Para vivir no sólo necesitamos de bienes materiales, de objetos.
El ser humano es el único animal que además de eso ha edificado complejos
sistemas de símbolos que ahora le son tan necesarios como el alimento. Una
religión, un partido, una creencia, una simple idea, una poca de fe, un
pasatiempo, un personaje, una afición, una bandera, un ritual, todo esto se
convierte en motor de acciones y reacciones, en estímulo. Quien cree en una
divinidad no es en el fondo tan distinto a quien venera a un cantante. En ambos
casos la posesión es espiritual, no física, y muchas veces deriva en la
acumulación de imágenes o autógrafos que materializan la devoción. En este
sentido, es asombroso lo que hace un admirador por ver a su personaje favorito.
Puede gastar recursos, viajar, esperar, todo por aproximarse a la imagen
idolatrada.
Hoy los equipos de futbol constituyen poderosas fuentes
simbólicas de devoción. Los aficionados nacen, sobre todo, por cercanía
geográfica, y debido a ello es relativamente fácil que un regiomontano se
identifique con Monterrey o con Tigres tanto como un catalán puede hacerlo por
Barcelona o el Espanyol, aunque dada la inmensa red informativa global ya son
comunes los casos de afición pese a la lejanía: un tapatío pude apasionarse por
el Inter de Milán tanto como un veracruzano puede dar todo por Boca Juniors. En
cualquier caso la posesión es meramente interior, está en el alma aunque se
materialice en alguna playera original.
Tras el campeonato reciente del Santos Laguna, su sexta
estrella, quedó en evidencia que, lo aceptemos o no, es hoy el símbolo mejor
compartido entre los laguneros. Los triunfos de este equipo “son” triunfos de
toda la comunidad regional, se viven como propios y se han transformado en
timbre de orgullo cuando dialogamos con los no laguneros. Esto es así, lo
sabemos, por el peso mediático del futbol, por su gravitación en el mundo
contemporáneo, tanto que en algunos casos se trata casi de una pasión cercana a
lo religioso, a veces hasta fundamentalista.
Esta querencia local por el Santos Laguna debe ser traducida
por el club en un factor de cambio, en el eje de su responsabilidad social. Si la
comunidad deposita un profundo afecto por los colores del equipo, esa
identificación podría volcarse en campañas que ayuden a mejorar las condiciones
de vida de la comunidad, que convoquen a emprendimientos colectivos siempre necesarios.
Campañas de tolerancia, de cuidado al medio ambiente, de movilidad urbana, de
lectura… mucho puede logarse si la convocatoria nace en el seno del Santos
Laguna. Su poder simbólico entre los laguneros es incontestable. Es buen
momento para aprovecharlo.