El domingo pasado estaba bien vulgarote con mis cacahuatotes, con mi cervezota, con mis amigotes y con mis parientotes echándome el supertazón en una televisionzota (o televisionsota, que no hay jurisprudencia ortográfica sobre ese aumentativo), es decir, estaba como cualquier ciudadano del mundo cuando a la brava, sin decir agua va, el canal interrumpió su señal para recetar urbi et orbi una sobredosis de anuncios políticos de casi infumable producción. Mi primera reacción fue el desconcierto. Pensé que se trataba de un error, pero cuando la situación se repitió (en ese momento atacaban con furia los Aceleros de Písbur, como les dicen en mi barrio) vi clarito que en realidad era una estrategia propagandística muy bien orquestada por las televisoras. Ante tan buena puntada no cupe de alegría: por fin nuestro duopolio mediático había dejado de ser la mierda que tradicionalmente es, y con gran inteligencia diseñó un plan de cobertura política digno de un pueblo güevón al que no le interesan los choros electorales ni en licuado.
Sé bien hoy que las televisoras están siendo acribilladas. Sus críticos les atribuyen infantilismo, encono, golpismo, maldad, rencor, pues al haberse quedado sin el pastelote de los espots parece que andan enfurruñadas como adolescentes a los que les quitaron el celular, como Peñas Nietos a los que no les concedieron la candidatura o como Fabiruchis a los que no les han dado para sus tunas. Quienes se obstinan en ver una jugada berrinchuda de Televisa y TV Azteca señalan que, a la malagueña salerosa, los dos leviatanes de la comunicación en México acordaron en lo oscurito (cancha en la que suelen dar grandes batallas, hay que reconocerlo) la transmisión de cortes para cuchilear (perdón por ese tecnicismo del argot canino) al público telenviciado contra los partidos políticos y el IFE. El analista Javier Corral ha llegado al exceso de calificar el hecho como “porrismo mediático”.
Pero no. Tanto Televisa como TV Azteca han decidido poner fin a su proverbial ruindad y aunque sea de manera muy poco delicada le abrieron un paréntesis, por fin, a la política en medio de las frivolidades que nada dejan. Fue así como tuvieron la chula ocurrencia de armar una campaña de seducción subliminal que permitiera a la ciudadanía en pleno una oportunidad mínima de adoctrinamiento. Algún genial estratega de los medios vio con claridad que hacía falta un México más politizado, más conciente, más participativo. Como la tele jamás hará nada para dar aunque sea una embarrada de politización seria, el plan fue aprovechar la producción de los partidos y del IFE para encajarla en medio de las trasmisiones que gozan de millones y millones de televidentes. Por primera vez en nuestra historia, pues, un anuncio del IFE, del PRI, del PAN, del PRD y demás fue visto por cantidades inauditas de público. Es de suponer que muchos mexicanos mentaron madres, pero también es lógico inferir que al calor de las chelas y de los pases interceptados algo se quedó en la memoria colectiva. El plan, entonces, no es tan malo, aunque el mecanismo nos parezca ahora un tanto burdo o estúpido. Si así no fuera, los anuncios de los partidos estarían condenados, como siempre, a horarios y canales de octava categoría, a segmentos televisivos en los que competirían contra fajas, pomadas reductivas y métodos para ponerse bien mameyes en una semana. Con la maravillosa idea de pasar la propaganda en medio del supertazón o de programas semejantes, las televisoras han aprovechado la cautividad del público y su embriaguez real o metafórica, lo que sirve sobremanera para inocular cualquier información subliminal, en este caso política.
Cierto que Televisa y TV Azteca han sido y son, en general, basura, las dos empresas más antidemocráticas que arrastrarse puedan en el reino de este país, pero lo que hicieron el fin de semana es una prueba, contra Darwin, de que son manejadas por seres humanos, aunque usted no lo crea.
Sé bien hoy que las televisoras están siendo acribilladas. Sus críticos les atribuyen infantilismo, encono, golpismo, maldad, rencor, pues al haberse quedado sin el pastelote de los espots parece que andan enfurruñadas como adolescentes a los que les quitaron el celular, como Peñas Nietos a los que no les concedieron la candidatura o como Fabiruchis a los que no les han dado para sus tunas. Quienes se obstinan en ver una jugada berrinchuda de Televisa y TV Azteca señalan que, a la malagueña salerosa, los dos leviatanes de la comunicación en México acordaron en lo oscurito (cancha en la que suelen dar grandes batallas, hay que reconocerlo) la transmisión de cortes para cuchilear (perdón por ese tecnicismo del argot canino) al público telenviciado contra los partidos políticos y el IFE. El analista Javier Corral ha llegado al exceso de calificar el hecho como “porrismo mediático”.
Pero no. Tanto Televisa como TV Azteca han decidido poner fin a su proverbial ruindad y aunque sea de manera muy poco delicada le abrieron un paréntesis, por fin, a la política en medio de las frivolidades que nada dejan. Fue así como tuvieron la chula ocurrencia de armar una campaña de seducción subliminal que permitiera a la ciudadanía en pleno una oportunidad mínima de adoctrinamiento. Algún genial estratega de los medios vio con claridad que hacía falta un México más politizado, más conciente, más participativo. Como la tele jamás hará nada para dar aunque sea una embarrada de politización seria, el plan fue aprovechar la producción de los partidos y del IFE para encajarla en medio de las trasmisiones que gozan de millones y millones de televidentes. Por primera vez en nuestra historia, pues, un anuncio del IFE, del PRI, del PAN, del PRD y demás fue visto por cantidades inauditas de público. Es de suponer que muchos mexicanos mentaron madres, pero también es lógico inferir que al calor de las chelas y de los pases interceptados algo se quedó en la memoria colectiva. El plan, entonces, no es tan malo, aunque el mecanismo nos parezca ahora un tanto burdo o estúpido. Si así no fuera, los anuncios de los partidos estarían condenados, como siempre, a horarios y canales de octava categoría, a segmentos televisivos en los que competirían contra fajas, pomadas reductivas y métodos para ponerse bien mameyes en una semana. Con la maravillosa idea de pasar la propaganda en medio del supertazón o de programas semejantes, las televisoras han aprovechado la cautividad del público y su embriaguez real o metafórica, lo que sirve sobremanera para inocular cualquier información subliminal, en este caso política.
Cierto que Televisa y TV Azteca han sido y son, en general, basura, las dos empresas más antidemocráticas que arrastrarse puedan en el reino de este país, pero lo que hicieron el fin de semana es una prueba, contra Darwin, de que son manejadas por seres humanos, aunque usted no lo crea.