Sin novedad: vivimos bajo
la mirada de la delincuencia con fuero. No sé cuántos más piensen lo mismo,
pero creo que nos hemos instalado desde hace muchos años, décadas incluso, en
una realidad en la que sin ambages ni misericordia, pero sí con ampulosos
discursos, nuestro gobierno extiende su poder en el tiempo y en el espacio (real
y simbólico) aunque los resultados sean catastróficos. El gobierno es, pues,
una manga de bucaneros, el ente que con mayor depravación se hace de riqueza a
costa de las personas a las que en teoría deben servir. No por nada la miseria
material y espiritual luce hoy en todos los desgarrados parches del (disculpen
la sobada metáfora sastreana) tejido
social.
La muerte de Javier
Valdez, como la de Miroslava Breach en marzo y tantas más, ha vuelto a poner
sobre la mesa de debate los alcances del actual gobierno federal en materia de
seguridad. Para mí son nulos, tanto que el de Peña Nieto compite cerradamente
en ineptitud con el de Felipe Calderón, lo cual, al principio de este sexenio,
parecía una comparación imposible. Pues no: la vuelta del PRI a Los Pinos,
vendida como quimioterapia capaz de arrasar con los cánceres panistas, ha
traído como consecuencia una brutal agudización de la penuria. Tan mal estamos
que, para seguir con el campo semántico de la medicina, muchos ciudadanos ya se
han aplicado una especie de eutanasia política, no desean participar pues
“todos los partidos son iguales”. Esta desesperanza no es menos dolorosa que los
otros flagelos del país.
A poco más de año y medio
de que termine este sexenio inolvidable y luego de decenas de periodistas
asesinados, es inaudito que el responsable del poder ejecutivo tome apenas la
palabra para referirse al caso. Cabría otra vez la pregunta: ¿habrá algún país
civilizado en el que maten a tantos periodistas y su presidente no dé la cara?
¿Por qué en México sí ha ocurrido esto? ¿Qué maldita mala suerte ha sido capaz
de jugarnos tal broma? No entiendo, no entiendo nada.
Vi, como todos, el
momento en el que EPN pidió, luego de las alocuciones leídas con voz grave, un
minuto de silencio por los periodistas caídos. Oí los tímidos gritos de algunos
reporteros que pedían justicia y no discursos. Los funcionarios de un lado, inalcanzables,
los periodistas del otro, invisibles, encorsetados por el cordón de seguridad
marcado por el EMP.
Esa pequeña situación,
creo, pinta al país.