La sorpresa del segundo debate es que su saldo ha resultado
prácticamente nulo. Si no fuera por las encuestas previamente diseñadas y los
bots que ahora colocan a Meade como segundo lugar y hombre más capaz del sistema
solar, todo indicaría que nada se movió luego del 20 de mayo. Si esto es
verdad, se trata de una buena noticia sólo para el puntero, no así para los dos
que lo siguen todavía de lejos (el Bronco se cuece aparte, en una zahúrda).
Digo lo que digo porque estamos a cuarenta días de la jornada electoral y la
disputa por el segundo lugar persiste en sus números sin que Pepe y Ricky,
trabados ya como palitos con liga, dé su candidatura a torcer.
Los números no se movieron significativamente por tres
razones: Meade, Anaya y López Obrador. En efecto, Meade salió al ruedo con su
mismo esgrima técnico e inocuo, plano como el desierto de Mojave. Le echa
ganas, no tropieza en sus alocuciones, arroja datos, hasta parece buena
persona, pero tiene menos imán que un Godínez en horas extras. Además, carga
como Pípila todo el pasado reciente de su jefe Peña Nieto, personaje cuyo
gobierno está batiendo marcas en los rubros de violencia, corrupción e
impunidad. En este sentido, la candidatura de Meade desafía toda lógica: clama
por votos en el reino de la incredulidad y el rechazo.
Anaya salió casi igual que en el primer debate. “Habla bien”
(así dicen muchos), se nota entrenado en cursos de oratoria comercial, no se
descuadra, sonríe con pétrea afabilidad, se desplaza en el escenario como
pastor evangélico, trata de tú y por su nombre a todos los interlocutores,
termina justo a tiempo sus intervenciones, pero ahora cometió un error de
cálculo: fue declarado ganador del primer debate en función de su agresividad
contra AMLO, y ahora bajó el voltaje. Creo que vio una encrucijada: si agredía,
iba a pasar como golpeador de tiempo completo, y si se tornaba más técnico, más
Meade, quizá dejaría incólume al Peje. Eso ocurrió. Usó menos carteles, más
propuestas abstractas y menos golpes, y los debates de la tele no están
diseñados para el votante intelectualizado, sino para el que se deja guiar por
la personalidad, por el tono, por “la química”. Los candidatos tienen
encuentros con empresarios, con académicos, con comunicadores, así que los
debates televisivos más bien sirven, aunque muchos quieran ver “propuestas”,
para calzar bien el tacuche y ejercer el pugilismo retórico, lamentablemente.
Al contrario, AMLO ahora sí mostró los colmillos y fue mejor
percibido, se reafirmó entre los suyos y quizá pueda hasta sumar. Lo cierto es
que salió ileso, sigue en la punta y eso obligará pronto a un viraje de sus
rivales.