Una llamada telefónica me trajo desde Saltillo la voz de Gerardo Segura. Era 2003 o 2004, no recuerdo con precisión. Hasta entonces, Segura era para mí el nombre de un escritor saltillense, el ágil e inteligente entrevistador de Todos somos culpables, el único libro que de él conocía hasta aquel momento. Fue grato saber que detrás del nombre y detrás del currículum se atrincheraba una voz cordial, atenta, educada o, como dicen mis mayores, de “finísima persona”.
El tiempo y mis frecuentes viajes a la capital de nuestro estado sirvieron para perfilarme con más detalle a Segura. Editor, maestro, corrector, periodista y promotor cultural, es sobre todo escritor, narrador. En cualquiera de sus oficios Segura es un trabajador infatigable, uno de esos sujetos que le exprimen más de 24 horas al día y mantienen siempre muchísimas ollas en la lumbre, tantas que parece ubicuo. Puede ser, por ejemplo, que en este momento esté en el Teatro Nazas, cierto, pero también, no sé cómo, en su taller de testimonio en Monclova, o presentado un libro en Piedras Negras, o vigilando unas pruebas de imprenta en Monterrey, o recorriendo con Taibo alguna parte de la geografía norteña. Así es él, uno de esos cabrones que, como decía Roberto Arlt, ganan las batallas por “prepotencia de trabajo”. Además, es de los pocos saltillenses verdaderamente interesados en la literatura lagunera y un profesional del buen trato a sus colegas, lo cual siempre se agradece en un medio acostumbrado a la indiferencia o a la bravuconería.
Las palabras de las que me he servido para definirlo y describir mi relación con él de ninguna manera contaminan el parecer que me nace tras la lectura de ¿Quién te crees que eres? (en lo sucesivo QCE), novela publicada en 2008 con el sello del Icocult Saltillo. Dados los antecedentes que tengo sobre Segura, fanático de la ficción policial, esperé que QCE bordara ese género. No es así, pero en efecto camina por una subespecie no tan lejana: la del thriller. El resultado es un coctel de peripecias que, con suspenso incluido, aran el terreno de la fatalidad y la ironía, de la socarrona visión del homo saltillensis, de la atmósfera de pueblo grande y semilustrado que todavía conserva la capital coahuilense.
Gerardo Segura nació en Saltillo hacia 1955. Estudió Letras Españolas y ha publicado, entre otros, Historias de la Historia, el ya mencionado Todos somos culpables, Yo siempre estoy esperando que los muertos se levanten, Nadie sueña e Inventiva en Coahuila. Su labor de editor es amplísima, como lo puede demostrar el catálogo reciente de la bibliografía aportada por la Universidad Autónoma de Coahuila.
Ahora, con QCE, Segura añade una novela más a su producción narrativa. Lo hace con brillo, pues articuló un relato cuyos ingredientes logran lo fundamental en un proyecto novelístico: atrapar al lector con una amplia redada de palabras, hacerlo con todos los condimentos propios de un platillo que aspira a ser completo. QCE narra entonces la investigación que debe emprender Paz Navarro, el protagonista, para localizar a una inglesa que residió en Saltillo en los tiempos de bonanza del muy ficcionalizado Banco Purcell. Paz, quien carga en sus lomos un divorcio fresco que le apachurra el ánimo, entra al laberíntico pasado saltillense mediante entrevistas e investigación documental, todo para que a la mitad del camino le ocurran desgracias promovidas por quienes no desean que logre dar con el paradero de miss Mary Mauttn, la misteriosa ciudadana de origen inglés que alguna vez trabajó cerca, en el terreno de este thriller, de don Guillermo Purcell.
Celebro la historia, los enredos en los que se ve envuelto el personaje vertebral de la novela, pero más, mucho más, la chispeante y pícara prosa que asume la voz narrativa. En efecto, de poco serviría el relato sobre la pesquisa si no llevara encima el aderezo de la palabra burlona que en más de un momento termina por llevarnos a la carcajada. Paz Navarro está tan fastidiado por la mala suerte que trae una autoestima localizada más abajo que sus calcetines. Ese es el motivo que refiere al título del libro: cada vez que Paz hurga, interroga, escudriña en los papeles o a las personas que puedan darle pistas para localizar los rastros dejados por miss Mauttn en Saltillo, se le viene encima un sentimiento de derrota que sin defecto lo lleva a plantearse la pregunta: ¿quién te crees que eres? Pese a ello, y estimulado por la amistad con Mauricio, quien le ha hecho el encarguito de localizar las huellas de miss Mauttn, Paz logra ingresar al dédalo del pasado saltillense y a tropezones halla algunos rastros.
En el trayecto, entre caída y caída, entre madriza y madriza, los lectores asistimos a una disección moral de Saltillo. Como Borges a Buenos Aires, Paz no está unido a Saltillo por el amor, sino por el espanto, y es por eso que la quiere tanto. Y es que amar a una ciudad es como amar a una mujer: la prueba de fuego es mantenerse unido a ella aunque se le haya visto sin maquillaje, desgreñada en las mañanas o haciendo del dos. Lo mismo se puede decir del hombre, claro, pero la ciudad es femenina y uno aprende a quererla, como Paz a Saltillo, pese a sus amaneceres ojerosos y pintados.
Los escondijos físicos y espirituales de Saltillo enmarcan, pues, la trama, pero soy de esos lectores que en esta novela seguramente optarán por preferir las pinceladas filosóficas del personaje, un higadito que termina siendo harto jocoso en el entrevero de la investigación y el suspense.
Digo que Paz incurre en sabrosas filosofarías y creo no errar sin baso en ese rasgo gran parte de la fortuna que tiene QCE. Mientras investiga, insisto, topa con innumerables seres, paisajes y situaciones, y de todo colige oportunas opiniones, como cuando deriva, por sed de cerveza, en una piquera de pésima muerte que vende trago pese a la ley seca: “Lo de ‘privado’ era eufemismo, porque allí bebía medio Saltillo. Prostitutas de tercera, policías privados y públicos, borrachos crónicos, artistas insomnes, suicidas en recesión, divorciadas chamorrudas, normalistas desempleados, traileros de paso, periodistas chayoteros, charros cantores y charros sindicales. Un sitio maravilloso para un profesional de la noche. Como yo”. O aquella pincelada en la que don Fonso nos habla del paisaje sexual saltillense: “Caray —observó en tono reflexivo—, cómo hay jotos en Saltillo. Lo malo es que son jotos de la cabeza, que es la peor forma de la mariconería; si fueran de la cola nada más, allá ellos. Pero eso de no tener palabra…”.
Nada puedo adelantar, por el género al que responde, sobre el desenlace de QCE. Sólo puedo asegurar que Segura se maneja seguro de cabo a rabo, con un temple narrativo y un humor tan agridulce como los boleros, ese género musical que, por cierto, también acude a las páginas de esta novela que recomiendo con sincero gusto.
El tiempo y mis frecuentes viajes a la capital de nuestro estado sirvieron para perfilarme con más detalle a Segura. Editor, maestro, corrector, periodista y promotor cultural, es sobre todo escritor, narrador. En cualquiera de sus oficios Segura es un trabajador infatigable, uno de esos sujetos que le exprimen más de 24 horas al día y mantienen siempre muchísimas ollas en la lumbre, tantas que parece ubicuo. Puede ser, por ejemplo, que en este momento esté en el Teatro Nazas, cierto, pero también, no sé cómo, en su taller de testimonio en Monclova, o presentado un libro en Piedras Negras, o vigilando unas pruebas de imprenta en Monterrey, o recorriendo con Taibo alguna parte de la geografía norteña. Así es él, uno de esos cabrones que, como decía Roberto Arlt, ganan las batallas por “prepotencia de trabajo”. Además, es de los pocos saltillenses verdaderamente interesados en la literatura lagunera y un profesional del buen trato a sus colegas, lo cual siempre se agradece en un medio acostumbrado a la indiferencia o a la bravuconería.
Las palabras de las que me he servido para definirlo y describir mi relación con él de ninguna manera contaminan el parecer que me nace tras la lectura de ¿Quién te crees que eres? (en lo sucesivo QCE), novela publicada en 2008 con el sello del Icocult Saltillo. Dados los antecedentes que tengo sobre Segura, fanático de la ficción policial, esperé que QCE bordara ese género. No es así, pero en efecto camina por una subespecie no tan lejana: la del thriller. El resultado es un coctel de peripecias que, con suspenso incluido, aran el terreno de la fatalidad y la ironía, de la socarrona visión del homo saltillensis, de la atmósfera de pueblo grande y semilustrado que todavía conserva la capital coahuilense.
Gerardo Segura nació en Saltillo hacia 1955. Estudió Letras Españolas y ha publicado, entre otros, Historias de la Historia, el ya mencionado Todos somos culpables, Yo siempre estoy esperando que los muertos se levanten, Nadie sueña e Inventiva en Coahuila. Su labor de editor es amplísima, como lo puede demostrar el catálogo reciente de la bibliografía aportada por la Universidad Autónoma de Coahuila.
Ahora, con QCE, Segura añade una novela más a su producción narrativa. Lo hace con brillo, pues articuló un relato cuyos ingredientes logran lo fundamental en un proyecto novelístico: atrapar al lector con una amplia redada de palabras, hacerlo con todos los condimentos propios de un platillo que aspira a ser completo. QCE narra entonces la investigación que debe emprender Paz Navarro, el protagonista, para localizar a una inglesa que residió en Saltillo en los tiempos de bonanza del muy ficcionalizado Banco Purcell. Paz, quien carga en sus lomos un divorcio fresco que le apachurra el ánimo, entra al laberíntico pasado saltillense mediante entrevistas e investigación documental, todo para que a la mitad del camino le ocurran desgracias promovidas por quienes no desean que logre dar con el paradero de miss Mary Mauttn, la misteriosa ciudadana de origen inglés que alguna vez trabajó cerca, en el terreno de este thriller, de don Guillermo Purcell.
Celebro la historia, los enredos en los que se ve envuelto el personaje vertebral de la novela, pero más, mucho más, la chispeante y pícara prosa que asume la voz narrativa. En efecto, de poco serviría el relato sobre la pesquisa si no llevara encima el aderezo de la palabra burlona que en más de un momento termina por llevarnos a la carcajada. Paz Navarro está tan fastidiado por la mala suerte que trae una autoestima localizada más abajo que sus calcetines. Ese es el motivo que refiere al título del libro: cada vez que Paz hurga, interroga, escudriña en los papeles o a las personas que puedan darle pistas para localizar los rastros dejados por miss Mauttn en Saltillo, se le viene encima un sentimiento de derrota que sin defecto lo lleva a plantearse la pregunta: ¿quién te crees que eres? Pese a ello, y estimulado por la amistad con Mauricio, quien le ha hecho el encarguito de localizar las huellas de miss Mauttn, Paz logra ingresar al dédalo del pasado saltillense y a tropezones halla algunos rastros.
En el trayecto, entre caída y caída, entre madriza y madriza, los lectores asistimos a una disección moral de Saltillo. Como Borges a Buenos Aires, Paz no está unido a Saltillo por el amor, sino por el espanto, y es por eso que la quiere tanto. Y es que amar a una ciudad es como amar a una mujer: la prueba de fuego es mantenerse unido a ella aunque se le haya visto sin maquillaje, desgreñada en las mañanas o haciendo del dos. Lo mismo se puede decir del hombre, claro, pero la ciudad es femenina y uno aprende a quererla, como Paz a Saltillo, pese a sus amaneceres ojerosos y pintados.
Los escondijos físicos y espirituales de Saltillo enmarcan, pues, la trama, pero soy de esos lectores que en esta novela seguramente optarán por preferir las pinceladas filosóficas del personaje, un higadito que termina siendo harto jocoso en el entrevero de la investigación y el suspense.
Digo que Paz incurre en sabrosas filosofarías y creo no errar sin baso en ese rasgo gran parte de la fortuna que tiene QCE. Mientras investiga, insisto, topa con innumerables seres, paisajes y situaciones, y de todo colige oportunas opiniones, como cuando deriva, por sed de cerveza, en una piquera de pésima muerte que vende trago pese a la ley seca: “Lo de ‘privado’ era eufemismo, porque allí bebía medio Saltillo. Prostitutas de tercera, policías privados y públicos, borrachos crónicos, artistas insomnes, suicidas en recesión, divorciadas chamorrudas, normalistas desempleados, traileros de paso, periodistas chayoteros, charros cantores y charros sindicales. Un sitio maravilloso para un profesional de la noche. Como yo”. O aquella pincelada en la que don Fonso nos habla del paisaje sexual saltillense: “Caray —observó en tono reflexivo—, cómo hay jotos en Saltillo. Lo malo es que son jotos de la cabeza, que es la peor forma de la mariconería; si fueran de la cola nada más, allá ellos. Pero eso de no tener palabra…”.
Nada puedo adelantar, por el género al que responde, sobre el desenlace de QCE. Sólo puedo asegurar que Segura se maneja seguro de cabo a rabo, con un temple narrativo y un humor tan agridulce como los boleros, ese género musical que, por cierto, también acude a las páginas de esta novela que recomiendo con sincero gusto.
o
Nota del editor: texto leído ayer durante la presentación de ¿Quién te crees que eres? celebrada en el Teatro Nazas.