Una de las ventajas de la colección Opúsculos publicada recién
por El Colegio Nacional es que cada uno de sus títulos, obvio, es un opúsculo,
es decir, una obra de extensión breve. Supongo que su distribución, como ocurre
con todas las publicaciones auspiciadas por instituciones no dedicadas exclusivamente
a la edición venal de libros, es, por decir lo menos, complicada. En mi caso,
he encontrado estos títulos sólo en ferias del libro.
La semana pasada comenté uno de Luis Fernando Lara, y espalda
con espalda, como se dice en el beisbol cuando dos peloteros pegan jonrón uno
tras otro, tomé La vida que se escribe (2017,
59 pp.), opúsculo escrito por Juan Villoro. ¿De qué trata? El subtítulo lo
aclara: “El periodismo cultural de José Emilio Pacheco”. Este puñado de páginas
es, pues, un recorrido por el trabajo de Pacheco vinculado sobre todo a un
producto: la columna “Inventario” nutrida durante cuatro décadas en diferentes
periódicos y revistas, una suerte de proeza de la persistencia periodística.
En su paso por el Excélsior
de Scherer y hasta el golpe del 76, Pacheco afinó lo que luego sería una de las
aportaciones clave de Proceso. Sin
dejar de manejarse con rigor, “El autor de Inventario
fue ensayista desde el periodismo, lo cual equivale a decir que logró que la erudición
pactara con los favores de la claridad y los imperativos de la hora”, dice Villoro.
Esto significa que su columna solía detenerse en efemérides o conectar con
hechos que la coyuntura informativa ponía en las primeras planas de los
diarios, y esto le exigió un despliegue inagotable de temas y registros.
Sólo quien ha alimentado una columna a la manera de “Inventario”
durante varios años sabe lo complicado que es no dejarla morir de inanición.
Llueve o truene, el columnista a la manera de JEP trabaja las 24 horas aunque
su colaboración semanal, quincenal, pueda ser leída en diez o quince minutos,
pues detrás de cada entrega hay lecturas, cruce de datos, cuidado con el estilo
y paciencia para no dejarse arrastrar por la sensación de vacío e inutilidad,
dado que todo trabajo, por reconocido que parezca, hace un surco en el ánimo donde
luego puede germinar cierta decepción por haber consagrado la vida al texto efímero.
Para nuestra alegría, los “Inventarios” de JEP no fueron aportes
pasajeros, pues la mayoría permite relecturas sin merma de placer. Pacheco “aceptó
el enciclopédico y extenuante desafío de ser Diderot una vez a la semana”,
apunta Villoro. Tiene razón, y por esto aquellos “Inventarios” siguen gozando
de cabal salud.