Oigo
o leo la frase cada año: “Me encantan los días lluviosos”, y más allá de los
gustos personales siempre pienso lo mismo, aunque no lo digo: “A mí no, yo más
bien los odio”. Sé que es una necedad gustar o no de la lluvia, pues llegará o
no llegará con o sin nuestro consentimiento, pero en buena lógica no entiendo
que pueda agradarnos un clima que así sea indispensable siempre causa
innumerables calamidades durante —y tras— su paso por nuestro horizontal paisaje.
Los días recientes lo comprueban. Según el indicador climático del celular,
todavía hoy miércoles tendremos algunos nublados, pero parece que lo peor, el
agua persistente, ya pasó.
Digo
que detesto estos días porque es inevitable ver manchas de humedad en el techo,
cuando no flagrantes goteras. Por más que me he afanado con el
impermeabilizante, no sé cómo resurgen los problemas, y ya una vez viví la
experiencia traumática de atestiguar que se me mojaban varios libros (entre
ellos uno que me dedicó Vargas Llosa) tras el paso furioso de una tromba.
Pero
más allá de las penurias caseras que en general cada ciudadano padece en
diferente grado y perjuicio, es de admirar lo recurrente de nuestros
encharcamientos públicos. Por más que ciertos puntos siempre (siempre) queden
anegados y colapsen la movilidad sobre todo automotriz, la autoridad jamás toma,
perdón por el lugar común, “cartas en el asunto”. Hoy puedo decir, por ejemplo,
que en el lado norte de la joroba llamada del Campesino (casi al lado de la feria)
se inundará en 2030, y en vez de buscar un arreglo ya sabemos que será un punto
donde la circulación colapsará y seguirá colapsando.
Charcos, baches, choques, rutas cerradas, todo esto y más hemos visto en estos días. Volverá a pasar. Es nuestro castigo por vivir en una ciudad mal diseñada para cualquier día, sobre todo para los lluviosos en los que nuestra urbe muestra totalmente el cobre de su pésima planeación y su precaria infraestructura. Y no quiero decir con esto que sólo las lluvias exhiben nuestras pobrezas; casi cualquier día, reitero, es lo mismo: la comarca ha quedado rebasada por el parque vehicular y nuestras calles, avenidas, bulevares, calzadas y libramientos son todos los días una evidencia del mal diseño infligido a la región.