Fue en la Peña futbolera de Patachueca,
programa de internet auspiciado por mi amigo Chuy Aranzábal en su restaurante,
donde comenté que para bien y para mal el futbol que me gusta es el mexicano.
Cierto que no es, ni de lejos, el mejor del mundo, pero es el que me cupo en
suerte desde niño y al que mayor interés le he depositado en poco más de
cuarenta años. En varias razones puedo apuntalar esta preferencia.
Hace cuatro décadas, cuando comencé a
ver futbol en televisión y a presentarme en los estadios locales (el Moctezuma
—después llamado Corona— y luego el TSM), el único futbol que había en el mundo
era, para mí, el mexicano. Ciertamente llegaban algunas noticias periodísticas
sobre las ligas del exterior, pero eran pobres y por lo general sólo impresas,
sin mucho soporte audiovisual. En mi niñez me enteraba de los equipos fuereños
gracias a las contrataciones que comentaban los periódicos y las revistas: se
decía, por ejemplo, que el argentino Miguel Marín procedía del Vélez Sarsfield,
y ya con eso nos dábamos por bien servidos: aprendíamos, sin ver nada más, que
en Argentina había un club llamado Vélez Sarsfield. El centro del interés —y
también las orillas del interés— estaba en nuestro campeonato. Nuestra pasión
se dividía entre América, Guadalajara, UNAM, Cruz Azul, Atlético Español,
Atlas, Toluca, Atlante, Monterrey, Laguna, Potosino y todos los demás equipos
que jugaban un torneo de 38 fechas, kilométrico, con miles de puntos en
discordia y campeones de goleo que por fuerza debían rasguñar, al menos, la
zona de los 25 goles.
En aquella época me acostumbré, pues,
sólo a un futbol, el mexicano. Para mí, y sospecho que para muchos
niños-adolescentes como yo, Barcelona, Real Madrid, Juventus, Boca Juniors,
Manchester, Bayern, Botafogo, Chelsea, Panathinaikos, River, Colo Colo y todos
esos grandes equipos eran una vaga referencia, tanto que nadie hinchaba por
esos colores que ni siquiera llegaban a México en forma de jersey.
Todo comenzó a cambiar en nuestro país,
creo, con dos fenómenos simultáneos: la aparición de la tele por cable, que
amplió el espectro de canales, y la llegada a Europa de Maradona y,
particularmente para el interés mexicano, de Hugo Sánchez. De repente, cuando
yo ya era joven adulto, cundió en México el deseo de ver jugar al sucesor de Pelé
y al mejor futbolista azteca de todos los tiempos. Comenzó la transmisión de
partidos en vivo y de repeticiones los domingos. Poco a poco, luego de ver los
resúmenes de la liga mexicana los noticieros dominicales como Acción o DeporTV
dejaban un espacio para dar los resultados y las tablas generales de España e
Italia, de suerte que los jóvenes comenzaron a sentir fervor no sólo por un
equipo local, nuestro, sino por algún otro europeo, principalmente español, y
más principalmente todavía de color blanco o blaugrana.
La llegada de internet y el desarrollo
de las nuevas tecnologías —la conexión automática, la infintud de canales
especializados las 24 horas del día—supuso la globalización del gusto
futbolero, de suerte que hoy cualquier joven abraza los colores de un equipo
local, mexicano, y otro u otros dos europeos. Cuando hay partidos de la
Champions o de la Premier, por eso, el universo de la afición futbolera también
se paraliza acá, en México, y el encono de las aficiones queda bien ilustrado
en las redes sociales, espacio donde dos mexicanos pueden llegar a mentarse mil
veces la madre sólo porque uno apoya al Barcelona y otro al Bayern.
En mi caso, como ya dije, veo de reojo,
con interés y admiración, es cierto, pero de reojo al fin, lo que ocurre en
aquellas ligas donde se juega con una calidad de otra galaxia. Lo que sí me
interesa, lo que sí me emociona, lo que me lleva a ser niño cada fin de semana,
es nuestro futbol, el feo, el limitado futbol mexicano, mi futbol. Tan
enamorado estoy de la Mx que a veces, si no hay más remedio, puedo ver un
Puebla-Veracruz sólo para medir cómo andan los equipos, qué novedades traen.
Así pues, ya pueden imaginar lo contento
que estoy con la liguilla del Clausura 2017. Está Santos Laguna, hay dos
clásicos (Monterrey-Tigres y Chivas-Atlas) y esto es para mí lo más
emocionante. Sé, insisto, que es un gusto modesto, que parezco poquitero, pero
qué le puedo hacer. Esto no lo elegí yo: lo eligió mi infancia, esa infancia
que revive cada vez que veo mi futbol.