe, Argentina, o de Jorge González, el Mágico, con el Cádiz español. Ambos, el delantero del club santafesino y el salvadoreño del conjunto gaditano, son emblemas de esos clubes, iconos inolvidables, atacantes que con goles allí echaron raíces, delanteros-árbol.
En México tenemos algunos casos de ese tipo. Jorge Comas se convirtió con decenas de tantos en icono de los Tiburones rojos de Veracruz. No estuvo muchos años, pero a fuerza de anotaciones pasó a ocupar un sitio al lado de Luis de la Fuente, el Pirata, y todavía el gran Comitas es querido en el Puerto como si fuera jarocho de nacimiento, o más. Otro jugador, el chileno Marco Antonio Figueroa, anduvo en varios clubes, pero fue en el Morelia de México donde logró convertirse en el hijo predilecto de la capital michoacana, en el goleador que jamás habían tenido los hoy llamados Monarcas. Por último en esta breve lista, Jared Borgetti, quien llegó como buen delantero a Santos Laguna y salió de aquí como su mejor anotador y por ello como ídolo máximo del club. Un detalle digno de tomar en cuenta por aquello del arraigo es que tanto Comas como Jared viven en la ciudad que los vio anotar sin freno.
Esta lista me lleva a un caso actual, el de Mauro Boselli, delantero de León. Luego de jugar para ocho equipos en diez años de carrera, llegó a los Panzas verdes en 2013, y aquí se ha quedado y aquí ya es emblemático de Bajío. Tiene cinco años pues en el conjunto zapatero y lleva más de cien goles en la Liga, un promedio anual de casi veinte anotaciones y tres campeonatos de goleo. Pero como sucede con el Santos Laguna, el León no es un equipo marquetinero y no tiene tanto aparador como los equipos de la capital o de Nuevo León, de ahí que Boselli no reciba el reconocimiento merecido.
Aunque, pensándolo bien, quizá esto sea lo mejor. Hay delanteros de este pelaje: que se arraigan en el respeto de un público pequeño y allí es donde anotan sin parar, crecen y silenciosamente hunden sus raíces hasta lo más profundo de la querencia y del reconocimiento.

sábado, mayo 26, 2018

Símbolo Santos Laguna














Para vivir no sólo necesitamos de bienes materiales, de objetos. El ser humano es el único animal que además de eso ha edificado complejos sistemas de símbolos que ahora le son tan necesarios como el alimento. Una religión, un partido, una creencia, una simple idea, una poca de fe, un pasatiempo, un personaje, una afición, una bandera, un ritual, todo esto se convierte en motor de acciones y reacciones, en estímulo. Quien cree en una divinidad no es en el fondo tan distinto a quien venera a un cantante. En ambos casos la posesión es espiritual, no física, y muchas veces deriva en la acumulación de imágenes o autógrafos que materializan la devoción. En este sentido, es asombroso lo que hace un admirador por ver a su personaje favorito. Puede gastar recursos, viajar, esperar, todo por aproximarse a la imagen idolatrada.
Hoy los equipos de futbol constituyen poderosas fuentes simbólicas de devoción. Los aficionados nacen, sobre todo, por cercanía geográfica, y debido a ello es relativamente fácil que un regiomontano se identifique con Monterrey o con Tigres tanto como un catalán puede hacerlo por Barcelona o el Espanyol, aunque dada la inmensa red informativa global ya son comunes los casos de afición pese a la lejanía: un tapatío pude apasionarse por el Inter de Milán tanto como un veracruzano puede dar todo por Boca Juniors. En cualquier caso la posesión es meramente interior, está en el alma aunque se materialice en alguna playera original.
Tras el campeonato reciente del Santos Laguna, su sexta estrella, quedó en evidencia que, lo aceptemos o no, es hoy el símbolo mejor compartido entre los laguneros. Los triunfos de este equipo “son” triunfos de toda la comunidad regional, se viven como propios y se han transformado en timbre de orgullo cuando dialogamos con los no laguneros. Esto es así, lo sabemos, por el peso mediático del futbol, por su gravitación en el mundo contemporáneo, tanto que en algunos casos se trata casi de una pasión cercana a lo religioso, a veces hasta fundamentalista.
Esta querencia local por el Santos Laguna debe ser traducida por el club en un factor de cambio, en el eje de su responsabilidad social. Si la comunidad deposita un profundo afecto por los colores del equipo, esa identificación podría volcarse en campañas que ayuden a mejorar las condiciones de vida de la comunidad, que convoquen a emprendimientos colectivos siempre necesarios. Campañas de tolerancia, de cuidado al medio ambiente, de movilidad urbana, de lectura… mucho puede logarse si la convocatoria nace en el seno del Santos Laguna. Su poder simbólico entre los laguneros es incontestable. Es buen momento para aprovecharlo.

miércoles, mayo 16, 2018

La cereza que falta


















Hay altas posibilidades de que Santos Laguna obtenga esta semana el campeonato, su sexto, de la Liga mexicana de futbol profesional. No es seguro, claro, pues enfrente está un equipo, Toluca, que desde hace varios lustros ha disputado como los laguneros un buen número de liguillas y finales. Pese a la fortaleza de los rojos, sin embargo, los santistas han demostrado que están para campeones, que su buen futbol se ha combinado con un entusiasmo que roza la locura y eso puede provocar el resultado que anhela La Laguna.
Como debo ser optimista y esperar buenas noticias dado mi lugar de nacimiento y residencia, creo que, si el equipo de la comarca se alza con su sexta estrella, será una de las más valiosas que haya conseguido en sus exactos 35 años de vida como club profesional. No minusvaloro las anteriores, pero ésta sería alcanzada tras doblegar a tres de los más poderosos equipos de nuestro balompié: Tigres, América y, si todo sale como espero, Toluca.
El trofeo de campeón en este Clausura 2018 sería, creo, un premio justo a la buena temporada del equipo albiverde. Comenzó con goleadas, encumbró a Djaniny y dejó ver un juego de conjunto vistoso y eficaz. Cierto que hubo un bache en las últimas semanas, sobre todo por la lesión de Néstor Araujo, lo que disminuyó la defensa hasta la adaptación de Alcoba, y ciertamente también porque el equipo se relajó luego de conseguir con tanta anticipación su pase a la liguilla. Al final de la temporada quedó en cuarto sitio, tuvo al campeón goleador y fue nada menos que contra el quinto: Tigres, conjunto armado con todos los recursos para ser campeón. Lo que pasó ya lo sabemos: Santos Laguna fue derrotado en el Volcán por 2 a 0, pero en la vuelta, ya en el Corona, los de casa dieron su mejor partido de la década, y no exagero: tenían diez hombres y dos goles en contra, e hicieron la hombrada de anular a los universitarios y pasar a semifinales.
La semana pasada tuvo también su grado de dificultad, pues encararon al América con la desventaja de cerrar como visitantes. El 4 a 1 de la ida fue el marcador clave, pues en el Azteca, un poco con ayudita del silbante que marcó un penal dudoso, el equipo de Coapa ya se estaba insubordinando. Los santistas lograron contenerlos y en el segundo tiempo llegaron incluso a secarlos, de suerte que el América quedó fuera.
Sigue, pues, Toluca, que en teoría tuvo una liguilla más laxa contra Morelia y Tijuana. Si Santos Laguna pone la cereza del pastel, insisto, será uno de los campeonatos más meritorios de su joven y exitosa historia. Ojalá, ojalá.

domingo, mayo 06, 2018

Carta abierta al Santos Laguna



















Querido equipo:
Hoy sí me estremecieron en serio, hoy sí volví a vivir la experiencia de ver unos Guerreros en la cancha. Por ello sólo tengo palabras de felicitación, agradecimiento, y un abrazo emocionado para todos. El futbol, ciertamente, no es ni de lejos lo más importante en la vida, pero hay pequeños momentos en los que se convierte en nuestra pasión central, en una pasajera forma de la alegría. Hoy domingo 6 de mayo de las seis a las ocho de la noche eso pasó: fuimos testigos de una hazaña futbolística, es verdad, pero más importante que eso fue el permanente ejemplo de tesón, de pundonor, de entusiasmo, de lucha que mostraron sobre el césped de nuestro estadio. Hoy no hubo mejor ni peor jugador: todos salieron a partirse el cuerpo y el alma para que la camiseta verdiblanca siguiera adelante en el torneo. Lograron otra vez, como en otros tiempos, que vibrara la afición del Nazas. Los habitantes de los diez municipios de nuestra amada comarca, y todos los que fuera de nuestra región quieren al Santos Laguna, se unieron en un solo pálpito y admiraron la persistencia indoblegable con la que ustedes salieron a pelear. Como en cualquier partido, hubo pequeños y grandes errores, pero todo queda opacado por lo que presenciamos en el estadio y en los televisores: cada balón fue disputado como si fuera el último, cada jugada fue encarada como pocas veces se había visto en los años recientes. Extrañábamos lo que vimos este día, y venturosamente ustedes lograron revivirlo.
Una costumbre muy común es minimizar al equipo derrotado. En este caso, creo, no es prudente hacer eso: el tamaño de su triunfo se agranda en función del rival que tuvieron enfrente. No era nada fácil vencer y anular a Tigres, un gran equipo, y ustedes lo lograron. Todavía en el minuto ochenta era posible que los rivales anotaran, pero en un momento de lucidez en medio de la tensión pensé esto y lo confieso sinceramente: ¿qué importa perder si uno ve a sus jugadores en ese plan, remando con esa heroica convicción contra una corriente tan adversa? Perder jugando así no hubiera sido perder, pero ni eso: ustedes ganaron y hoy se merecen, creo, el aplauso de esta tierra seca, árida, luchona y alegre llamada La Laguna. Muchas gracias por revivir así, este día, el espíritu de Guerreros, el espíritu de nuestra amada estepa.

miércoles, mayo 02, 2018

El Rafa














Luego de su juego contra Pachuca el fin de semana pasado, Rafael Márquez Álvarez se despidió de las canchas. Con él se va una historia que lo coloca, sin duda, entre los nombres señeros de nuestro futbol, el último verdadero grande que ha vestido la casaca tricolor.
Rafa Márquez es ya un jugador encarrilado hacia la perduración, y más lo será, aunque ya no lo necesite, si participa en una quinta copa del mundo. Su trayectoria en el futbol es sin duda una de las más destacadas y creo que como futbolista mexicano sólo está debajo de Hugo Sánchez, aunque en esta caso la comparación es harto odiosa pues las posiciones de uno y otro hacen imposible barajar ese tipo de escrutinios. Así como Hugo es el delantero más contundente que ha dado nuestro país, Rafa es el defensa más seguro y, acaso, el líder que menor discusión ha provocado desde que porta brazaletes de capitán con nuestro seleccionado.
Su carrera, lo sabemos, tiene un hito que se llama Barcelona, equipo en el que consiguió la titularidad y en el que fue base de muchos logros conseguidos durante siete años. Sus otros clubes, en orden de importancia, son el Mónaco de la liga francesa, Atlas y León, de la mexicana, Nueva York de la MLS, y el modesto Hellas Verona de la Serie A italiana. Seis equipos solamente, además de la selección tricolor, para edificar una carrera que en 21 años se ganó el respeto de la prensa local y foránea.
El zamorano fue siempre el mismo jugador que triunfó en España. Alto, recio y técnico a un tiempo, pasador seguro y buen cabeceador, sumaba un liderazgo que hacía casi imposible disputarle la titularidad. Una imagen que, creo, todos tenemos en la mente es aquélla en la que dialoga con un árbitro o discute con algún rival ante jugadas de sanción polémica. Rafa jamás se arrugó, fue nuestro Beckenbauer, nuestro Pasarella, nuestro emblema de lucha sin apocamiento, un tipo frontal, con las agallas que se necesitan para meter fuerte la pierna y exigir justicia ante las decisiones inciertas del silbante.
En suma, el aplauso unánime que ha logrado por su calidad como defensa con buen trato de balón y cualidades de líder no se basa en especulaciones: tres títulos importantes con el Mónaco y ocho con Barcelona, además de dos con León y varios con la selección azteca hacen de este jugador mexicano un histórico cuyo recuerdo será difícil apagar.
Ojalá no pase mucho tiempo para que surja otro como él.

miércoles, marzo 28, 2018

Momento del Santos Laguna




















Fui invitado por la revista de la Liga de nuestro futbol a opinar sobre la marcha del equipo lagunero. No sé, nadie lo sabe, cómo seguirán los albiverdes en las jornadas venideras, las de cierre, pero hasta ahora todo lleva a pensar en Liguilla y algo más. Comparto un fragmento de lo que opiné al respecto:
Santos Laguna está de vuelta. Tras el último campeonato y la salida de Pedro Caixinha, los Guerreros pasaron algunas temporadas en las que quedaron mucho a deber. Tan inestables anduvieron que en una de ellas, con el Chepo de la Torre en el timón, su mejor y más recurrente resultado fue el empate, es decir, la medianía. La afición local, por ello, no sabía si llorar o reír, si resignarse a quedar fuera de las liguillas o soñar con mejores horizontes. Esta incertidumbre se hizo tan profunda que creó una especie de maldición santista frente al arco de los rivales: los laguneros llegaban y llegaban, siempre con peligro, pero no anotaban, nunca anotaban, de ahí que las igualadas se  fueron convirtiendo en sus resultados más recurrentes, y ya se sabe que con empates no se puede aspirar a mucho.
Felizmente, todo parece haber cambiado en la temporada corriente. Hoy, de la mano de Robert Dante Siboldi, Santos Laguna parece haber regresado a sus mejores momentos como equipo complicado de visitante y casi imposible de local. Creo ver en dos zonas este retorno a la calidad y a los buenos resultados. Por un lado, la contratación del Gallito Vázquez fue lo mejor que pudo suceder a los Guerreros. Este jugador es clave para que se dé el funcionamiento general. Es un jugador-bisagra entre la defensa y el ataque, el punto de inflexión entre ambas líneas. Vázquez no sólo tiene solvencia como recuperador de balones. Más importante que esto es su capacidad nata para dar pausa, para pensar la jugada por venir. Como medio, quizá no es el mejor para la defensa ni el mejor para el ataque, sino un jugador que lo mismo defiende con seguridad y ofende con cerebro. Cuando el balón pasa por él, conoce los misterios del ritmo, sabe retrasar si ve complicaciones y asimismo sabe hallar al compañero mejor colocado para emprender ofensivas peligrosas. Este jugador, por todo, vino a facilitar el trabajo ofensivo de Oswaldo Martínez, quien a partir de la llegada del Gallito, y ya distendido de las tareas de recuperación, luce más sus capacidades como organizador.
Otra zona renovada es la ofensiva. Santos Laguna tuvo llegada en la época de la empatitis, pero no gol. Entre la mala fortuna y la desconfianza, tanto Furch como Rodríguez y Djanini no atinaban, por más oportunidades que tuvieran, a anotar. Era una especie de maldición. Pero cuando un engrande de atrás funciona bien, los de adelante tienen más posibilidades de trabajar en el mismo sentido: asentada la defensa con Izquierdoz y Araujo, notablemente sólida la contención con el Gallito, suelto el creativo Martínez, los agresores tenían que dar resultados, y lo que pasó ya lo sabemos: el argentino, el uruguayo y sobre todo el caboverdiano han comenzado a producir tantos por racimos.
La afición lagunera ha respondido con entusiasmo a la convocatoria de los triunfos. No es para menos. Desde el amanecer del clausura 2018 el equipo de casa ha pintado de verdiblanco los primeros lugares de la tabla general y tal parece que habrá buena liguilla en la comarca del río Nazas. Pero soy de los que nunca desata carnavales pese al advenimiento de los triunfos, pues en más de una ocasión he visto que del plato a la sopa se echa a perder un torneo por malas rachas o exceso de confianza. Asegurada o no la fase de liguilla, Santos Laguna debe jugar igual, con el mismo compromiso, y los aficionados responder en las tribunas con alegría, ciertamente, pero sin la fanfarronería del que cree poderlo todo, pues cuántas historias de frustración no hemos visto luego de soñar el triste sueño de la invencibilidad. Más vale, en un torneo tan corto y complicado como el mexicano, tomar las cosas con calma, siempre. Los laguneros sabemos de la derrota y el peligro de los descensos, así que nos alegramos sin desbaratarnos ante el buen momento que pasan los Guerreros. Sólo anhelamos que ojalá sigan así.

sábado, marzo 17, 2018

Memoria del poeta y del futbolista*




















La raíz indoeuropea mer, que significa “recordar”, “cuidar”, produjo en latín memor, “el que recuerda”, y palabras en español como “conmemorar”, “memorable”, “memorándum” y “memoria”. Con esa misma raíz tiene algo que ver la palabra griega “mártir”, y todas se relacionan con el asombroso acto humano de conservar en algún sitio la idea de los hechos y los personajes idos, de recordar, palabra cuya etimología es todavía más bella: “recordar” es traer de nuevo al corazón, re-cordis. Aunque no todos los recuerdos son gratos, solemos asociar esta palabra con la felicidad que implica traer desde el pasado, en términos de fantasmagoría, aquello que alguna vez nos alegró y tiene la capacidad de seguir haciéndolo. Eso ocurre precisamente con la memoria de los seres admirados y queridos.
Ex futbolista y periodista deportivo, Roberto Gómez Junco (Monterrey, 1956) ha consumado en El ilustre pigmeo su primer libro, un emotivo recuerdo (re-cordis) de Celedonio Junco de la Vega, su bisabuelo poeta. Para articularlo ha procedido con una mezcla de respeto, desenfado y humor, y el resultado me parece digno de lectura porque en él se amalgaman con fortuna al menos dos géneros: por un lado, se trata de un esbozo de biografía, la del poeta Junco de la Vega, y paralelamente una especie de memoria personal, la del ex jugador de futbol y hoy periodista. El pespunteo entre ambos relatos configura y hace ameno el trayecto en las páginas de El ilustre pigmeo.
La parte, digamos, biográfica del poeta es asumida con cauteloso fervor por el bisnieto, quien varias veces declara no tener toda la información que necesita para reconstruir con detalle la andanza vital del personaje. Quedan, para indagarlo, sus textos publicados, los artículos y sobre todo la poesía, pero no las pistas que ayuden a reconstruir los ires y venires más mundanos del bisabuelo. El autor debe ceñirse entonces a lo que hay disponible sobre su mesa de trabajo: ecos de conversaciones familiares y vagos recuerdos sobre la gravitación íntima que don Cele siguió teniendo tras su muerte. No hay mucho, pues, para adentrarse en la cotidianidad del personaje. Lo que sí abunda, por suerte, es lo que dejó escrito. Muchos epigramas en clave satírica y numerosos poemas cuya factura, así tengan el registro emocional y léxico de la época, siguen pareciendo muy logrados, actuales. En efecto, Celedonio Junco de la Vega escribe como poeta de su tiempo, es decir, hay en él un eco del Modernismo que propagó Darío, pero así como el nicaragüense sigue vivo, muchos de sus buenos epígonos, aunque olvidados, persisten hasta nuestros días en el alcance de la belleza. Para los poetas de aquella hora era imposible prescindir del metro octasilábico y endecasilábico, de la estrofa y de la rima consonante; se ceñían a esos corsés hoy abandonados debido al asentamiento del verso libre, pero quienes, como don Cele, tenían talento, lo hacían con gracia cuando se trataba del piezas jocosas, y de hondura, cuando el tema ameritaba gravedad.
Roberto Gómez Junco cita muchos epigramas cuya agudeza cala hondo pese a la pequeñez del alfiler. En algún momento se pregunta si su bisabuelo fue un gran poeta, y sospecho que lo hace por una razón intuida: ciertamente, los epigramistas de periódico o de sobremesa podrán ser muy leídos y celebrados mientras viven, pero siempre son considerados menores y muy pronto pasan a ser reclutados por el olvido. Es el caso de mi paisano Campos Díaz y Sánchez, quien durante muchos años, además de cabecear notas, escribió notables epigramas para la sección editorial de Excélsior (el Excélsior de Scherer) y a quien hoy casi nadie recuerda. Celedonio Junco sería un poeta menor si sólo se conservara su producción epigramática, y más olvidado estaría si sólo quedaran sus artículos, pero no es así. Por las muestras de poesía grave que el bisnieto dispensa en su libro, advertimos que Celedonio Junco de la Vega supo deambular con solvencia por la poesía seria, no zumbona ni coyuntural. En alguna página del libro, por ejemplo, el bisnieto cita un poema bárbaro dedicado a la memoria de su padre (padre de don Celedonio), que no obstante su brevedad contiene la desgarrada perfección de una obra maestra:

Nueve años ya que el último latido
marcó tu corazón en bien fecundo;
nueve años ya, y aún vibra en nuestro oído
el adiós de tu labio moribundo.
Fuiste en la lucha de la vida roble
que queda en pie tras la borrasca fuerte
tan sólo se abatió tu frente noble
ante un rayo implacable: el de la muerte.
¿Qué ha quedado de ti?; tu nombre escrito
en un mármol que cubre polvo helado
tu espíritu vagando en lo infinito,
y tu recuerdo en nuestro hogar honrado.
Mi frente triste ante la tumba inclino,
que tu ceniza venerada encierra;
mañana, ¿qué me espera en mi camino?,
¿cuál mi suerte será sobre esta tierra?
Cuando cerrados a la luz mis ojos,
duerma ese sueño de la tumba fría…
¿quién regará con llanto mis despojos?
¿en qué memoria quedará la mía?

Como se puede oír, hay más que accidental calidad en esta pieza. El poeta tenía apenas 22 años y ya podía trabajar con malicia el hipérbaton (“Fuiste en la lucha de la vida roble”, “que tu ceniza venerada encierra”…), la unidad del campo semántico (“borrasca”, “helado”, “frío”…), el adjetivo novedoso (“labio moribundo”, “rayo implacable”, “ceniza venerada”…), y junto con el dominio de la forma, el del fondo, acaso más difícil pues comporta una madurez difícil de creer a menos que la atribuyamos a la precocidad. Gracias a un poema como éste es posible responder a la pregunta de Roberto Gómez Junco: ¿don Celedonio era un buen poeta? Sí, lo era, y harto precoz por si pareciera poco.
Mezclada con la biografía un tanto aneblada del bisabuelo, corre en buena parte del libro la vivencia del autor en relación con su deseo obsesivo por conocer aquella vida. No sólo vemos aparecer, poco a poco, desde la penumbra del tiempo, borrosa, la figura del Celedonio Junco de la Vega, sino también al hombre que la acerca hacia nosotros, es decir, este libro también cuenta los afanes del autor por destacar en el deporte y al alimón servirse de la lectura en un medio completamente ajeno a las preocupaciones intelectuales, como si no se resignara a ser completamente futbolista y de alguna manera, como lector, rendir tributo al bisabuelo artista que deambula por sus sangre. En el este zigzag entre las vidas del poeta y del futbolista que opina sobre su deporte, los lectores dialogamos con un libro sabroso, interesante y bien escrito, un recipiente para dos memorias que, cada cual a su modo, persistirán en el recuerdo de muchos que los hayan leído o visto jugar con la palabra y el balón.

Comarca Lagunera, 15, marzo y 2018

*Texto leído en la presentación de El ilustre pigmeo (Roberto Gómez Junco, Font, Monterrey, 2017, 168 pp.) celebrada el 16 de marzo de 2018 en el marco de la Feria Universitaria del Libro UANLeer 2018. 

miércoles, julio 05, 2017

Pelotudos con doctorado














En estos días corrió por los medios electrónicos y las redes el video de un programa televisivo argentino. En él, ocho panelistas y un moderador (es un decir, pues el más inmoderado era él) debatían sobre la calidad del futbol mexicano. Según varios, no todos, de los alebrestados opinantes, nuestro futbol es una “mierda”, una “cagada”, un espectáculo “inmirable” pues nuestros jugadores “no marcan”, “no defienden”.
Sé que prestar atención a esos pelotudos es una pelotudez, pero no puedo no ceder a la tentación de comentar lo que me parecen tales burros hablando desde el desconocimiento y la víscera. Para empezar, es necesario puntualizar que tipos como esos, que hablan de futbol y luego, sin cortinilla, pasan a mostrar su xenofobia generalizada, abundan en los medios electrónicos de todas partes. Los programas gritones de tipo panel son perfectos para el pensamiento deshilachado, para el ex abrupto como única forma de la discusión. Los participantes suelen ser tan elementales que no ven contradicciones obvias: ¿cómo pueden decir que el futbol mexicano es una “mierda” y al mismo tiempo afirmar que jamás han visto un partido? Es como decir que el mate sabe horrible sin haberlo probado. Estúpido. Luego, sin solución de continuidad y ya entrados en insultos a todo lo mexicano, ¿cómo pueden asegurar que lo único bueno de México es el Chavo del 8? Quien piense/diga eso es idiota, sin más.
A diferencia de ellos, puedo decir que he visto futbol argentino y gracias a esto me resulta viable asegurar que salvo tres o cuatro equipos (Boca, River, San Lorenzo, Independiente, quizá Racing y/o Central), todos los demás son modestos, sin que esta afirmación conlleve ánimo agresivo. ¿O quieren que diga que Tigre, Quilmes, Chacarita, Rafaela y Banfield son lo mismo que Boca o River? No, no son lo mismo, e igual les quedan lejos, en todo sentido, incluido el económico, clubes como América, Guadalajara, Cruz Azul, Monterrey, Tigres, Pumas, Toluca, Santos, Atlas, Pachuca y varios más.
Uno de los panelistas, acaso el único sensato, intentó contradecir al moderador. Dijo que en la Libertadores los mexicanos llegan a las finales. Otro lo cortó de inmediato y señaló que es imposible jugar en México debido al largo viaje de “40 horas”. No reparó en que se trata de juegos a visita recíproca y que el vuelo dura nueve horas. Puro etnocentrismo babotas, imbecilidad sin atenuantes.

sábado, mayo 27, 2017

Mi futbol














Fue en la Peña futbolera de Patachueca, programa de internet auspiciado por mi amigo Chuy Aranzábal en su restaurante, donde comenté que para bien y para mal el futbol que me gusta es el mexicano. Cierto que no es, ni de lejos, el mejor del mundo, pero es el que me cupo en suerte desde niño y al que mayor interés le he depositado en poco más de cuarenta años. En varias razones puedo apuntalar esta preferencia.
Hace cuatro décadas, cuando comencé a ver futbol en televisión y a presentarme en los estadios locales (el Moctezuma —después llamado Corona— y luego el TSM), el único futbol que había en el mundo era, para mí, el mexicano. Ciertamente llegaban algunas noticias periodísticas sobre las ligas del exterior, pero eran pobres y por lo general sólo impresas, sin mucho soporte audiovisual. En mi niñez me enteraba de los equipos fuereños gracias a las contrataciones que comentaban los periódicos y las revistas: se decía, por ejemplo, que el argentino Miguel Marín procedía del Vélez Sarsfield, y ya con eso nos dábamos por bien servidos: aprendíamos, sin ver nada más, que en Argentina había un club llamado Vélez Sarsfield. El centro del interés —y también las orillas del interés— estaba en nuestro campeonato. Nuestra pasión se dividía entre América, Guadalajara, UNAM, Cruz Azul, Atlético Español, Atlas, Toluca, Atlante, Monterrey, Laguna, Potosino y todos los demás equipos que jugaban un torneo de 38 fechas, kilométrico, con miles de puntos en discordia y campeones de goleo que por fuerza debían rasguñar, al menos, la zona de los 25 goles.
En aquella época me acostumbré, pues, sólo a un futbol, el mexicano. Para mí, y sospecho que para muchos niños-adolescentes como yo, Barcelona, Real Madrid, Juventus, Boca Juniors, Manchester, Bayern, Botafogo, Chelsea, Panathinaikos, River, Colo Colo y todos esos grandes equipos eran una vaga referencia, tanto que nadie hinchaba por esos colores que ni siquiera llegaban a México en forma de jersey.
Todo comenzó a cambiar en nuestro país, creo, con dos fenómenos simultáneos: la aparición de la tele por cable, que amplió el espectro de canales, y la llegada a Europa de Maradona y, particularmente para el interés mexicano, de Hugo Sánchez. De repente, cuando yo ya era joven adulto, cundió en México el deseo de ver jugar al sucesor de Pelé y al mejor futbolista azteca de todos los tiempos. Comenzó la transmisión de partidos en vivo y de repeticiones los domingos. Poco a poco, luego de ver los resúmenes de la liga mexicana los noticieros dominicales como Acción o DeporTV dejaban un espacio para dar los resultados y las tablas generales de España e Italia, de suerte que los jóvenes comenzaron a sentir fervor no sólo por un equipo local, nuestro, sino por algún otro europeo, principalmente español, y más principalmente todavía de color blanco o blaugrana.
La llegada de internet y el desarrollo de las nuevas tecnologías —la conexión automática, la infintud de canales especializados las 24 horas del día—supuso la globalización del gusto futbolero, de suerte que hoy cualquier joven abraza los colores de un equipo local, mexicano, y otro u otros dos europeos. Cuando hay partidos de la Champions o de la Premier, por eso, el universo de la afición futbolera también se paraliza acá, en México, y el encono de las aficiones queda bien ilustrado en las redes sociales, espacio donde dos mexicanos pueden llegar a mentarse mil veces la madre sólo porque uno apoya al Barcelona y otro al Bayern.
En mi caso, como ya dije, veo de reojo, con interés y admiración, es cierto, pero de reojo al fin, lo que ocurre en aquellas ligas donde se juega con una calidad de otra galaxia. Lo que sí me interesa, lo que sí me emociona, lo que me lleva a ser niño cada fin de semana, es nuestro futbol, el feo, el limitado futbol mexicano, mi futbol. Tan enamorado estoy de la Mx que a veces, si no hay más remedio, puedo ver un Puebla-Veracruz sólo para medir cómo andan los equipos, qué novedades traen.
Así pues, ya pueden imaginar lo contento que estoy con la liguilla del Clausura 2017. Está Santos Laguna, hay dos clásicos (Monterrey-Tigres y Chivas-Atlas) y esto es para mí lo más emocionante. Sé, insisto, que es un gusto modesto, que parezco poquitero, pero qué le puedo hacer. Esto no lo elegí yo: lo eligió mi infancia, esa infancia que revive cada vez que veo mi futbol.