No
pasó mucho tiempo, en realidad unos cuantos años apenas, para llegar al estadio
de la sociedad contemporánea que Jonathan Crary describió de un plumazo en el
título de un libro: 24/7. Con esos dos números separados por una barra
diagonal se expresa la idea-ombligo del ensayo: vivimos hoy permanentemente
atados a una pantalla, las 24 horas del día los 7 días de la semana. Esto que
hace cinco, ocho, diez años parecía relato de anticipación, es ahora, un instante
después, realidad visible en cualquier parte. Basta salir a la calle para ver
transeúntes que ni al cruzar de esquina a esquina dejan de estar atentos al
contenido de una pantalla.
Los
niños y los jóvenes son, sobre todo, quienes acusan mayor adicción. Por esto
sus reacciones de enojo cuando no disponen, por descompostura o pérdida, de una
pantalla, o cuando carecen de señal. Frente a estas situaciones se tornan
ingobernables, enfadosos, casi como farmacodependientes. Tal atadura a la
pantalla preocupa a los adultos que por su misma edad crecieron en una época
sin la omnipresencia de tantos aparatos. Los padres de familia y los profesores
son —o somos— los más inquietos, pues no saben cómo maniobrar ante quienes,
hijos o alumnos, viven con la vista fija en las pantallas.
Es
esta inquietud la que ha analizado Roxana Morduchowicz en Los chicos y las pantallas. Las respuestas que todos buscamos (FCE,
Buenos Aires, 2014, 134 pp.), libro peculiar no tanto por su tema, hoy caro
para muchos estudiosos, sino por el método que sigue para arrojar luz hacia las
dudas que han aflorado entre los adultos tras la invasión de las pantallas en
la vida de sus hijos/alumnos.
Morduchowicz
formula 57 preguntas y a todas ellas da una breve respuesta. Se trata pues de
un libro didáctico, abarcador de una realidad que llegó para modificar todos
los hábitos de las sociedades actuales. Tres son para la autora los aparatos
que posibilitan el apego: el televisor, la computadora y el celular, y casi me
atrevo a decir que un joven adicto se da por bien servido si tiene sólo el
último aparato siempre y cuando sea bueno, moderno, y, obvio, con acceso a
internet.
Al
son de preguntas sencillas (“¿Por qué hay tanta tecnología en la habitación de
los chicos y qué consecuencias trae?”, por ejemplo) nos hacemos, en suma, una
idea general de la arrasadora pantallitis y sus peligros.