miércoles, febrero 23, 2022

Arma del humor


 






Los accesos a la crítica son muchos, tantos como personalidades de escritor existen. Si pensamos en dos polos sólo para simplificar lo complejo, en un lado estarían los examinadores de la realidad que observan todo con muy seria actitud, cejijuntos, graves en el trance de analizar; en el polo opuesto es viable considerar a los críticos jocosos, satíricos, burlones, aquellos que miran los fenómenos y los pasan a carcajadas por el microscopio.

La crítica sostenida en el humor es, claro, mucho más llevadera en el plano de la narrativa, no tanto en el del ensayo. Digamos que la caricaturización de un hecho puede llevarnos a pensar en la posibilidad de reflexionarlo, de sopesarlo en su condición de problema. Un poco fue así en el caso de Ibargüengoitia, quien para hacer crítica social, aunque no la pretendiera, se valió del humor en sus cuentos y novelas. Algo similar veo en el cuento “Sobre las plumas del pavo”, de Agustín Monsreal. Allí, para burlarse del machismo “seductor”, puédelotodo y pendejo de muchos hombres, el escritor yucateco apela al humor y expone que el frecuente acoso suele no tener disculpa.

Para empezar, el timbre juguetón del relato, narrado en primera persona por un escritor ya entrado en años, nos comparte el tono jocoso mediante el cual se expresa nuestro protagonista. Solicitado por una joven poeta como orientador en materia de poesía, el veterano escritor es invitado a la casa de la chica y en la solicitud ve un guiño del destino: ella, de nombre Casiopea, quiere algo más que magisterio. Ya para entonces sabe él, por las descripciones recibidas, que ella es “cabellimedusiana, ojidominadora, narihelénica, boquisuculenta, cuellicisnácea, pechidelicias, cinturiavispada, caderienérgica, glutipasmante, muslimanjares, chamorriexquisita…”. El viejo piensa así, con estas palabras compuestas y por supuesto ridículas.

Al oír los versos de la poeta, el maestro nota con horror que son monstruosos: “Luego que terminó de leer cuatro cinco de sus mamarrachadas rencorosas, levantó hacia mí el fulgor de sus ojazos y me miró, paciente y plácida como una esposa o una vaca”.

Su opinión, que debió ser sincera, pasa a ser otra cosa por el deseo de seducirla, lo que nos derrama en un final donde el macho es exhibido en toda su ridiculez y su prepotencia, y todo sin salir del humor.