El 17 de julio de 2008 fue “subido” a You Tube un video del partido Nueva Alianza (http://www.youtube.com/watch?v=7Jwm8c6cY3w). Su elocuencia me asombró, pues en 21 segundos logra sintetizar el hoyo de inmundicia en el que se revuelcan los partidos mexicanos. Para quien no lo pueda ver y oír en internet, el comercial comienza con la imagen de Jorge Kahwagi, ese ajonjolí de todos los fangos que lo mismo sale en el Big Brother que se pelea con el Cibernético y discursea en la Cámara. El también millonetas y ex boxeador cherry nos hace un comentario, como si nos interesara: “Muchas veces me han preguntado que por qué Nueva Alianza”. Luego aparece a cuadro una chica de blusa rosa que parece responderle: “Porque es diferente yyyyy…”; al decir la conjunción copulativa hay un corte que prorrumpe en música guapachosa, como salsa, y el jingle “Porque sí, porque sí, porque sí, Nueva Alianza es mi generación, porque sí, porque sí, porque sí, Nueva Alianza por la educación”, y al final vuelve Kahwagi a cuadro y simplemente declara, con cara de que es obvio, tontos: “Porque sí”. Cuando ocurre el jingle, hay que acotar, un grupo de jóvenes ejecutan una especie de coreografía bochornosa, como de chimpancés alegres ante el sorpresivo descubrimiento de un bananal.
Describo así, con pelos, el espot porque no lo había visto y me parece que, aunque relativamente viejo ya, resume implacablemente, insito, los grados de trogloditismo a los que llegó hace tiempo nuestra propaganda. Como ya nadie les cree, como ni ellos mismos aceptan la sinceridad de sus palabras, los partidos han amerdizado en la simplonería más babotas posible. Es el cinismo, la inescrupulosidad, la locura casi. ¿O sea que, si alguien nos pregunta por qué militamos en un partido y no en otro, nuestra respuesta puede ser llanamente “porque sí”? Aprendí hace como cuarenta años (tengo 44) que esa respuesta es de niños, que las preguntas no podemos responderlas de esa forma: porque sí, porque no, ya que esa respuesta no responde nada. Pero Kahwagi arroja luz, y deslumbra: está en Nueva Alianza, oh, “porque sí”, que es casi como decir “porque se me hinchan”, como los niños que hacen berrinche y les ganan a sus padres hasta conseguir la cajita feliz de esta semana.
Fuera de bromas (¿se puede opinar sobre esos espots sin bromas?), la propaganda política que se nos viene como avalancha nepalense deberá encarar un desafío mayúsculo en las elecciones. ¿Qué deben hacer los partidos para conmover un poco, un poquito, un poquititito siquiera al electorado en estos tiempos de oscuridad, en este medievo con computadoras? ¿Con qué guantes entrarle al erizo que es ahora el potencial votante? Yo no veo cómo. La bajeza de nuestra clase política sin clase ha alcanzado ya las máximas alturas, de suerte que, óigase bien, ningún discurso, por sincero, pensado y congruente que parezca logra mover un músculo esperanzado en el rostro de la ciudadanía. Como Jesús Ortega, quien ni con sus tremendos dotes de antiactor y su chinita-chef logra sacarnos una pizca de confianza; o Peña Nieto, quien ni con Angélica Rivera ni ahora con Lucero y su poderoso caderón alcanza a convencernos de la grandeza alcanzada por el gobierno mexiquense. Los ejemplos son muchos, y al viejo espot de Nueva Alianza donde se pavonea Kahwagi lo uso de ejemplo sólo porque recién me lo mandó Heriberto y porque me pareció una joya de la peligrosa vacuidad a la que hemos llegado.
En el México convulso, traspasado por balas de alto calibre, herido por granadas de fragmentación, atado a la pobreza y al pavor, los espots son algo así como el Manual de Carreño en Sodoma y Gomorra. De todos modos, irremediablemente, unos deben difundirlos y otros, la mayoría, consumirlos. La explicación de esa perversidad quizá sea más sencilla de lo que creemos: porque sí.
Describo así, con pelos, el espot porque no lo había visto y me parece que, aunque relativamente viejo ya, resume implacablemente, insito, los grados de trogloditismo a los que llegó hace tiempo nuestra propaganda. Como ya nadie les cree, como ni ellos mismos aceptan la sinceridad de sus palabras, los partidos han amerdizado en la simplonería más babotas posible. Es el cinismo, la inescrupulosidad, la locura casi. ¿O sea que, si alguien nos pregunta por qué militamos en un partido y no en otro, nuestra respuesta puede ser llanamente “porque sí”? Aprendí hace como cuarenta años (tengo 44) que esa respuesta es de niños, que las preguntas no podemos responderlas de esa forma: porque sí, porque no, ya que esa respuesta no responde nada. Pero Kahwagi arroja luz, y deslumbra: está en Nueva Alianza, oh, “porque sí”, que es casi como decir “porque se me hinchan”, como los niños que hacen berrinche y les ganan a sus padres hasta conseguir la cajita feliz de esta semana.
Fuera de bromas (¿se puede opinar sobre esos espots sin bromas?), la propaganda política que se nos viene como avalancha nepalense deberá encarar un desafío mayúsculo en las elecciones. ¿Qué deben hacer los partidos para conmover un poco, un poquito, un poquititito siquiera al electorado en estos tiempos de oscuridad, en este medievo con computadoras? ¿Con qué guantes entrarle al erizo que es ahora el potencial votante? Yo no veo cómo. La bajeza de nuestra clase política sin clase ha alcanzado ya las máximas alturas, de suerte que, óigase bien, ningún discurso, por sincero, pensado y congruente que parezca logra mover un músculo esperanzado en el rostro de la ciudadanía. Como Jesús Ortega, quien ni con sus tremendos dotes de antiactor y su chinita-chef logra sacarnos una pizca de confianza; o Peña Nieto, quien ni con Angélica Rivera ni ahora con Lucero y su poderoso caderón alcanza a convencernos de la grandeza alcanzada por el gobierno mexiquense. Los ejemplos son muchos, y al viejo espot de Nueva Alianza donde se pavonea Kahwagi lo uso de ejemplo sólo porque recién me lo mandó Heriberto y porque me pareció una joya de la peligrosa vacuidad a la que hemos llegado.
En el México convulso, traspasado por balas de alto calibre, herido por granadas de fragmentación, atado a la pobreza y al pavor, los espots son algo así como el Manual de Carreño en Sodoma y Gomorra. De todos modos, irremediablemente, unos deben difundirlos y otros, la mayoría, consumirlos. La explicación de esa perversidad quizá sea más sencilla de lo que creemos: porque sí.