martes, enero 18, 2022

Alfredo García Valdez (1964-2022)

 
















Hace veinte años escribí y publiqué este comentario sobre La viga en el ojo, libro de Alfredo García Valdez, quien recién falleció ayer. Releo y no me gusta ese estilo, mi estilo de hace dos décadas, pero sigo pensando lo mismo en cuanto al contenido: fue tanto el gusto que me obsequió la prosa de Alfredo que me destemplé en el elogio, un elogio que luego pude hacerle una sola vez en persona, cuando hace como quince años coincidimos en una charla cantinera de tres o cuatro horas en Saltillo. Era mi contemporáneo más próximo de estos rumbos, pues yo nací el 23 de mayo del 64, y él, Alfredo, el 31. Lamento su partida. Descanse en paz.













La viga en el ojo: prosas en bastidor poético

Jaime Muñoz Vargas

Acaso uno de los libros más valiosos publicados en Coahuila durante la actual administración del gobierno estatal fue Máscaras, obra del escritor zacatecano —y cuasicoahuilense— Alfredo García Valdez, licenciado en letras por la Autónoma de Coahuila y subdirector del Semanario, suplemento cultural del periódico Vanguardia, de Saltillo. En aquel volumen, el autor nacido en Cedros, Zacatecas, hacia 1964 confirmó lo que ya muchos presentían: el depurado estilo de este artista algún día cuajará en otros volúmenes y será, inevitablemente, dechado de prosa rayana en la perfección. Como todas las obras de calidad pero publicadas en el circuito no comercial, Máscaras pasó inadvertido por el lector mayoritario, pero para algunos se convirtió en ese tipo de libros, por cierto muy escasos, que bien merecen el cada vez más infrecuente premio de la relectura. Con una prosa tan bien urdida su autor tranquilamente pudo pasar, de golpe, como el tejedor de renglones más pulcro del estado, y para confirmarlo sólo fue necesario esperar un poco de tiempo, un tiempo que por cierto ya llegó.

La viga en el ojo se ata a la trayectoria ya descrita por Máscaras y avanza un peldaño más en ese afán de perfección no de cada página, sino de cada renglón y hasta podría decirse que de cada palabra. Las estampas organizadas en este nuevo libro de García Valdez han sido trazadas con una prosa firmemente deslizada en los raíles de la poesía. La marcha de estos renglones avanza pues con el delicioso silencio y la firme embestida de una bola tiradora sobre el paño del billar. Ni hay desviación a la torpeza, así sea mínima, y no hay mácula: la tacada es segura, el impacto final es limpio. En otras palabras, cada página reclama con todos sus pulmones una perfección esculpida menos con el cincel que con la lupa. Esta es obra, toda ella, para gourmets de la palabra.

Inscrito en la tradición, rica ya, aunque nunca lo suficiente, de los prosistas mexicanos obsesionados por la sinfonización de las letras, el hacer de García Valdez no es menos grato que el de su paisa López Velarde en el Minutero, que el de Torri en De fusilamientos, que el de Arreola en casi todo lo que escribió o que el de Castañón en La batalla perdurable, eso por mencionar sólo a cuatro autores estratégicamente ubicados en cada cuarto del XX mexicano. Como aquellos, el cedrense avecindado en Saltillo suele bruñir hasta sus últimas resplandecencias una idea para luego plasmarla en la página con tesón de miniador. Es de los pocos que, pese a la avalancha de la mala prosa que hoy se guisa en todas partes, no ha cedido a la tentación de escribir sólo con los ojos y la mente, sino con el oído y el corazón.

La arquitectura de La viga en el ojo muestra un par de salones: "Animales y oficios" y "Trobar Clus", con 22 piezas ubicadas en el primer recinto y 18 en el segundo; las inaugurales de cuño lírico, las otras igual pero con algún tenue ingrediente narrativo. Como se podrá suponer, no es un libro con páginas de desperdicio. Cualquier ripio ha sido tiránicamente excluido y toda la obra se revela apetecible, jugosa. Si en Máscaras la prosa, aunque impecable, todavía estaba al servicio de cierta información, acá sólo es usada para hacer poesía y para iluminar con nueva luz alguna idea, como cumple al ensayo breve de inclinación poemática. Las viñetas tienen humor, una ironía que se agazapa y nos mira con ojillos llenos de malicia, timbre también característico de este tipo de obras escritas a caballo entre el cuento, la poesía y el ensayo evocativo. Además, en La viga en el ojo no sólo se siente la pericia de un orfebre de la música verbal; también deambula en este libro un lúdico moralista, un creador de bellos aforismos, de frases sentenciosas que se acuestan con suma placidez en la memoria del lector. Hay, pues, aquí, una conjugación tremenda de forma y de fondo, todo bañado por una radiación infatigablemente poética.

No hay trazo inseguro en este asombroso libro, y es una felicidad saber que alguien en Coahuila está preocupado por pulir las frases hasta sacarles su destello más intenso. ¿Un ejemplo contundente? Todas las páginas son un ejemplo contundente, todas son huéspedes potenciales de una antología. En tiempos de maltrato al español, en épocas como ésta donde por apetitos mercenarios se medio mastica el inglés y se deja semicocido el aprendizaje del castellano, donde un mail, un informe, un anuncio y todo lo escrito y por escribir es manejado con plena y plana irresponsabilidad (recordemos las observaciones de Grijelmo en su Defensa apasionada del idioma español), un prosista como Alfredo García Valdez no hace más que restregarnos en el rostro tal incuria, el menosprecio apasionado del idioma español. La suya es una palabra tersa, vigilada, atenta en todo instante a la eufonía pero sin castigo del sentido. En "Mujeres", por caso, el prosemista zacatecano (quien por cierto da la impresión de que no nació en Cedros, sino en Jerez) talla una definición punto menos que inmejorable de la mujer, y así cierra: "Todo intento de clasificación zoológica es inútil cuando se aplica a las mujeres. Cada espécimen puede ser una especie recién aparecida o a punto de extinguirse, de mutar, de combinarse, de degenerar. Por encima de todo: cada mujer es muchas mujeres; cada mujer es un harén".

Pero citar apenas un fragmento de estas piezas es casi un capricho. Donde abramos el libro encontraremos frases sentenciosas, adjetivos inusitados de sulfato de cobre, guiños irónicos de la más exquisita cocina, definiciones que mejoran a las de cualquier Larousse, imágenes que traen a la memoria del lector imágenes de un pasado espeso de belleza, un ideal de poiesis que localiza el arte en todas partes, y en fin, la voz de un poeta que se expresa con arte y sobriedad, con un clasicismo pocas veces usado entre las hordas que perpetran sin freno todos los estilicidios posibles, todos los delitos de leso castellano.

La filiación central de García Valdez, una filiación que en el futuro será paternidad de otros creadores, está expresada por allí, con un claro coqueteo lopezvelardeano, en "Eruditos", una de las más hermosas piezas que habitan La viga en el ojo:

El erudito es el tigre que traza ochos en el cubículo de la Academia, rodeado de una enorme cantidad de objetos de cultura. No retrocede ni avanza. (...) El Big Bang explota cada noche en el cubículo del erudito. El plano inclinado de los astros se derrama por la ventana como un chorro de diamantes congelados, eléctricos. El tiempo sin fin ni principio, el espacio inconmensurable, zumban adentro y afuera, en la sangre del tigre y en los abismos cósmicos.

Por todo esto es, quizá, el mejor libro de poesía y también de prosa publicado en Coahuila durante el 2002. Sus 105 páginas son belleza pura. Elogiarlo destempladamente apenas es rozarlo. Hay que leerlo entero para sentir el nervio de un rayo que no cesa mientras avanzamos por cada una de sus letras y acaso más allá, cuando avanzamos por las palabras que han sobrevivido en nuestra hospitalaria memoria de lectores, de agradecidos lectores.

La viga en el ojo, Alfredo García Valdez, Icocult-cnca, México, 2002, 105 pp.