sábado, febrero 14, 2009

Diluvio sobre Maciel



No era para menos. Y no por la historia de la amante, del hijo y del espíritu poco santo que lo habitaba, que al final eso es lo de menos, sino por uno de esos pecados que no merecen perdón de nadie y sí cárcel e ignominia: su pederastia. Por ello, aunque la atención haya sido encaminada al desliz muy perdonable de sus tratos con una mujer adulta, lo fundamental no deja de ser que Marcial Maciel Degollado, con sus desviaciones sexuales, lastimó la vida de niños. Eso es aberrante aquí y en Saturno, aunque algunos de sus fieles sigan en la buenísima onda de negar y/o perdonar, recurso cómodo de quienes, al no haber padecido en carne propia el abuso pederasta, por fanatismo se niegan a creer en lo ya probado: que Maciel fue una mayúscula falacia.
Los comentarios periodísticos recientes se han ubicado, todos, en la condena. Dos me han llamado mucho la atención. El que la semana pasada publicó en Milenio Juan Ignacio Zavala, quien se fue directo a la póstuma yugular del michoacano (el michoacano de Cotija, no el de Morelia, su cuñado) y remarcó que las conductas de Maciel son indefectiblemente imperdonables, sin atenuante ninguna. Y el que ayer publicó en Excélsior Francisco Martín Moreno, quien la semana pasada había dado una entrevista a Milenio sobre el mismo tema. Con el título “¿Perdón a Maciel? ¿Perdón a un pederasta?”, el escritor e historiador pone el acento en lo fundamental, y sobre Maciel señala que “fue un ‘padre’, ¿qué padre, no..?, pervertido, corrupto, prostituido, desencaminador de almas, inmoral, degenerado, maligno, violador de niños y niñas, un endiablado sujeto desnaturalizado, vicioso, ignorante del menor sentimiento de pudor y de piedad, un representante de Dios, un depredador de vidas inocentes como las de aquellos chiquillos que fueron obligados a masturbarlo y a quienes después penetró villanamente destruyendo para siempre cada vida, de lo cual se consoló pidiéndole perdón al Señor… Si el sacerdote es una persona que ejerce como intermediario entre el ser humano y la divinidad, ¿cómo esperar que semejante autoridad espiritual se utilice para penetrar analmente a chiquillos inocentes que están naciendo a la vida? El ‘padre’, el miserable padre Maciel, debería haber sido juzgado y condenado con todas las agravantes consignadas en la ley: premeditación, alevosía y ventaja, pero además por haber abusado sexualmente de menores con arreglo a su supuesta figura divina en lugar de ‘servir a todo el pueblo de Dios en su búsqueda de la santidad y en su empeño apostólico por anunciar el Evangelio…’”.
Más adelante, sin bajar el tono de su arremetida, el autor de México acribillado explica: “Si se llegó a descubrir la paternidad del ‘padre’ Maciel fue porque en la actualidad existe una división interna producto de las luchas por el poder económico de la orden y, en ningún caso, porque los legionarios hubieran decidido motu proprio confesar semejantes crímenes cometidos por un hombre de la Iglesia. Que quede claro: la verdad se supo gracias a la quiebra financiera mundial que debió haber afectado igualmente a los legionarios que hoy luchan por controlar el inmenso poder de la orden. El surgimiento repentino de una de las hijas de Maciel, no pasará mucho tiempo antes de que aparezcan más aberraciones como la presente, es parte de la guerra sucia que se libra entre los legionarios, sin que la divulgación de la nota responda a un proceso de purificación de la orden manchada ya de por vida urbi et orbi…”.
Por un lado, pues, hay un merecido fustigamiento a la conducta depravada de un sujeto que supuestamente vivía en olor de santidad y más bien era maligno; por otro, la sospecha de que las revelaciones no tienen vinculación con un deseo de aseo moral, sino de simple reacomodo mafioso en torno a lo que verdaderamente importa: el dinero, siempre el cochino dinero.