Suelo conversar bien con personas que trabajan o trabajaron en algo que se relacione con las vivencias o los sueños de mi niñez. Por ejemplo y por
herencia de un abuelo al que no conocí pues murió antes de mi nacimiento,
alguna vez quise ser carpintero. No me quedé del todo con las ganas, y hace
como quince años charlé con uno e hice prácticas como amateur del martillo. El
resultado fueron dos o tres muebles hechos —como la cuna en el hermoso poema de José
Pedroni— con mis manos. También quise ser futbolista, así que jamás he
desaprovechado la oportunidad de conversar con exjugadores cuando la vida me
los ha puesto en el camino.
Uno de los recuerdos más tercos de mi niñez es el de las
pesas. Suena raro, pero sí. Cuando fui niño, algunos vecinos del barrio, esto
en Gómez, tenían el raro gusto de fabricar pesas caseras. El método ya lo
sabemos: en dos botes (los de tornachiles eran los más comunes) echaban cemento
fresco mezclado con piedras de río. Luego le introducían un tubo como eje y al
final, cuando secaba el cemento, se obtenían pesas que convertían ciertos patios
en gimnasios improvisados. Ejercían allí rutinas, se planteaban desafíos en una
especie de halterofilia rupestre que consistía en saber quién cargaba más veces
seguidas el par de botes. Como nunca fui particularmente poderoso, siempre me
quedó un resabio de reconocimiento al deporte de Soraya Jiménez.
Pues bien, hace poco la vida me hizo coincidir con Javier de
la Torre, entrenador de halterofilia (la palabra “halterofilia” proviene del
griego “halter”, pesa o mancuerna, y “philos”, amor, o sea, “amor por las pesas”).
Supongo que Javier es el único que se dedica a esto en La Laguna, o al menos es
uno de los pocos que aquí fomenta este complicado deporte. Él me hizo admirarlo
de inmediato por una razón simple: porque gracias a su pasión por el
levantamiento de pesas ha formado un grupo de jóvenes adolescentes que destacan como levantadores(as) de pesas en competencias estatales y
nacionales debidamente sancionadas por autoridades del ramo. Y no se piense que
es fácil, que el asunto sólo atraviesa por la fuerza. Nada de eso. Por supuesto
que es muy importante el talento natural, pero más el entrenamiento riguroso
para dominar la técnica, la buena alimentación, el cuidado de la salud en todos
los aspectos, incluido el psicológico.
Más común que nunca es encontrar malas noticias, abandono a
los jóvenes, desperdicio del talento infantil. Javier de la Torre, en su
pequeña escuela y casi solamente con su entusiasmo y sus recursos, ha sido
capaz de traer medallas para La Laguna y, más importante que esto, consolidar
la autoestima de varios jóvenes practicantes del arranque y del envión.