Los
accesos a la crítica son muchos, tantos como personalidades de escritor
existen. Si pensamos en dos polos sólo para simplificar lo complejo, en un lado
estarían los examinadores de la realidad que observan todo con muy seria
actitud, cejijuntos, graves en el trance de analizar; en el polo opuesto es
viable considerar a los críticos jocosos, satíricos, burlones, aquellos que
miran los fenómenos y los pasan a carcajadas por el microscopio.
La
crítica sostenida en el humor es, claro, mucho más llevadera en el plano de la
narrativa, no tanto en el del ensayo. Digamos que la caricaturización de un
hecho puede llevarnos a pensar en la posibilidad de reflexionarlo, de sopesarlo
en su condición de problema. Un poco fue así en el caso de Ibargüengoitia,
quien para hacer crítica social, aunque no la pretendiera, se valió del humor
en sus cuentos y novelas. Algo similar veo en el cuento “Sobre las plumas del
pavo”, de Agustín Monsreal. Allí, para burlarse del machismo “seductor”,
puédelotodo y pendejo de muchos hombres, el escritor yucateco apela al humor y
expone que el frecuente acoso suele no tener disculpa.
Para
empezar, el timbre juguetón del relato, narrado en primera persona por un
escritor ya entrado en años, nos comparte el tono jocoso mediante el cual se
expresa nuestro protagonista. Solicitado por una joven poeta como orientador en
materia de poesía, el veterano escritor es invitado a la casa de la chica y en
la solicitud ve un guiño del destino: ella, de nombre Casiopea, quiere algo más
que magisterio. Ya para entonces sabe él, por las descripciones recibidas, que
ella es “cabellimedusiana, ojidominadora,
narihelénica, boquisuculenta, cuellicisnácea, pechidelicias, cinturiavispada,
caderienérgica, glutipasmante, muslimanjares, chamorriexquisita…”. El viejo
piensa así, con estas palabras compuestas y por supuesto ridículas.
Al
oír los versos de la poeta, el maestro nota con horror que son monstruosos: “Luego que terminó de leer cuatro cinco de sus mamarrachadas
rencorosas, levantó hacia mí el fulgor de sus ojazos y me miró, paciente y
plácida como una esposa o una vaca”.
Su opinión, que debió ser sincera, pasa a ser otra cosa por el deseo de seducirla, lo que nos derrama en un final donde el macho es exhibido en toda su ridiculez y su prepotencia, y todo sin salir del humor.