lunes, enero 24, 2022

Raymundo Tuda Rivas, in memoriam












Murió mi amigo Raymundo Tuda Rivas y todavía estoy estremecido por el mazazo, tanto que siento estas palabras como un amasijo triste de emociones. Recibí la noticia ayer domingo al mediodía, pero no estaba confirmada a plenitud y, puesto de inmediato en marcha el mecanismo de negación, me obligué a pensar que no era cierta. Lamentablemente no: la mala nueva era verdadera, y a partir de esta certeza se me vino encima todo el recuerdo de mi amistad con Ray.

Lo conocí en el Iscytac, en agosto de 1982, cuando entré a estudiar la carrera de comunicación. Ray (o Tuda, como también le decíamos) iba un año adelante, pero como en aquella escuela sólo había un grupo de cada grado, uno terminaba por conocer a todos o a casi todos los compañeros de la universidad. Lo traté muy poco, casi nada, mientras coincidimos en la carrera, pero no puedo no destacar que su personalidad tenía un imán especial. Así fuera de lejos, me enteré y yo mismo percibí que era un tipo algo extraño, devoto de cierta poesía oscura, del cine también oscuro (de terror) y del rock sesentero/setentero. Su ídolo máximo fue Jim Morrison, a quien siempre volvía en cualquier conversación.

Dije que su personalidad tenía un magnetismo especial. No exagero. Aunque era más bien solitario y nada, absolutamente nada sentimental, un tanto apartado de todos, muchos lo querían y en tal querencia no faltaban buenas dosis de admiración. Bajito de estatura, uno podía verlo de lejos y no prestarle importancia. Ya frente a él, su mirada de japonés y sobre todo su voz grave y su excelente dicción obligaban a que cualquiera lo escuchara. No una, ni dos, ni tres, sino muchas veces le pregunté por qué no hacía locución, dada su peculiar voz. Siempre me respondió con evasivas, dándome vagamente a entender que aquello no le interesaba.

Ray era poco dado a la convivencia social. Muchos lo conocían, lo respetaban y buscaban su cercanía, pero él se inclinaba a deambular solo por la vida, sin más compañía que su sombra. No quiero decir que fuera grosero en su trato o huraño con quien estuviera cerca. Al contrario: hablara con quien hablara, era respetuoso, casi hasta cordial, pero es evidente que defendía su condición de lobo solitario. Hasta antes de 2003 fue, por decirlo así, un “conocido” mío. Luego pasó a ser el amigo que más frecuenté entre 2003 y 2013, una década. En ese lapso nos vimos al menos dos o tres veces por semana, y siempre para lo mismo: ir al café, ir a cenar o ir a la lucha libre de Gómez Palacio. Jamás para beber, pues Tuda era abstemio radical aunque le gustaba afectar, por lo poético que esto resulta en ciertos casos, una fascinación por el whisky nunca materializada en los hechos.

La actividad fija de esas incontables semanas era la de los jueves: la lucha libre en la Arena Olímpico Laguna. Además de reír con el surrealismo de las funciones, allí cenábamos y entre lucha y lucha actualizábamos los análisis políticos coyunturales y desmenuzábamos el enrarecido comportamiento de los medios. Recuerdo que los temas que a Tuda más le importaban eran los vinculados precisamente con la política nacional e internacional. Tanto como podía, leía (siempre en papel) periódicos y revistas para examinar sobre todo los tejemanejes del poder y su permanente corrupción. Como Federico Campbell, vivía obsesionado por tratar de entender la turbiedad de las cúpulas políticas y económicas. Aunque tenía buen conocimiento de algunos autores del mundo literario (Fuentes, Borges, Vargas Llosa...), los libros que más buscaba eran aquellos que se referían a hechos y personajes de la política nacional, principalmente del mundo de la delincuencia, que en muchos casos son lo mismo. A la manera del tranquilo George Bataille, no mataba una mosca pero se la pasaba reflexionando en todas las posibilidades inventadas por el ser humano para ejercer el Mal, con mayúscula.

Tuda nació en San Pedro de las Colonias, Coahuila, hacia 1962, y durante su infancia vivió en Durango, ciudad a la que siempre quiso mucho. Su padre, el doctor Roberto Tuda Matus, era oaxaqueño de sangre japonesa, de ahí el apellido que originalmente era Thuda. Muchas décadas atrás, el doctor Tuda hizo su servicio social en La Laguna, donde conoció a Amparo Rivas, joven de San Pedro de las Colonias, con quien se casó. Ray fue su segundo hijo. Pasados los años, el doctor Tuda llegó a ser director de salud en el estado de Durango.

Al salir de la carrera, Ray trabajo de inmediato en el ámbito de la producción televisiva. Aprendió el arte del guionisno y a editar con eficacia y pulcritud. Fundó la empresa, pequeña pero muy eficiente, Tuda Comunicación, que muy pronto se acreditó y le dio a Ray y a su familia para vivir desahogadamente. Entre otros muchos, muchísimos trabajos de su productora, antes de las Olimpiadas de Londres 2012 elaboró cápsulas que sirvieron de tema para la charla, transmitida durante el resumen principal de ESPN México, entre José Ramón Fernández y el actor Jesús Ochoa.

En diez años de amistad estrecha disfruté de su inteligencia, de su perspicacia en el análisis político y de su afilado sentido del humor. Entre sus mayores gustos estaba, como ya dije, hablar de política. De ese ámbito recordaba con orgullo haber participado, durante el 88, en la campaña de Manuel Clouthier por la presidencia de la República. Esa experiencia lo marcó, pues desde entonces ponía especial atención en los procesos electorales, en las campañas y en los saldos de esas campañas. Esta peculiaridad lo convirtió en habitué del programa Cambios, de Multimedios, sobre todo en las mesas de análisis pre y poselectoral.

A partir de 2013 comencé a verlo menos seguido, pero en los reencuentros siempre tuve la impresión de que la amistad permanecía intacta, porque así era. Ahora que ya no está, siento (e igual sentirán, seguramente, sus amigos) que su voz y la agudeza de su mirada crítica, su misterio y su manera de entender la realidad, permanecerán en mi memoria durante todo el tiempo que en adelante me sea concedido.

Mi más hondo pésame para Alejandro, su hijo, para doña Amparo, su madre, para Roberto y Vianey, sus hermanos, y para quienes lo trataron con afecto y admiración, que no son pocos.

Descansa en paz, querido Ray.