“Conviene que te prepares para lo peor”, así arranca el
cuento “La muerte”
(publicado en el libro La muerte y otras
sorpresas, 1968), de Mario Benedetti. Ante esto, ¿qué cierre podemos
anticipar como lectores? Tenemos, en teoría, dos opciones: anhelar que el
avance del relato contradiga la frase o esperar, efectivamente, lo peor.
He creído desde hace mucho que el mejor Benedetti es el
cuentista, aunque esta preferencia personal no quiera significar que lo demás,
que su abundante obra no cuentística, sea desdeñable. Aprecio, pese al despiadado
avance del tiempo, sus novelas, y sin duda tiene ensayos y hasta poemas
atendibles. Muchos de sus cuentos, sin embargo, siguen funcionando harto bien como
mecanismos útiles para expresar las diversas situaciones, por lo general
adversas, de la vida humana.
Uno de estos casos es “La muerte”. En esta historia, Mariano,
el protagonista, visita a Octavio, su amigo médico, y recibe de él la frase que
abre el relato. A partir de aquí, de este momento-bisagra en la vida de
Mariano, ingresamos en su mundo, en su vida familiar, en su trabajo, en sus
gustos y deseos, incluso en su affaire
con Susana, una amante. Todo ha cambiado a partir de la frase, la realidad para
Mariano es otra simplemente porque en su cuerpo se ha instalado una sombra que
debe ser conjurada por el camino que sea: por la ciencia médica o por la
esperanza de que hay una esperanza.
Por ello, después de la consulta en la que recibió la frase
como batazo en la nuca, Mariano es ya otro: “De eso hacía nueve días. Después
vino la serie de análisis, radiografias, etc. Había aguantado los pinchazos y
las propias desnudeces con una entereza de la que no se creía capaz. En una
sola ocasión, cuando volvió a casa y se encontró solo (…) había perdido todo
dominio de sí mismo, y allí, de pie, frente a la ventana abierta de par en par,
en su estudio inundado por el más espléndido sol de otoño, había llorado como
una criatura, sin molestarse siquiera por enjugar sus lágrimas. Esperanza,
esperanzas, hay esperanza, hay esperanzas, unas veces en singular y otras en
plural”.
La evolución del relato no termina en un sí o un no rotundos para Mariano, sino en una insinuación del autor que posibilita un final abierto, un final que nosotros, como lectores, podemos construir.