“El
Malevo” (Matrioska, 2012), microrrelato de la escritora argentina Gilda Manso, muestra en cuatro párrafos el escalamiento de una cualidad, en este caso negativa. Como es breve,
lo comparto entero:
“Comía
la naranja sin pelarla. La partía al medio con un cuchillazo seco y la
masticaba así, con cáscara. Esta costumbre le había hecho ganar el respeto de
todo el pueblo. Esto, y su capacidad para desenfundar el revólver a la menor
provocación.
Era
conocido como El Malevo, y todos los días se sentaba en la mesa más arrinconada
del bar, a la espera de algo. Todas las personas, tarde o temprano, lo buscaban
para que los ayudase a solucionar problemas. El Malevo, con su revólver fácil,
sus palabras escasas y sus desayunos de naranjas al mejor estilo macho que todo
lo puede, tenía más poder que cualquiera.
Un
mediodía de verano, arrastrando polvo y sudor, El Gigante irrumpió en el bar.
Contó que venía de un pueblo remoto, huyendo del marido de alguien. Se sentó,
apoyó los pies en el respaldo de la silla de El Malevo y ordenó un whisky. El
Malevo lo miró con toda la incredulidad que podía permitirse y puso una mano en
su arma. El Gigante no se inquietó: tomó un espléndido ananá de una frutera
repleta y le pegó un mordisco feroz. Así, sin pelarlo.
El
Malevo volvió a guardar la mano en el bolsillo y pagó una ronda de whiskies,
por si acaso”.
Los
primeros dos párrafos sirven para dibujar el perfil de El Malevo, su catadura
de hombre rudo. Lo más llamativo es que devora naranjas sin eliminarles la
cáscara, una costumbre que muy pocos pueden compartir. En esta parte asistimos
a una especie de cliché: el del macho al que nadie en el pueblo osa
contradecir, pues allí “tenía más poder que cualquiera”.
El
tercer párrafo no es su contraste, sino la potenciación de la capacidad
intimidatoria encarnada ahora en El Gigante, que es el mismo Malevo pero
escalado hacia arriba. No sólo ostenta mayor tamaño físico, de ahí el apodo,
sino algo mejor: despacha un fruto más grande, la piña, con el mismo hábito de
no quitarle la cáscara, casi como si supiera que con eso se pone por encima del
posible enemigo.
Todo es aquí una competencia de brutalidades en las que el vencido no tiene más remedio que ceder antes de ponerse en riesgo. El choque no se da, los whiskys gratis son la bandera blanca de El Malevo, quien pierde sin pelear.