jueves, febrero 26, 2009

La historia castigadora



Por estos días ha sonado recio el tema de la culpabilidad por la narcoviolencia. Todo parece un duelazo de ping-pong inocuo en el que los chipocludos de la polaca hablan como locos y ninguno oye. Mientras, los atarantados mexicanos que ni tenemos velas para nuestros entierros seguimos la marcha, trabajamos como podemos y en lo que podemos, sobrevivimos a los embates de la anarquía chirinolera en la que sobrenada el país.
Los dichos de Germán Martínez, embusteramente airado como siempre, apuntaron con dedo acusador hacia los sexenios del PRI. A Fox le vio las manos limpias, por eso recargó las tintas en los gobiernos del tricolor que dejaron hacer y dejaron pasar para beneplácito de la delincuencia organizada. De inmediato, con tremenda granizada declarativa se le fueron encima los Beltrones y los Gamboas, quienes incurrieron en la obviedad de culpar a uno de los muchos culpables: a Fox. El zipizape parecía muy trabado y condenado al olvido hasta que se levantó la figura gordezuela y engominada del secretario de Gobernación, quien señaló, no se sabe si consciente o inconscientemente, que en el sexenio pasado hubo “omisiones” en el combate al narcotráfico, lo que daba como resultado una “paz simulada, sin sustento”.
Según La Jornada, “El responsable de la política interna pidió ir más allá de la memoria de corto plazo, porque los problemas de inseguridad estaban soterrados en la sociedad desde hace mucho; es decir, advirtió, la violencia ya estaba implícita, la seguridad ya estaba perdida desde antes. El problema de la inseguridad, de la amenaza del narcotráfico, de los secuestros, ya estaba latente, lo que pasa es que no habían sido enfrentados con fuerza para que salieran sus efectos más dramáticos a flote”. O sea que, burros como somos, nunca vimos que el cáncer habitaba ya en el cuerpo de la nación, pues nadie lo había encarado para tratar de extirparlo. No es sino hasta el actual sexenio, se infiere, que nos damos cuenta del estropicio gracias a la voluntad quirúrgica del calderonismo. En otras palabras, la culpa para los enemigos y, claro está, las buenas políticas y los logros para los cuates.
Por supuesto, el secretario Gómez Mont fue cuestionado luego de incluir a Fox en el racimo de los culpables: ¿hay posibilidades de castigar a Fox por sus peligrosas omisiones? La respuesta parece más de Corín Tellado que de un ministro del interior, como les dicen en otros países a los homólogos del abogado Gómez Mont: “Hasta donde yo entiendo, la política va poniendo a todos en su lugar. Del pasado tomemos lo que necesitamos para aprender; ¡hombre!, no nos quedemos anclados en eso. Todos tenemos que entrarle”. El pasado, entonces, sólo servirá para dar lecciones al presente, no para ubicar en él la culpa por destrozos infligidos a toda una nación. Eso significa que, si nos atenemos a la teoría en la que el pasado sólo sirve para que aprendamos de él, los que ahora son presente y en el futuro serán pasado pueden dormir tranquilos, pues la historia (no la ley, no la justicia) se encargará de ponerlos en su lugar.
Sin culpables concretos en el horizonte, el país puede estar confiado en que la situación empeorará. Gran parte del caos y la violencia tiene su base en la impunidad, y por lo que dijo el secretario Gómez Mont no se ve la hora en la que del Estado surja una mínima disposición al deslinde de responsabilidades. Se puede decir que un presidente fue omiso y puso en peligro de muerte a un país, pero en ningún momento se insinúa un procedimiento real, no metafórico, no vinculado a la historia como magister vitae, mediante el cual se establezca un castigo. Salida cómoda: la riegan crasamente y como pena capital sólo queda impuesto un hipotético mal recuerdo. Si la historia es la única que castiga, cualquiera estará dispuesto a labrar fechorías.