En el muladar informativo a veces es difícil encontrar notas que de verdad nos alienten a seguir, que nos infundan fe, esperanza y calidad en el consumo de datos. En México ya no salimos de lo mismo: todo es matazón y sinvergüenzada, rompimiento de marcas olímpicas en la competencia denominada ajusticiamiento de cristianos, dimes y diretes de secretarios de Estado parásitos, palabras optimistas de un comodino Felipe Calderón que nos llama cobardes por tenerle miedo al miedo, y así. Por eso, y para que no se enfade Rodolfo Elizondo Torres, secretario de Turismo, pongo los ojos por hoy en otro lado, muy lejos de la crudelia realidad que nos ladra por doquier.
Recuerdo que hace años gran parte de la información internacional nos llegaba por la vía del cine. Entre película y película (a mí me tocó la modalidad de tres cintas distintas al hilo por un solo pago) pasaban además documentales muy interesantes, con notas generalmente sabrosas, lo que en Milenio suelen acomodar en la sección Tendencias. Recuerdo más que nada al Noticiero Mexicano, con producción de Manuel Barbachano Ponce, dirección de Carlos Loret de Mola y narración de Fernando Marcos, el mismo míster que poco después fue eterno comentarista de futbol y que solía terminar las transmisiones con su editorial de cuatro palabras (Gerardo García Muñoz me ha dicho que alguna vez Marcos polemizó con Carlos Albert, y las cuatro palabras finales fueron un puyazo contra su compañero de locución: “Usted me cae mal”). Bueno, así nos llegaba la información, con meses de retraso, pero con eso ya nos creíamos cosmopolitas y teníamos de qué platicar con la perrada.
Ahora, la superabundancia de notas curiosas de todos los escondrijos del orbe es parte de la rutina informativa. Estamos al día sobre los acontecimientos importantes e idiotas que ocurren en el mundo y más allá de él, como los dos sobre los que leí ayer, un dechado de cómo se maneja ahora lo que antes era rollo privadísimo. Resulta (esta palabra se la aprendí a una tía cuando estaba a punto de soltar un chisme) que en Italia una chica de nombre Raffaella Fico, ex participante del Big Brother, ha decidido abrir una subasta para abrir, valga la rebuznancia, el cofrecito de su virginidad. Para los caballeros es una estupenda noticia, lástima que la lorenza Raffaella puso muy alta la canasta: un millón de euros cobrará al primer v(c)aliente que se anime a darle para comprar sus tunas. Lo importante de esta nota sin importancia es que la señorita Fico es en efecto señorita (dizque) y tiene una apariencia de muy pellizcable melocotón. Es, para acabar pronto, una bestia, tanto que Thalía es una gárgola junto a ella. “Quiero ver si alguien desembolsa esta suma para tenerme”, ha declarado, y también que desea comprar una casa en Roma y un curso de actuación. Ya estoy oyendo a muchos mexicanos: “Si yo fuera Slim, seguro que me trueno un milloncejo en la Raffita”.
El otro caso es el de la británica Jade Goody, también ex participante del Big Brother, quien ha mercado sus últimos días de vida. Hace seis meses le diagnosticaron cáncer cervical y por ello decidió vender su agonía a una cadena de televisión; cotizó ese raro producto en un millón de euros, plata con la que desea asegurar la educación de sus futuros huérfanos. “Quiero que mis dos preciosos hijos sean bautizados, para que cuando yo me muera sepan que su mamá está en el cielo. Soy una ignorante, pero mis niños no lo serán. Tendrán la mejor educación y sabrán que es todo gracias a su mamá”, señaló.
El show de la información sigue y seguirá dando noticias frescas, listas para hacernos olvidar crisis y balazos. Aunque todo es parte de lo mismo: la sociedad del espectáculo, el mundo como parodia infinita.
Ahora, la superabundancia de notas curiosas de todos los escondrijos del orbe es parte de la rutina informativa. Estamos al día sobre los acontecimientos importantes e idiotas que ocurren en el mundo y más allá de él, como los dos sobre los que leí ayer, un dechado de cómo se maneja ahora lo que antes era rollo privadísimo. Resulta (esta palabra se la aprendí a una tía cuando estaba a punto de soltar un chisme) que en Italia una chica de nombre Raffaella Fico, ex participante del Big Brother, ha decidido abrir una subasta para abrir, valga la rebuznancia, el cofrecito de su virginidad. Para los caballeros es una estupenda noticia, lástima que la lorenza Raffaella puso muy alta la canasta: un millón de euros cobrará al primer v(c)aliente que se anime a darle para comprar sus tunas. Lo importante de esta nota sin importancia es que la señorita Fico es en efecto señorita (dizque) y tiene una apariencia de muy pellizcable melocotón. Es, para acabar pronto, una bestia, tanto que Thalía es una gárgola junto a ella. “Quiero ver si alguien desembolsa esta suma para tenerme”, ha declarado, y también que desea comprar una casa en Roma y un curso de actuación. Ya estoy oyendo a muchos mexicanos: “Si yo fuera Slim, seguro que me trueno un milloncejo en la Raffita”.
El otro caso es el de la británica Jade Goody, también ex participante del Big Brother, quien ha mercado sus últimos días de vida. Hace seis meses le diagnosticaron cáncer cervical y por ello decidió vender su agonía a una cadena de televisión; cotizó ese raro producto en un millón de euros, plata con la que desea asegurar la educación de sus futuros huérfanos. “Quiero que mis dos preciosos hijos sean bautizados, para que cuando yo me muera sepan que su mamá está en el cielo. Soy una ignorante, pero mis niños no lo serán. Tendrán la mejor educación y sabrán que es todo gracias a su mamá”, señaló.
El show de la información sigue y seguirá dando noticias frescas, listas para hacernos olvidar crisis y balazos. Aunque todo es parte de lo mismo: la sociedad del espectáculo, el mundo como parodia infinita.