domingo, febrero 22, 2009

Cuento nuestro de cada día



La gente suele platicar cuentos, no novelas. La novela, más que leerla y platicarla, la vive. Cuando a alguien le preguntan cómo le fue, no es infrecuente que diga más o menos esto: “Bien, fui con fulano y nos topamos a perengano, luego entramos al restaurante equis y qué crees, vimos un pleito a gritos de una pareja, así que luego llegó la policía…”. La historia no se alarga mucho, hace simplemente el recorte de un momento, extrae lo básico del hecho y lo presenta con la mayor dosis de verosimilitud posible. Eso es, en estado casi espérmico, un cuento. Por supuesto que a la hora de narrar un cuento, es decir, de escribirlo, hay que pensar de una manera más fría los detalles, pues la escritura no puede ser organizada igual que la conversación. Pero el caso es, en esencia, el mismo: elegimos los detalles más significativos de un hecho, tratamos de compactarlos y luego los contamos con las cejas levantadas, para ganar la expectación de quien nos oye o quien nos lee. En ese sentido, aunque el cuento es un artefacto literario se parece mucho a lo que habitualmente hace cualquiera cuando platica en la sobremesa o cuando acaba de llegar.
He intentado explicar y explicarme por qué la gente que lee lee más novelas que cuentos. Tras años y años de pensarlo, sigo sin una respuesta satisfactoria. Todo se queda en especulación, en vago intento de respuesta. Dos de los más poderosos novelistas latinoamericanos, Vargas Llosa y García Márquez, me han servido para intuir qué pasa. El peruano ha reiterado en incontables ocasiones (se lo oí como cuatro veces en diferentes mesas de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara) que la novela, al plantearnos una especie de vida sucedánea o algo así, nos enriquece, nos permite salir de nuestro pobre destino único e incanjeable. No tengo a la vista sus palabras textuales, pero dice más o menos eso. El colombiano, por otra parte, al bordar algunos comentarios sobre el cuento (comentarios que ahora tengo a la vista y citaré tal cual) señala que “El cuento parece ser el género natural de la humanidad por su incorporación espontánea a la vida cotidiana. Tal vez lo inventó sin saberlo el primer hombre de las cavernas que salió a cazar una tarde y no regresó hasta el día siguiente con la excusa de haber librado un combate a muerte con una fiera enloquecida por el hambre. En cambio, lo que hizo su mujer cuando se dio cuenta de que el heroísmo de su hombre no era más que un cuento chino pudo ser la primera y quizás la novela más larga del siglo de piedra”. Eso está en el breve artículo titulado “¿Todo cuento es un cuento chino?”.
Me interesa detener la mirada en la afirmación que abre el párrafo: “El cuento parece ser el género natural de la humanidad por su incorporación espontánea a la vida cotidiana”. Si es así, la gente ya sabe cuentos, los hace a diario, los cuenta y se los cuentan en cualquier lado. En cambio, la novela es menos cotidiana, pues nadie toleraría tres, cuatro, diez horas seguidas oyendo las peripecias de otro. Para aguantar eso es necesario leerlo, avanzar por capítulos, consumir información por tramos. Todo es, como todo, más complejo, pero es válido ese sencillo intento de comprender, a partir de dos afirmaciones autorizadas, por qué el cuento no circula tanto como la novela.
En el terreno de la dificultad, he leído que muchos grandes narradores han tenido serios problemas con el cuento. La gente suele creer que es un asunto más sencillo, pero al ver lo que dice nada menos que García Márquez notaremos que la sencillez y la dificultad también suelen ser mal asignadas a uno u otro género; dice el autor de Cien años de soledad: “Escribir una novela es pegar ladrillos. Escribir un cuento es vaciar en concreto. No sé de quién es esa frase certera. La he escuchado y repetido desde hace tanto tiempo sin que nadie la reclame, que a lo mejor termino creyendo que es mía. Hay otra comparación que es pariente pobre de la anterior: el cuento es una flecha en el centro del blanco y la novela es cazar conejos. En todo caso esta pregunta del lector ofrece una buena ocasión para dar vueltas una vez más, como siempre, sobre las diferencias de dos géneros literarios distintos y sin embargo confundibles. Una razón de eso puede ser el despiste de atribuirle las diferencias a la longitud del texto, con distinciones de géneros entre cuento corto y cuento largo. La diferencia es válida entre un cuento y otro, pero no entre cuento y novela”. Y abunda más abajo: “La intensidad y la unidad interna son esenciales en un cuento y no tanto en la novela, que por fortuna tiene otros recursos para convencer. Por lo mismo, cuando uno acaba de leer un cuento puede imaginarse lo que se le ocurra del antes y el después, y todo eso seguirá siendo parte de la materia y la magia de lo que leyó. La novela, en cambio, debe llevar todo dentro. Podría decirse, sin tirar la toalla, que la diferencia en última instancia podría ser tan subjetiva como tantas bellezas de la vida real”.
He leído, reitero, opiniones de los novelistas más famosos y en todos los casos muestran respeto y a veces hasta reverencia cuando hablan del cuento. La mayoría tiene novelas que gozan de éxito comercial, y tiene también cuentos por lo regular olvidados, ocultos, casi marginales. Pero todos coinciden en afirmar, como García Márquez, que en la novela se sueltan más la greña, que operan con mayor relajación, mientras que en el cuento se ven desafiados y muchas veces, por qué no confesarlo, vencidos.
Pese a todo, pese a la segregación racista que a veces se ensaña contra él, confío en que el cuento no morirá, pues se trata de algo inherente a la condición humana.