Los
cuentistas suelen observar que no es necesario dilatar en un relato novelesco
lo que puede caber en pocas páginas. Hay, por supuesto, muchos asegunes para
matizar esta opinión a favor y en contra de la historia larga o corta, y desde
ya sabemos que la discusión no tiene orilla. Lo habitual es que en una novela
quepa un largo trozo de vida de los personajes, y en el cuento, al contrario,
se narre apenas un momento, un lapso significativamente más breve.
Puede
ocurrir, sin embargo, gracias al manejo de la elipsis y del tiempo subjetivo,
que en un relato corto se apriete una vida entera en pocas páginas. Esto ocurre
con claridad en el cuento “Modesta
Gómez” (publicado originalmente en el libro Ciudad Real, 1960), de la siempre querible
Rosario Castellanos. Ubicada en el estado de Chiapas, la protagonista, Modesta,
es “atajadora”, oficio que consiste en atajar a las indígenas que llevan productos
a los mercados, a quienes les tumban sus artículos a precios muy desventajosos
o, cuando no, a la mala. Así empieza la historia, tal es el presente de la
narración: Modesta amanece muy temprano para ver a quién esquilma en el camino.
Luego
de este arranque, nos adentramos en el pasado de la protagonista. Hija pobre de
una familia numerosa, es entregada a otra para que la mantengan a cambio de
trabajo. Modesta es casi una niña cuando pasa a vivir en el espacio de la nueva
familia, y allí le es impuesta una realidad igualmente desventajosa, pues su
encargo principal es cuidar a Jorgito, niño de su edad pero ya armado, por su
mala crianza, para abusar de los (principalmente de las) débiles.
Los
años avanzan, y tanto Jorgito como Modesta acceden a deseos que rebasan lo
infantil. El joven encuentra en ella un lugar seguro para desahogarse, y su
madre lo deja actuar, pues prefiere que, como hombre, se desahogue en la
sirvienta y no en riesgosas prostitutas: “Doña Romelia sospechaba algo de los
tejemanejes de su hijo y los chismes de la servidumbre acabaron de sacarla de
dudas. Pero decidió hacerse la desentendida. Al fin y al cabo Jorgito era un
hombre, no un santo; estaba en la mera edad en que se siente la pujanza de la
sangre. Y de que se fuera con las gaviotas (que enseñan malas mañas a los
muchachos y los echan a perder) era preferible que encontrara sosiego en su
propia casa”.
Pasa
lo inevitable: Modesta queda embarazada, y en lugar de recibir un poco de
piedad, de cobijo, la echan de la casa a toparse con un destino peor.
Los
años siguen su marcha, Modesta encuentra a un hombre que la acepta; es un albañil
con pésima suerte laboral, alcohólico y golpeador. Las desventuras no cesan
hasta que ella halla su salvación en el oficio de atajadora. No es siquiera
algo digno, pero en él se resume una vida llena de obstáculos hasta que la
protagonista, por fin, alcanza una migaja de poder.
Rosario
Castellanos condensa, en suma, la modesta vida de Modesta en cinco páginas: un
largo viaje en el que el tiempo se comprime ante nosotros.